La amistad y otros tesoros
Pensar en tener un millón de amigos era poesía. Ahora, con tres o cuatro mil hay quien se conforma. Las redes te sugieren decenas de opciones cada día y sin proponértelo tu lista se va haciendo más larga. No averiguas si son personas verdaderas o perfiles falsos. Ves sus caras y sus nombres y, si te parecen interesantes o son amigos de tus amigos, los aceptas. Así, la colección de desconocidos a quienes Facebook bautiza como “amigos” se agranda.
Antes, ganarse el lugar de amigo no era cosa fácil, pues solíamos ser más selectivos al respecto. Uno se hacía amigo de sus compañeros de salón de clase, del grupo de deporte, del club de guitarra o de los de la casa vecina. Algo que ocurría comúnmente, y ahora puede sonar extraño (e imposible en el mundo virtual), era que conocíamos a los papás de nuestros amigos. Y más de una vez nos sentamos en su mesa a compartir una comida.
La amistad nacía de las relaciones cotidianas y de los vínculos previos de nuestros familiares con otros. No era extraño que incluso nos hiciéramos también amigos de los hermanos mayores o menores de nuestro gran amigo. Salíamos al cine en gallada, no sin antes ponernos de acuerdo por teléfono. Uno de esos que ocupaban un espacio en una mesita de la casa y no en el bolsillo del pantalón. De esos que sonaban poco, comparado con los de ahora.
Lindos tiempos aquellos en los que volvíamos de vacaciones con nuevos amigos. Y quizá no nos volvíamos a ver hasta la siguiente temporada. O cuando viajábamos a estudiar a otra ciudad u otro país y hacíamos amigos de otras culturas. Luego intercambiábamos cartas por correo, de aquellas que tardaban semanas en llegar. Se perdían en el camino y se encontraban nuevamente para llegar a nuestras manos llenas de sellos y estampillas.
Siempre podemos dar paso a la añoranza y podemos llegar a pensar que aquello era mejor. Pero el tiempo, que pone todo en orden, sabe quiénes son esas personas con las que nos dan ganas de mantenernos en contacto y fortalecer los lazos fraternos. Y esos verdaderos amigos aparecerán en los primeros lugares de nuestra lista virtual. Entonces nuestros Facebook serán un reflejo de nuestras maravillosas vivencias, de nuestros viajes y encuentros. Y ahí sí estaremos atesorando una larga y valiosa lista de amigos.
Pero me pregunto qué pasa con aquellos que no van al club de guitarra, que no practican deportes ni salen a la calle a jugar con ningún vecino. La posibilidad que les dan las redes de volverse ermitaños sumado al ambiente de inseguridad que las sociedades viven actualmente, hacen que la lista de amigos en sus redes o bien sea corta o en su defecto larga, pero menos real.
Ese lazo invisible que se forma a base de experiencias compartidas, de afecto y sobre todo confianza es para mí la amistad. Entonces, las redes deberían tener también la opción de ‘conocidos’ para no restarle valor a lo que es un amigo. (O)
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