Ángel Encalada: Lojano de sangre amarilla
Historia de un emprendedor que trabajó en las calles, pero ahora su restaurante apoya a los juveniles del Barcelona.
Ese sábado, el restaurante era una fiesta. Afuera, los comerciantes ofrecían afiches, camisetas y entradas para el partido del día siguiente. Adentro, olía a pollo asado y victoria. Las paredes lucen dibujos, gigantografías, fotos del recuerdo y las más recientes celebran el título de campeón del equipo torero.
En medio de ese bullicio. Entre ese ir y venir de comensales que llegan tras platillos a base de pollo y aficionados del fútbol, está Ángel Encalada feliz como un niño enfundado en una camiseta amarilla con el escudo del club, la estrella con el número 14 y una frase que grita: “¡Más unidos que nunca, Barcelona campeón!”.
La escena era en Pollos a la Brasa Barcelona, restaurante de Encalada, ubicado en Sucre y Boyacá.
Ese sábado era una fiesta. Pero la vida de Ángel Encalada Gálvez no siempre fue así de feliz. Hace 56 años nació en la ciudad de Loja. Cuenta que desde pequeñito deliraba con la bandera de Barcelona. Aunque le gustaba jugar pelota, no lo hacía como otros niños. Porque desde sus 9 años empezó a trabajar en las calles: cuidando carros ajenos; sacándoles brillo a los zapatos de otros. Cuando reunía unos centavos, corría al mercado a calmar su hambre con una chanfaina, plato típico de Loja preparado con las vísceras del chancho.
Comencé como comerciante de la calle, de abajo... Por eso les digo a los muchachos que recién empiezan a caminar en la vida que no roben, que trabajen”.
Ángel Encalada
“ –confiesa Ángel–. Seguí avanzando con honradez y sin robar,Lo escucho y me lo imagino de niño con su cajita de lustrar, todo manchado de betún, con mucha hambre y frío. “Desde pequeñito soy hincha a muerte de Barcelona. Recuerdo que solo la radio Mambo llegaba a Loja, ahí escuchaba los partidos porque no tenía ni un céntimo para ir al estadio de Loja, peor para venir al de Guayaquil”.
Pero a sus 14 años llegó al inmenso calor guayaco. A la ciudad donde nació su equipo que justamente ese año –1970– se proclamó campeón y meses después derrotaría a Estudiantes de la Plata en la misma Argentina.
A Guayaquil lo trajo su hermana Graciela, la primera que había emigrado. Enseguida empezó a trabajar con su hermano vendiendo ropa que estaba sobre una sábana tendida en el suelo; cuando llegaban los municipales, la recogían y se escondían para que no les decomisaran la mercadería. “Comencé como comerciante de la calle, de abajo –confiesa Ángel–. “Seguí avanzando con honradez y sin robar, por eso les digo a los muchachos que recién empiezan a caminar en la vida que no roben, que trabajen”.
Datos
Ángel llegó a Guayaquil desde Loja a la edad de 14 AÑOS
gracias a su hermana.
Cuando tenía 17 años, su hermano le dio 15.000 sucres para que iniciara su propio negocio. En La Bahía alquiló un local. En Cuenca compró 10 bultos de ropa y la vendió en una semana. Regresó a adquirir el doble de ropa que el fabricante le vendía de manera exclusiva. Años después, cuando la mercadería subió de precio, decidió fabricar ropa. Aunque no sabía nada de confección, pero recibió la ayuda de expertos y de Felipe Zambrano, un distribuidor de máquinas industriales.
Esa tarde, recordando esos tiempos de inicios, la voz se le quiebra y hasta lagrimea de la emoción. “Era pelado, pero era un hombre de trabajo y arriesgado”, dice orgulloso. Entre 1985 y 1991 tenía fábrica y casa propia. En su taller trabajaban 80 empleados que confeccionaban 200 jeans diarios que él vendía en su almacén y a otros comerciantes. Todo iba viento en popa, Angelle era la marca de su ropa. Pero en el 2000 llegó la dolarización y todo se vino abajo, también vino la ropa china barata. “Un jean chino costaba $ 5 y el nuestro $ 8. Así no podía competir y decidimos buscar otro negocio”, cuenta.
De la calle Sucre
En el 2002, junto con su esposa Luz Riofrío, adquirió un restaurante que en 1968 había comenzado como Pollos Barcelona Juvenil. Era un local maltrecho pero con clientela gracias a su deliciosa sazón. Para entonces el establecimiento ya se llamaba Pollos a la Brasa Barcelona. “Y yo continúo con ese mismo nombre porque es el nombre del equipo de mis amores. Esa es la suerte cuando uno trabaja de buena fe”, comenta.
¿Pero sabía algo de restaurantes y asar pollos?, indago, y él riéndose responde: “Nada. Cero, Polito, cero. Yo no sabía nada”. Pero por suerte, El Compita, el cocinero de siempre, continúo trabajando con él hasta ahora. Cree que tuvo éxito por su trabajo arduo y honrado.
Luego hizo un préstamo para construir el actual local, mientras tanto funcionó en un lugar alquilado. El año anterior, el restaurante volvió al nuevo edificio.
Ángel Encalada no olvida que cuando recién llegó a Guayaquil, ahorraba para ir al estadio a alentar al Barcelona. Nunca, ni en las buenas ni en las malas, olvidó a su equipo. Cuenta que de muchacho soñaba con ser futbolista y defender los colores de su ídolo. Siempre quiso ayudar a su club, recién lo pudo hacer en el 2007 durante la presidencia de Eduardo Maruri. Desde entonces, todos los días, los jugadores de las formativas de Barcelona almuerzan gratuitamente en su restaurante. “Porque yo no tuve quién me diera una alimentación, quién me apoye” –expresa con sentimiento Encalada–. “Siempre he sido pobre y honrado, me ha gustado ayudar a los pobres, estar con ellos, no con los de arriba”.
Recientemente, Barcelona Sporting Club nombró a Pollos a la Brasa Barcelona su restaurante oficial y reconoció a Ángel Encalada como El Padrino de las formativas del equipo.
Tan amarillo es su restaurante que todos los nombres del menú están relacionados con Barcelona, por ejemplo: la chilena del artista es un octavo de pollo con ensalada y patacones; la goleada a lo Barcelona es igual a un pollo asado con ensalada; el frentón es un arroz con menestra y chuleta; la sazón de Madruñero corresponde a una sopa de pollo. Y así por el estilo.
Ese sábado anuncia que está preparando un nuevo plato: la estrella 14, pero qué sabor tendrá es un secreto gastronómico aún.
“Y pensar que cuando era niño no tenía ni para comer ni para entrar al estadio –reflexiona–. Por eso me siento orgulloso”.
Ese sábado, el restaurante era una fiesta. Una fiesta que Ángel Encalada Gálvez trabajó desde que era ese niño que quería jugar, pero tenía que lustrar zapatos.