La democracia sobrevive a la oscuridad
Steven Spielberg, Meryl Streep y Tom Hanks son los protagonistas de una película que hace un homenaje al periodismo.
La película The Post (Los archivos del Pentágono), el nuevo y emocionante drama de Steven Spielberg, trata el tema preferido de los periodistas: ellos mismos. Ambientada en su mayoría durante unas cuantas semanas de 1971, se centra en la decisión de The Washington Post de publicar fragmentos de los Documentos del Pentágono, un inmenso informe clasificado en el que se registró la participación de Estados Unidos en el sureste de Asia desde la Segunda Guerra Mundial hasta 1968.
En manos de Spielberg, esa decisión se convierte en un intrigante thriller sobre la libertad de prensa, la guerra de la Casa Blanca contra ese derecho constitucional y la mujer que defendió esa libertad mientras usaba un fabuloso caftán dorado.
La historia real comienza con Daniel Ellsberg, un miembro de la Marina que también trabajó como investigador gubernamental y después se convirtió en un pacifista clandestino que primero le dio los documentos a The New York Times. Este diario comenzó a publicar partes de los archivos el 12 de junio de 1971.
Después de que el fiscal general John Mitchell acusara a este diario de violar la Ley de Espionaje, un juez ordenó que se dejaran de publicar los documentos. En una época central de la historia estadounidense, el Gobierno estaba evitando que la prensa publicara esa información, argumentando que afectaría la seguridad nacional. Poco después, The Washington Post, que había estado redactando artículos a partir de aquellos que salían en el Times, comenzó a publicar sus propios fragmentos y formó parte de un enfrentamiento en la Suprema Corte respecto de la primera enmienda.
Los documentos del Pentágono le dan al filme su pulso y su peso; el antagonismo entre el Gobierno y los medios le da un aire de actualidad. Aún así, concebir un drama a partir de un diario que no fue el que reveló la historia parece un extraño camino hacia el triunfalismo hollywoodense, aunque el Post estaba a punto de convertirse en un influyente medio nacional.
Otros personajes
También está el asunto de la importancia de los documentos del Pentágono. En sus memorias, Ben Bradlee, el antiguo director de The Washington Post –que Tom Hanks interpreta magistralmente, con una elegancia hipermasculina y un acento bostoniano que viene y va– les dedica a los Documentos del Pentágono cuatro veces la cantidad de espacio que le dio al Watergate (una noticia que sí fue primicia de ese medio). Solo que en la película el reflector no está enfocado en Bradlee, sino en su jefa, Katharine Graham (Meryl Streep), la editora del diario.
La historia comienza en 1966 con Daniel Ellsberg (Matthew Rhys), un analista gubernamental que está en una misión de recopilación de datos en Vietnam, redactando informes en su máquina de escribir portátil entre explosiones y derramamiento de sangre.
El secretario de defensa, Robert McNamara (Bruce Greenwood, que tiene una sonrisa de hielo y el cabello perfectamente peinado y brillante), cree que la guerra no va bien, pero describe de manera falsa y burda el progreso estadounidense a los periodistas. Decepcionado por la postura oficial, Daniel termina por rebelarse en la clandestinidad y se propone publicar los documentos, una decisión trascendental que Spielberg reproduce con sombras espeluznantes y la que podría ser la escena de fotocopiado más estresante en la historia del cine.
La historia sigue con Katharine, quien despierta sobresaltada de un sueño, un artero presagio de los enormes despertares que vendrán, tanto los suyos como los del país. Está a punto de hacer que su empresa cotice en la bolsa, una decisión que ella y un asesor cercano (Tracy Letts, ácido y mordaz) esperan que la estabilice financieramente. Sin embargo, durante la semana en que llegan a ese acuerdo, la empresa será vulnerable temporalmente a sus aseguradores.
La oferta de acciones, escribe Graham en sus memorias, estaba programada para el 15 de junio. Dos días después, el Post tenía los documentos. Lo que sucedió a continuación son hechos conocidos, de manera que la historia le quita toda la sorpresa al argumento del filme. El placer de ver esta película es que te revela cómo sucedió todo.
En su mayor parte, todo sucedió rápido, una velocidad que Spielberg transmite con ritmos acelerados, pies veloces, cámaras apresuradas y una versión placenteramente libre del material de origen. Con su equipo veterano y virtuoso, Spielberg retrata la escena vívidamente y con toques de belleza; lo más sobresaliente es que crea entornos visuales distintos para los dos principales mundos de la historia, que se superponen y a veces chocan.
