Cine ecuatoriano desde 1999: Las Ratas y los Ratones aún se pasean
Hace 15 años, el celuloide dio luz a una nueva etapa de afán de profesionalismo e industrialización. Aún falta camino por recorrer.
Decir que 1999, año de la película Ratas, Ratones y Rateros de Sebastián Cordero, marca el inicio de una nueva y fructífera etapa del cine ecuatoriano no es nada nuevo. Cineastas, académicos y público coinciden en ubicar a este filme como el giro de tuerca de un cine ecuatoriano posmoderno y popular, en busca del reconocimiento de la crítica y la audiencia.
IMDb, el portal de información de cine más importante del mundo, con más de 100 millones de usuarios al mes, publicó recientemente una lista de las películas latinoamericanas más votadas, y Ratas se alzó como la ganadora de Ecuador. Sin duda, la película aún tiene ‘piernas’ –para usar una expresión hollywoodense– y es emblemática. Porque el cine ecuatoriano a partir de 1999 ya no será el mismo: estamos ante un lenguaje más cinematográfico y menos literario; una narrativa de la calle, de ‘drogos’ y ‘choros’ bacanes; de escapismo, arribismo, sexo y rock.
Inolvidable el inicio de Ratas: un plano detalle de la cara ‘malosa’ de su protagonista, Ángel, levantándose en calzoncillos de una cama donde yace aún dormida su amante, para prepararse un ‘cachito’ de base. Su fiesta privada es interrumpida por dos matones armados, que no impiden a Ángel escapar saltando por los balcones de las casas, hasta correr hacia el cementerio de Guayaquil en una secuencia-escape de antología, marcada por todos los recursos visuales del cine posmoderno: juegos de óptica, ángulos y planos –especialmente picados y contrapicados; vertiginosos travellings, paneos y giros de cámara en mano; jump-cuts; contrastes de luces y sombras; todo aderezado con el más atrapante sonido de una guitarra eléctrica rockera.
El cine ecuatoriano había dado a luz una nueva etapa de afán de profesionalismo e industrialización, presencia en festivales internacionales y, sobre todo, búsqueda de audiencias. Más de una década después, el saldo es contundente. A Ratas le siguió otro éxito de Cordero, Crónicas (2004), coproducida por los duros del cine mexicano hollywoodense: Alfonso Cuarón y Guillermo del Toro.
Era un hecho sin precedentes: actores internacionales de gran talla protagonizaban una cinta que rebasaba las ambiciones locales para competir en el panorama internacional. La coproducción se vislumbró entonces como una fórmula de éxito para las películas venideras.
Tania Hermida es otro nombre paradigmático. Su Qué tan lejos (2006) fue aclamada no solo en Ecuador, sino en festivales internacionales y salas de Europa. Una película ligera, del gusto del público, que incorporó con humor y exaltación del paisaje, el popular género del cine de carretera.
Y en el mismo 2006, un hito marcaría la historia de nuestro celuloide: la aprobación de la Ley de Cine y la creación del Consejo Nacional de Cine, que traerían el apoyo de fondos públicos y plataformas de coproducción y exhibición.
Entre tanto, la oferta educativa audiovisual y la evolución digital irían democratizando el acceso a la tecnología; cada vez más jóvenes soñarían con ser directores.
¿Boom ecuatoriano?
El cine había despegado y año a año aparecían más cintas. Las más relevantes: Cuando me toque a mí (2007); Rabia (2009); Prometeo Deportado y Abuelos (2010); En el nombre de la hija, Con mi corazón en Yambo y Pescador (2011); Mejor No Hablar de Ciertas Cosas (2012); Saudade, Mono con Gallinas y La Muerte de Jaime Roldós (2013).Y así, se comienza a hablar de un boom del cine ecuatoriano.
Se empieza a soñar más bien, porque ya hemos comprendido que no se puede hablar ni de boom ni de industria. Todavía. Se puede hablar de crecimiento, búsqueda, muchos aciertos, y, claro, también desaciertos. Más allá o más acá del amor por nuestro patrimonio, de la solidaridad y admiración frente a la labor quijotesca que aún supone hacer cine en nuestro suelo, nos enfrentamos al saldo pendiente: profesionalización de guionistas y actores, y más y mejores plataformas de distribución y exhibición.
En otras palabras: educación e industria. Ya superamos los desafíos técnicos del siglo pasado, cuando el sonido de producción era inentendible y los recursos visuales, rítmicos, y de dirección de arte, limitados. Nos queda por delante la escritura estratégica de guiones bien estructurados.
La exploración de otras temáticas que no sean, únicamente, los mundos marginales de jóvenes atrapados por la ambición, las drogas o el sexo, o la denuncia social ligada a los temas de identidad. La liberación de la ansiedad por definir la ecuatorianidad, a veces, inclusive desde el cliché o la caricatura. La construcción de personajes ambiguamente complejos, más allá de los estereotipos y las obviedades.
La libertad de contar con un amplio rango de actores profesionales, que no necesariamente se personifiquen a ellos mismos, y que representen diversas escuelas y técnicas, edades, apariencias. El fortalecimiento de más favorecedoras redes de distribución y exhibición. La existencia de escuelas de cine (no de comunicación audiovisual, que no es lo mismo).
Afortunadamente, el optimismo abunda, aunque las veinte películas anunciadas para el 2014 por el CNCine no aparezcan todas en la cartelera. La ficción tiene que crecer, porque, en calidad, el documental le ha ganado la partida: la cinta más sólida, contundente, poética al mismo tiempo que dramática, de la historia de nuestro cine es Con mi Corazón en Yambo, de Fernanda Restrepo.
Está claro que la narrativa sobre los antihéroes rateritos ya tuvo su década de gloria. Nos toca ahora seguir armando, con estrategia imaginativa y esfuerzo colectivo, la plataforma de nuestro cine. La tarea es del país entero; escapa al arte, la lucidez o los recursos de los cineastas, pues como dijo Orson Welles: “el escritor necesita una pluma; el pintor, un pincel; el cineasta, todo un ejército”.