En la vida real Mentiras virtuales
“Podemos llegar a pensar que todo cuanto experimentamos en el mundo virtual se queda allí y no trasciende... Alterar la realidad es un juego en el que entramos con cierta facilidad y sin remordimiento”.
Megan se suicidó porque su novio virtual la dejó, relata el periodista colombiano Gonzalo Piñeros en su libro Historias reales de redes virtuales, publicado por Grijalbo en abril de este año.
La adolescente estadounidense, de 13 años de edad y con serios problemas de autoestima a cuestas, se había enamorado de un personaje creado por una vecina de 47 años. Algo que comenzó como una venganza aparentemente inofensiva por haber molestado a su hija cuando las niñas eran compañeras de colegio, terminó siendo un controversial caso que puso en evidencia el vacío jurídico de las redes sociales ante la falsificación de información y sus consecuencias.
Continuar con la historia de Megan no me compete a mí sino a Piñeros, quien oportunamente agrupó en su publicación siete historias relacionadas con la vida en las redes sociales. Cada caso aborda una problemática diferente, pero este fue el que me motivó a reflexionar sobre las verdades y mentiras que tejemos en nuestra enredadera diaria.
La RAE define lo virtual como aquello que tiene existencia aparente y no real. Partiendo de esto, los usuarios de las redes sociales virtuales podemos llegar a pensar que todo cuanto experimentamos en ese ámbito se queda allí y no trasciende. ¿Será por eso que somos más propensos a mentir en esos espacios? Alterar la realidad es un juego en el que entramos con cierta facilidad y sin remordimiento, tanto adultos como jóvenes.
En una ocasión escuché a una mujer decir: Mi hija de 6 años ya tiene Facebook, solo le cambiamos el año de nacimiento y pudo abrir su cuenta. ¿Habría hecho lo mismo esa mujer para que su hija de 6 años entre a ver una película para mayores de edad? Posiblemente no. No solo por las implicaciones legales que pueda tener, sino porque resulta complicado aparentar 18 cuando se tiene apenas 6.
¿Pero qué tiene de malo? Todos los niños en su escuela tienen una cuenta en Facebook, podría continuar diciendo la madre. Entonces me preocupo más, pues ya se trata de un comportamiento general que tiene que ver con el valor que le damos a la palabra.
Cristina María Scotti, autora de Cuatro valores para ser líder de uno mismo, establece la honestidad como uno de los valores para crecer como individuos. “La honestidad va unida a la verdad. La verdad da confianza... tu desafío es vivir en un mundo de mentiras con nuestro sentido de la verdad y no quedar atrapados”, recalca la autora.
Pero no pasa nada, si puedo cambiar la información cuando quiera, puede seguir argumentando la mujer. La cultura del undo o “deshacer” se hace presente entonces.
Percibimos que apretando un botón se puede revertir un hecho sin que hubiera ninguna consecuencia por ello. Con esto, la ley de causa y efecto no tiene ningún sentido.
Mentir o no es cuestión de cada quien. A decir de los expertos, es un acto recurrente en la mayoría de los individuos que tienen una vida virtual activa. Pero inducir a menores de edad a la selva virtual a través de una mentira puede ser peligroso. El ciberbulling, tema de una próxima columna, es solo un ejemplo del riesgo al que los exponemos.