Florentino Briz: Compromiso y sacrificio
El movimiento de Schoenstatt cumplió 100 años de creado en Alemania. Florentino Briz, uno de los fundadores de este santuario en Ecuador relata lo que Dios busca.
Florentino Briz es conocido por muchos. No solo por las entrevistas que le han hecho en relación con el movimiento católico de Schoenstatt, sino por su llegada a Ecuador hace 62 años, cuando tenía 14.
Su niñez no fue fácil. Pasó hambre, frío y pobreza en su pueblo natal Guijo de Ávila, en la provincia de Salamanca, España, en plena Guerra Española (1936). Por eso dice poder comprender al prójimo.
Pero esa vida difícil cambió cuando llegó a Guayaquil invitado por su tío el español Florentino Briz Sánchez y conoció, además, a su prima lejana María Antonieta Briz con quien años después se casó y tuvo cinco hijos.
Sin embargo, cuenta, antes del enlace ambos pertenecían al grupo Acción Católica, para ayudar a la gente a acercarse a Dios. “Éramos jóvenes, 22 y 17 años, y solo aspirábamos a ser mejores personas, porque teníamos conciencia social y Dios lo quiso así”.
Su transformación interior, asegura Florentino, fue algo providencial. Sucedió en 1960 cuando asistió a una charla dada por el sacerdote español Juan Fernández Marín, quien trajo a Guayaquil las ideas del movimiento Schoenstatt en Chile.
El mensaje que atrapó a Florentino fue que debía ser diferente, que si quería cambiar a otros, primero había que empezar consigo mismo, y que ese cambio tenía que reflejarse comportándose distinto.
Fernández también dijo: “No tienen que llamar la atención con la forma de vestir ridícula, sino con un buen comportamiento, siendo los mejores padres, los mejores empleados y como empresarios, siendo justos y que sus ejemplos sirvan para que otros puedan vivir de manera correcta”.
Reunión de grupos
Florentino procuró prepararse. Con la charla descubrió lo que era la corriente de vida de Schoenstatt fundada en Alemania, el 18 de octubre de 1914, por el padre José Kentenich.
Al principio, dice, empezó a reunirse en un garaje y luego en una escuela con señoras, jóvenes, casados o solteros, que buscaban saber en qué consistía el movimiento, y cuando lo tuvieron claro, estructuraron los grupos de trabajo.
“Empecé a trabajar con el grupo familiar integrado por cinco matrimonios. Nos capacitamos mucho en cuanto a la vida, cómo educar a los hijos, cómo eran nuestras relaciones con el matrimonio, cómo ser mejores y cómo ayudar a la gente. Pretendimos crear una comunidad nueva, un país nuevo”.
Años después, asegura, se construyó el primer santuario de Schoenstatt en Ecuador, el 20 de enero de 1972, situado en el kilómetro 5,5 de la vía Juan Tanca Marengo, en Guayaquil; y los integrantes, poco a poco, se iban instruyendo a través de la lectura con el apoyo de schoenstattianos que provenían ya sea de Chile, Uruguay, Argentina o Brasil y que habían aprendido del padre Kentenich la misión y los valores del movimiento cuando vivió en sus países. “Él nunca vino a Ecuador”.
Todos los schoenstattianos a nivel mundial, explica, lo que pretendemos es ser testimonio de Dios, de la Mater (Virgen), de Jesucristo. Él vino a marcar un camino: ser felices y hacer feliz a otros. “No se trata de decir yo soy feliz y me quedo tranquilo, sino de sentir la fe práctica de la Divina Providencia, confiar en que todo saldrá de acuerdo a su propósito”.
Feliz schoenstattiano
Uno de los mejores regalos que Dios le dio a Florentino, comenta, es sentir gran felicidad. No solo en su matrimonio y vida familiar, sino por pertenecer al movimiento de Schoenstatt, sobre todo, porque le mostró respuestas a sus inquietudes, un camino diferente que lo siente y vive plenamente.
Ser verdaderos schoenstattianos significa ser honestos, personas de bien, esforzarse y luchar por ser más comprensible con la gente, entenderla, quererla y ser solidarios.
El papa Francisco, menciona Florentino, insiste en que la solidaridad se está perdiendo. Y precisamente el movimiento Schoenstatt desde su fundación hace 100 años trabaja en ella a nivel mundial.
En Guayaquil los schoenstattianos colaboran con organizaciones como las fundaciones Compartir, que brinda alimentación, becas escolares, charlas para padres, y Pro-Vida, que defiende la vida desde la concepción y asiste especialmente a la juventud que consume alcohol y drogas, entre otros.
Además creó la Unidad Educativa Monte Tabor Nazareth como un aporte a la cultura y la aldea Cristo Rey, que alberga a niños que no tienen padres, se los educa y a ser buenos hijos de Dios. Incluso formaron el grupo CIES, formado por empresarios schoenstattianos que comparten proyectos con modelos éticos.
Falta de compromiso
Lo que más le molesta a Florentino, asegura, es que no haya el compromiso y el espíritu de sacrificio de la persona. “Actualmente hay tantos divorcios porque la gente no soporta ciertos momentos difíciles y hay que saberlos sobrellevar”.
“El matrimonio es una institución maravillosa creada por Dios. Hay que saber comprenderse y vivirlo con alegría. Es para siempre, para educarnos y educar. Hoy en día se ha sacado a Dios de los hogares, de los colegios, de los gobiernos y los ha reemplazado por falsos dioses”, afirma.
Lo que pretenden la Iglesia, el papa Francisco y el movimiento de Schoenstatt a nivel mundial es eso: que la gente dé importancia a la familia, porque donde hay una familia sana hay una ciudad sana y personas que se respetan.
“Los schoenstattianos usamos la terminología de aportes al capital de gracias, es decir, ofrecemos sacrificios en beneficio del prójimo. Además, no nos sentimos amargados, ni preocupados”.
Florentino dice estar siempre abierto a la voluntad de Dios y estar preparado para el encuentro con Él. “Lo he conversado muchas veces con mi señora, porque estoy en primera fila, ya tengo 76 años. Uno sabe que nos vamos acercando más a eso. Estoy listo, no es fácil decirlo, pero lo acepto”.
Él considera que el cielo y el infierno están en la tierra. Cree que en la medida que el hombre se compromete está recibiendo la gracia de Dios, pero si él hace daño, roba y hace algo incorrecto, está buscando ir hacia el infierno.
Visita a Alemania
El 18 de octubre pasado, Florentino estuvo en el santuario original de Schoenstatt, en Alemania, a propósito de los 100 años de su fundación. Está situado en el pueblo de Vallendar cerca de la ciudad de Coblenza. “Lo que se pretende en todos los santuarios que existen en el mundo es que las personas se transformen para hacer una nueva comunidad integrada por seres con proyección hacia los demás”.
Hubo gente de más de 50 países, de distintas razas, idiomas y formas de ser. Florentino, comenta, se maravilló al sentir una comprensión y un ambiente de familia. “Yo hablaba con schoenstattianos que nunca nos habíamos conocido y nos dábamos fuertes abrazos como verdaderos hermanos”.
Cada representante del movimiento de cada país presentó los proyectos que se están realizando en beneficio de la sociedad y fueron más de 300, incluyendo Ecuador. También hubo misas en varios idiomas, encuentros familiares, actuaciones artísticas de grupos de las mismas familias e incluso gente del pueblo que se volcó a dar atenciones a los schoenstattianos.
Lo mejor, relata Florentino, es que existen diez personas en el mundo que están en proceso de canonización que pertenecieron a Schoenstatt. Entre ellos el padre fundador José Kentenich.