El tesoro de Panchita
Esta amable mujer ha escogido vivir confinada en su comuna Subida Alta, en la isla Puná. La gran ciudad le es ajena, pero tampoco parece necesitarla.
El mar alrededor de la isla Puná ha sido escenario de tremendas batallas entre piratas. Una especialmente feroz fue librada por un navegante que había desenterrado un tesoro en la colina hoy conocida como Punta Brava, en la costa oeste de la isla, mientras que su contrincante fue otro bandido que intentó arrebatarle el botín.
La lucha fue intensa por el oro, que en medio de las municiones y los golpes de espada terminó hundiéndose como pesada roca en el agua turquesa, para convertirse en una serpiente que puso fin a la batalla con más sangre.
Esa es una de las historias que Francisca Banchón solía escuchar de su padre cuando era niña. “En esos tiempos había para acumular tesoros. Ahora ya no. Hoy se vive con lo justo”, indica.
Lo justo también es lo suficiente. Panchita, como suelen llamarla, ha tenido una vida plena en sus 80 años de mirar los atardeceres que se sumergen en el horizonte de su isla. No le gusta salir de allí, porque se marea en las lanchas. “Me molesta el olor a gasolina”, dice.
Por ello es ajena a todo aquello que los citadinos consideramos normal, como vitrinear en un centro comercial, apresurar el paso por una vereda atestada de gente, tomar el bus para ir al trabajo, cruzar una calle en medio de vehículos… Todo aquello que motiva a convencernos de que el silencio es aburrimiento y el caos, modernidad.
En pleno siglo XXI, aún resulta rarísimo observar un automóvil en la comuna Subida Alta, cuyos caminos de tierra que atraviesan sus 56 viviendas fueron tallados únicamente por el caminar de sus aproximadamente 200 habitantes.
Curiosamente, su esposo, Gilberto Quinde, falleció en un accidente de tránsito a pocos kilómetros de la comuna. Ocurrió hace 21 años. Él manejaba una moto que en una curva chocó con el único vehículo pesado que circulaba en aquellos caminos. “Esa volqueta llegó solo para quitarle la vida”, dice Panchita, quien con su cónyuge procreó 16 hijos, de los cuales sobreviven 11.
“Nadie me cree que a todos los parí en la casa, con la ayuda de una partera que era tía de mi marido”, indica esta mujer que disfruta de una salud casi perfecta (“solo me falla un poquito la presión de vez en cuando”), lo cual agradece a una dieta compuesta mayormente de concha, camarón, ostión y pescado.
Mundo mágico
Las zonas campesinas del Ecuador están abrazadas por una encantadora aura de misticismo que abre grietas en la mente del citadino moderno. Panchita recibió esa herencia cultural de su padre. Y ella se la entregó a sus hijos, señala en el lugar más social de su casa: un balcón de madera de laurel atravesado por una hamaca y sembrado de flores que crecen en ollas de metal, desde donde se domina un océano infinito extendido por donde apunte la mirada, que también capta una colina coronada por un mirador turístico, allí cerquita a la izquierda; un acantilado de rocas adornado con tres cabañas comedor que sirven mariscos, a la derecha, y un árbol de algarrobo que sostiene cinco hamacas a escasos diez metros de esta casa de fachada verde y amarilla, como si fuera una fruta a medio madurar.
Este balcón se eleva en el piso alto de esta casa sostenida sobre una tímida colina, todo frente a un mar habitado por delfines que son el resultado de humanos desobedientes que se atrevieron a zambullirse en el Viernes Santo y de una sirena que antes era una niña que tocaba la guitarra y cantaba. “Ella es la reina del mar”. Y quien le pone letra y música al susurro de las olas.
En tierra, el asunto es también melodioso. La tonada viene por los silbidos del duende conocido como Tintín, que así conquista a las mujeres solteras. Aunque también puede volverse espeluznante cuando se trata del rítmico trote del caballo de un jinete diabólico vestido de negro que deambula por la playa en las noches de luna llena.
El balcón de Panchita funciona como un faro que centellea maravillas, mientras abajo los chivos y los chanchos revolotean por la amplia playa y bajo la sombra de algarrobos, en caminos de tierra asfaltados solo con pisadas y más pisadas. “No se puede tener muchos animales porque escasea el agua. Hay que irla a buscar en los pozos”, señala Panchita como la principal carencia de la comuna, por lo que cada vivienda posee un burro para cargar el líquido.
Pajarito es el burro de la casa, que rebuzna inquieto cada vez que tiene sed. “Pide su parte del líquido. Tiene derecho, ya que él lo carga”. Panchita también logra abastecerse a través de un gran tanque que repleta con las lluvias de invierno, y emplea esa agua también para cultivar el maíz con el que alimenta a sus quince gallinas.
Panchita Banchón es una mujer menuda de personalidad avasallante, sonrisa fácil y timidez franca. “Es la matriarca de la comuna. Todos la respetan”, indica Hugo Coronel, presidente de Subida Alta. Sonia Quinde, hija de Panchita, la califica como una madre “muy estricta; siempre quería que sus hijos supieran hacer de todo en la casa”. Vicente, otro de sus vástagos, destaca la importancia que ella da al respeto hacia los mayores. “Como hijos nos enseñó que el saludo es lo principal. Siempre saludar, pedir permiso, agradecer”.
El atardecer comienza a teñir el cielo de sangre, como si fuera aquel mar antes escenario de las batallas piratas, para abrirle paso a una noche propicia para el cabalgar del jinete diabólico.
Panchita, quien comercializa bebidas y bolos, vende las últimas botellas de agua a los turistas que han llegado a la playa, algunos de los cuales se quedarán a acampar o en las hospederías comunitarias del poblado, quizás para alejarse de aquella ciudad que los obliga a olvidar la idea de sí mismos.
“Me gusta ver cómo disfrutan de la isla. Allá en la ciudad todo es carros, gasolina y humo. Aquí me dicen que sienten el aire fresquito, el mar limpio, la noche serena. Creo que a veces nos olvidamos de disfrutar lo básico”, indica poco antes de cerrar la puerta de su vivienda con un rústico picaporte, para luego hacer sonar su piso de madera mientras camina a su cuarto para recostarse en su colchón de lana de ceibo, donde posiblemente soñará que su esposo aún la abraza con ternura. “Buenas noches”, dice. Seguro que lo serán.
Contacto Vicente Quinde, hijo de Panchita, es el presidente de la Asociación de Turismo Los Punáes, de Subida Alta, (09) 482-3258.