Fidel Haro: El hombre que vive con intensidad el río Guayas
Toda su vida está atada al río. Ahora, a punto de jubilarse como entrenador de remo, revive sus días de remero y entrenador. Largos días de aprendizajes, sacrificios, triunfos y derrotas.
Hace 68 años nació en Guayaquil Fidel Haro Arellano, legendario remero y prestigioso entrenador de la Asociación Deportiva Naval (ADN), su club del alma.
La semana pasada me recibió en la Base Naval norte, a orillas del río y casi debajo de los puentes que cruzan esas aguas. Ahí entrena a su cuadrilla de remeros que practican ese deporte tan tradicional.
Esa mañana, mientras sus pupilos juegan baloncesto antes del entrenamiento, Fidel Haro –alto, de contextura fuerte, cabello y bigote cano– evoca que a los 12 años empezó a revolotear alrededor de los remeros, quienes “a uno lo tenían nada más como muchacho de mandados”, dice sonriente. Los remeros en esos tiempos eran estibadores fuertes y de tremendos brazos porque las yolas eran pesadas, de laurel grueso, un remo pesaba 14, 16 libras. Era un deporte duro, pero él lo aprendió. A los 16 años ya corría en yola por el río.
Su primer equipo fue el 25 de Julio, después estuvo en los clubes Frusan, River Oeste y otros. “Entré a élite a los 16 años y ya tengo 68, cada día se aprende, esto nunca se deja de aprender. El remo es como la guitarra: mientras más la tocas, más registros le encuentras. Así es el remo”, reflexiona. Tampoco olvida a sus antiguos maestros: los hermanos Game Peña, Jacinto Vargas y Adriano Valarezo. A sus 23 años, Haro se inició como entrenador. “Creo que soy uno de los últimos que está quedando ya del tiempo de los viejos –dice nostálgico–. En esos tiempos, el remo era muy fuerte, decían que el remo era deporte de cholo. No es así, el remo es tradicionalmente de caballeros. El remo es una belleza”.
Haro dice que desde 1972 está en la Armada, lo contrató el comandante Hernán Alvear. Como deportista ganó doce veces la regata Guayaquil-Posorja y desde que entró a la Marina, su equipo ADN ha vencido en 27 regatas. “Ahorita mantenemos el récord con 6 horas y 19 minutos en la regata Guayaquil-Posorja –que por su recorrido de 56 millas náuticas, o sea 103 kilómetros, es la más larga del mundo–, tiempo que nadie lo ha podido bajar todavía”, proclama con orgullo Fidel Haro, quien hace cuatro años corrió, como remero, por última vez esa regata.
Él, que se alimentó de las enseñanzas de entrenadores y remeros legendarios, es un entrenador actualizado con cursos dictados por la Federación Mundial de Remo en Argentina, Paraguay, Uruguay, México, Chile, Isla Caimán, Estados Unidos y Perú.
A mi inquietud de cómo tiene que ser actualmente un remero, Fidel Haro con su mirada enfocada en el río responde: “Espigado, no demasiado grueso, con flexibilidad y tiempo para entrenar de noche, de madrugada, así llueva, truene o relampaguee, siempre hay que estar ahí porque hay que dominar a la embarcación y al río. Hay que descifrar al río para poder triunfar en este deporte que es bastante difícil”. Además, nada de vicios, malas noches y sexo moderado.
Haro refiere que actualmente ADN corre en yolas norteamericanas de grafito que pesan tan solo 150 libras –miden 12 metros– y cada remo, dos libras y media de peso.
Historias en el río
Comenta que todos los meses hay competencia de velocidad entre los clubes, pero la regata a Posorja que se corre el viernes de Semana Santa es la más prestigiosa y tradicional. Tanto así que para competir en esa travesía ADN empieza a entrenar en octubre.
La primera edición de dicha regata fue el 20 de marzo de 1940. El año anterior compitieron 18 equipos, pero el ADN de Haro fue el que ganó la edición 72 con un tiempo de 6 horas y 54 minutos.
Pocos días después, ese mismo equipo viajó a Lima y ganó la Travesía de Chorrillos. “Fueron como 30 kilómetros de distancia, batimos récord con 3 horas y 20 minutos, y trajimos la Copa de allá”, dice con orgullo Fidel, quien confiesa que se sufre más de entrenador que remando y más aún si el equipo va perdiendo. Es que el entrenador va en una embarcación a 50 metros viendo competir a sus dirigidos sin poder hacer nada.
Esa mañana, el sol pega fuerte. El río es un espejo de aguas móviles y calientes. Es cuando los miembros de ADN se aprestan a entrenar en el río, porque también lo hacen en simuladores de última tecnología.
Antes de unirse al entrenamiento, Haro, quien ha vivido numerosas historias, recuerda algunas. No olvida cuando una noche remando rumbo a Posorja, en plena oscuridad, vieron dos lucecitas fosforescentes que los seguían. Resultaron ser los ojos de un lagarto. “Decíamos: ¡Rema, ahí viene el lagarto, rema! Nunca nos atacó, pero nos venía siguiendo, parecíamos un motor poderoso, eso duró unos 5 minutos porque después se fue a pique. ¡Púchicas, el lagarto nos hizo ganar!”, exclama riéndose. Tampoco olvida la madrugada cuando un tronco rompió la yola y estuvieron náufragos por tres horas y media en el mar, agarrados a los remos que no se hunden porque son livianos, así hasta que los recogió un barco pesquero. “Éramos cinco y el mar nos iba llevando para afuera. Ya empezamos a ver los delfines, pensamos que eran tiburones, pero de todas maneras el delfín por jugar te ataca, te estropea y mata. Solo se ve cielo y agua, no se ve más. Eso fue terrible, fue mi mayor experiencia en el mar”.
¿Hasta cuándo va a seguir entrenando?, indago, y Haro con cierta tristeza responde: “Creo que hasta diciembre. La juventud se impone. Ya tengo a mi sucesor, el cabo Sornoza me está reemplazando poco a poco. Lo estoy entrenando para que me supere y sentirme orgulloso de que fue mi alumno”, manifiesta. Asegura que nunca se alejará del río, ni jamás se despojará de la camiseta de su adorado ADN. Y que cuando se jubile se dedicará a verlos correr y así será feliz. Seguirá remando para mantenerse en forma y gozar la vida sanamente. Para ese ser humano, remador y entrenador que es Fidel Haro, el río es una belleza que le ha enseñado a saber apreciar la vida. A remar y no irse a pique.