Cine sobreviviente
En China son pocos los afortunados que se pueden dedicar a la cinematografía. Los temas que se pueden ‘tocar’ no deben afectar la imagen del gobierno de ese país.
Si piensa que hacer documentales es, en general, la vocación de masoquistas con cuentas bancarias vacías, puede considerar los desafíos que enfrentan los directores chinos: detención, golpizas y censura. Los directores dispuestos a jugar bajo las estrictas reglas del gobierno ven que su trabajo se exhibe en la televisión o en una reducida cantidad de festivales cinematográficos “independientes”, sancionados oficialmente. Otros pueden marcharse con un generoso apoyo estatal.
Y también están quienes tratan de abrir un terreno medio entre los colaboracionistas bien financiados y los acosados inconformes. Es posible encontrar a una banda determinada de promotores y productores cinematográficos, muchos de ellos voluntarios, en la que fuera una bodega de algodón en las afueras de Pekín, donde ayudan a recaudar dinero para jóvenes cineastas, guían a los neófitos en la edición del primer corte y organizan exhibiciones de bajo perfil en universidades de todo el país.
Tres taiwaneses aficionados al cine, quienes al parecer encontraron una forma de transitar por el políticamente peligroso panorama cultural chino, iniciaron la empresa, operada por la organización no lucrativa CNEX, siglas en inglés de Sigue China.
En los ocho años desde que iniciaron actividades en el continente, su organización ha financiado docenas de documentales, con temas que incluyen el de unos pobres criadores de visón que deben manejar el suicidio de su único hijo; las presiones que enfrentan los jóvenes estudiantes que se preparan para presentar el examen de admisión a la universidad, lo cual puede ser un rotundo éxito o un fracaso total en China, y la vida de los travestis que viven en la próspera ciudad de Shenzhen.
La fundación, registrada en Hong Kong, que realiza un influyente festival cinematográfico en Taiwán, cuenta con amigos bien colocados dentro del aparato cultural del Partido Comunista, quienes han ayudado a aislarla de interferencias indebidas. Sin embargo, quizá algo más importante, las películas de CNEX evitan temas de tercer riel, como las represiones en la Plaza Tiananmen en 1989 o contra los tibetanos y Falun gong, el movimiento cuasi religioso que el gobierno chino considera peligroso.
Filmar aspectos de China
Ben Tsiang, el director ejecutivo de CNEX, dijo que eso deja una considerable zona gris de temas socialmente relevantes, aun si hay poca esperanza de que la mayoría de las películas se exhiban dentro de China. “Todos sabemos dónde están las líneas rojas”, dijo, “pero hay muchas líneas amarillas y sabemos cómo manejarlas con discreción”.
Tsiang sabe cómo moverse en la burocracia comunista del gobierno. Tras una década de trabajar 18 horas diarias que llevaron a una operación a corazón abierto, Tsiang sacó partido de sus acciones en Sina y decidió responder a un llamado largamente enterrado. Su idea era hacer un documental sobre China: la llamativa riqueza de los nuevos ricos, la vida amarga de los trabajadores migrantes que se quedaron rezagados en el auge y lo que él llama “trastorno de valores” del país. Al final, decidió que una película no podía capturar el momento. “Pensé: Deberíamos crear una industria fílmica que documente lo que está pasando en China”, dijo Tsiang, de 44 años, egresado de la Universidad de Stanford, quien nació en California y, en parte, se formó en Taiwán.
CNEX se orienta a hacer 100 cintas en 10 años. Según Ruby Chen, parte de los fundadores, la idea es producir un cuerpo de trabajo que documentará un periodo en la historia china. “Queremos dejar algo para la siguiente generación”, agregó Chen, de 55 años, exconsultora en McKinsey & Co. (Su esposo, Hsiao-ming Hsu, es un prominente director de cine taiwanés.)
Películas apoyadas por CNEX han tenido éxito entre los críticos, al menos fuera del país. Hace cuatro años, 1428, de Du Haibin, sobre las consecuencias del devastador terremoto en Sichuan en el 2008, ganó el premio al mejor documental en el Festival de Cine de Venecia. Nunca se ha exhibido en salas de China, pero CNEX lo puso a disposición como una descarga gratuita con 3,7 millones de vistas.
Cada año, el consejo asesor de la fundación revisa unas 130 entregas apegadas libremente a las ideas abstractas que mandara, como “dinero”, “sueños y esperanzas”, “crisis y oportunidades”. Este año el tema es “seguridad y confianza”.
Ahora son más
En agosto se reunió una docena de finalistas en Pekín para presentar sus proyectos; los siete directores seleccionados pueden esperar ayuda para perfeccionar el enfoque, hacer tráileres y presentar las películas terminadas en festivales internacionales. También recibirán de 10.000 a 32.000 dólares para completar los proyectos, subvenciones que permiten que CNEX tenga algunos de los derechos de cada cinta terminada.
Wu Fang, cuya primera película Love in Beijing sigue a unos jóvenes chinos obligados por la presión a comprar departamentos que no pueden pagar, dijo que la ayuda ha sido invaluable. “Como cineasta independiente, haces las cosas por cuenta propia”, dijo.
El proyecto ha atraído cada vez más apoyos internos y externos, incluidos donadores como el Sundance Institute, que hace poco envió a documentalistas experimentados a Pekín para consultar con los finalistas de CNEX del 2012.
No obstante, para algunos directores, encontrar apoyo es la menor de sus preocupaciones. Wang Jiuliang, quien recibió ayuda de CNEX, aguantó tres golpizas cuando trataba de registrar los estragos humanos y ambientales provocados por los desechos plásticos que importa China; y detuvieron a Du Bin, quien ha trabajado como fotógrafo independiente para The New York Times, durante cinco semanas tras dar a conocer un documental sobre un campo de trabajo para mujeres.
En julio, el director veterano Zhu Rikun se enredó en una confrontación de toda una noche con funcionarios de seguridad en la provincia de Sichuan, quienes lo obligaron a borrar las entrevistas que acababa de realizar con mineros discapacitados por enfermedades pulmonares. “Ya es bastante malo lidiar con la censura gubernamental y tratar de ganarse la vida, pero los directores chinos también enfrentan la amenaza de las aprehensiones y la violencia”, dijo.
El gobierno también persigue a los festivales de cine independiente. En abril obligó a que se cancelara el Festival Visual Multicultural de Yunnan, en el suroeste de China, una importante plataforma para los documentalistas que están surgiendo. En agosto, las autoridades desenchufaron al Festival de Cine Independiente de Pekín al cortar la luz en su inauguración.
A pesar de esos retos, la creciente calidad y cantidad de los documentales chinos alienta hasta a los cínicos más empedernidos. Zhu, por ejemplo, recuerda que allá en el 2000 podía contar con los dedos de las dos manos la cantidad de cineastas independientes en China. Ahora, con la aparición de las cámaras digitales de video portátiles y baratas, miles de jóvenes chinos hacen documentales. “Entre más duro el entorno, hay más material, y más inspirado me siento”, comentó Yang Lina, un director cuyos documentales hurgan en el envejecimiento y la disfunción familiar. “El gobierno apenas se acaba de dar cuenta del poder que tienen los documentales para transmitir las realidades de la sociedad china.