Amor y chateo: Relación virtual
Primero fue ficción, luego un lujo. Hoy el videochat dejo la mesa de negocios internacionales y pasó a la mesa de noche, desde donde se comparten las emociones cotidianas. No se negocia nada, solo la grata compañía virtual.
Son las ocho. Corre a verse en el espejo. Se arregla un poco. Ojalá no sea como la cita virtual que tuvo Megan Fox en la película Transformers 2 cuando su novio la dejó plantada, susurra. Se sienta frente a una cosa que parece una agenda. La abre y la enciende.
En ese instante suena el timbre del aparato. Es él, que recién se despierta del otro lado del mundo. Se habían puesto de acuerdo para comer juntos. Ella la cena, él un café. Esto que más parece el fragmento de una canción de Arjona, es una realidad brevemente descrita.
Mientras hablan, el teléfono descansa. Ahora no es más que un pisapapel que impide que las facturas del mes se vuelen con el viento. De vez en cuando algún enemigo de la tecnología suele hacer uso de él.
Te ves bien. Tú también. Estás usando la pijama que te regalé. Y tú los aretes. Ríen, hablan, coquetean. Se sirven su comida y vuelven a sentarse frente a la imagen del otro. Su suerte fue mejor que la de la actriz de Transformers, sin duda. No solo porque a ella no la dejaron plantada, sino porque además la Fox no usaba una tableta digital que es mucho más manejable que una computadora portátil. La conversación puede durar horas, si no fuera porque él debe alistarse para ir a trabajar.
Pero no ha sido Arjona el que le ha cantado (aún) a este tipo de amores que a la distancia se acompañan virtualmente. El merengue del dominicano Sergio Vargas fue premonitorio: Desde que me dejaste la ventanita del amor se me cerró. Es lo que sucede cuando esos amores terminan. No más skype, gmail o facetime. La ventana a través de la que podían llevar una relación casi cotidiana, se cierra.
Suele aparecer la tentación por levantar la cortina a ver qué pasa. Pero como la situación puede resultar incómoda, los examores empiezan a escudriñar en otros espacios como Facebook, por ejemplo. O ponen el nombre del otro en Google a ver qué aparece. De repente nada, pero las redes nos dan sorpresas. A veces afloran fotos que prometían haber sido borradas por su dueño.
“Tanto tiempo sin verte es como una condena” canta Vargas en el mismo merengue noventero. Eso es ahora casi impensable. Los que se quieren ver, tienen mil maneras de hacerlo, incluso hasta por un celular.
Al parecer, cuando las distancias se acortan, la espera para un reencuentro también. Así lo expresan quienes han tenido esa experiencia. Y volverse a ver en cuerpo presente ya no resulta tan excitante como cuando no lo hacían en tiempos.
Las ventanas se abren y se cierran en las redes. Sonrisas, lágrimas y besos volados. En un momento parecen presentadores de noticias, y en otros, modelos de pasarela. Vestidos o desnudos, arreglados o improvisados. La información sigue recorriendo las redes y las vidas continúan entrelazándose. Y las cámaras están en el corazón de los propios actores. Él es el que decide cuando decir ¡corte!