Katharine domina uno; al principio está encerrada en su imperio de madera y luces tenues. Ben gobierna el otro, mientras observa a los guerreros que teclean en la sala de redacción ruidosa y resplandeciente (la diseñadora de vestuario, Ann Roth, le da a Katharine un brillo sutil, y la lleva de un gris plomizo a un dorado vaporoso).
Así como Daniel recobra la conciencia, también Katharine lo hace, en una metamorfosis paralela que, a su vez, hace referencia a los cambios culturales y sociales que sacuden al país. Una y otra vez, los hombres se apiñan en torno a Katharine, caminan frente a ella, hablan por ella. A medida que la temperatura del drama aumenta, los redactores explotan con furia –y, mientras lo político se hace cada vez más personal, lo personal se hace político–, y Katharine encuentra un nuevo propósito y una nueva identidad. Con pequeños movimientos de su cabeza, miradas penetrantes, ademanes nerviosos y una superioridad excelsa que gradualmente se relaja y se suaviza, Streep crea un retrato muy conmovedor de una mujer que, al liberarse, ayuda a instigar una revolución.
Como muchas películas que convierten el pasado en entretenimiento, esta dibuja suavemente el arco de la historia, mientras agrega énfasis dramático y premura narrativa. Los cineastas desdoblan detalles ambientales fieles a la realidad, como el póster de la película de vaqueros Butch Cassidy and the Sundance Kid (una favorita del verdadero Ellsberg) por el que Daniel y algunos amigos de pelo largo pasan para fotocopiar ilegalmente los Documentos del Pentágono.
Y aunque no es sorprendente que la película omita a personajes importantes y episodios cruciales, su enfoque encaja con la opinión del antiguo columnista de The New York Times, Anthony Lewis, quien escribió que “la revelación pública de los Documentos del Pentágono desafió la base del poder de un presidente: su papel en los asuntos de seguridad extranjeros y nacionales”.
Ese desafío se vuelve el grito de guerra del filme, su razón de ser. Y, mientras ese desafío se convierte en una cruzada, se dirige a una presunción impactante sobre la prensa y su relación con el poder. Ben y Katharine tienen amigos en altos puestos del Gobierno. Esas lealtades –a amigos, a la autoridad del Estado– se ponen a prueba con los Documentos del Pentágono, y esto se hace aún más evidente, quizá, para los propósitos de esta obra de ficción.
El esposo de Graham, Phil, y Bradlee eran cercanos a John F. Kennedy. En sus memorias, Graham escribe que su amigo McNamara aconsejó de manera útil al Times respecto de una carta legalmente delicada sobre los documentos, un detalle que enfatiza la profundidad de estas poderosas lealtades.
Los archivos –que oficialmente se titulan Informe de la Oficina del Grupo Operativo de Vietnam del Secretario de Defensa– son una enciclopedia de decisiones y actos indignantes, lo que Ellsberg alguna vez describió como “evidencia de las mentiras, por parte de cuatro presidentes y sus administraciones, a lo largo de treinta y tres años, para ocultar planes y actos de asesinatos masivos”. Ellsberg no detuvo la guerra pero sí afirmó nuestro derecho, y obligación, de desafiar al poder absoluto.
Por eso es que quizá los cineastas –el guion es de Liz Hannah y Josh Singer– muestran un fragmento del discurso de Mario Savio en el que afirma memorablemente: “¡Hay una época en la que el funcionamiento de la máquina se hace tan odioso, te enferma tan profundamente, que no puedes formar parte de eso!”.
Pero hay más que cursilería y optimismo en los momentos nobles mostrados por Spielberg; en las películas hay cierta tendencia a glorificar o satanizar a los periodistas, que dependen de héroes y villanos. Sin embargo, dados los recientes ataques al periodismo y a la verdad, esta búsqueda de héroes también es irresistible.
Spielberg, un artista astuto que puede inclinarse por el moralismo, no permite que la virtud haga decaer al filme. Aligera la pesadumbre con humor, comedia física (tropiezos y caídas) y un elenco perfectamente sincronizado que incluye a los cómicos David Cross, Zach Woods y un excelente Bob Odenkirk.
Como cineasta, Spielberg se pone invariablemente del lado del optimismo; aquí, esa actitud esperanzada parece adecuada. También parece una consigna.
Pero hay más que cursilería y optimismo en los momentos nobles mostrados por Spielberg; en las películas hay cierta tendencia a glorificar o satanizar a los periodistas, que dependen de héroes y villanos”.
Spielberg, un artista astuto que puede inclinarse por el moralismo, no permite que la virtud haga decaer al filme. Aligera la pesadumbre con humor, comedia física (tropiezos y caídas) y un elenco perfectamente sincronizado”.