Jenny Estrada: Entre música y sabores guayacos
La historiadora Jenny Estrada dirige el Museo de Música Popular Julio Jaramillo. Acaba de lanzar un libro en el que rescata los sabores de la gastronomía típica de Guayaquil.
Jenny Estrada Ruiz es una guayaquileña incesante. Apasionadamente hiperactiva en sus emprendimientos. Desde el 2008 dirige el Museo de la Música Popular Guayaquileña Julio Jaramillo y especialmente la Escuela del Pasillo Nicasio Safadi que le da vida y sangre nueva a nuestra auténtica música que estaba agonizando. Esta historiadora ha publicado 26 libros. El 2 de octubre, dentro del Congreso Internacional de Gastronomía Ecuador, Latitud Cero, dio a conocer su más reciente obra: Sabores de mi tierra. Historia y tradiciones de la mesa guayaquileña.
En ese museo donde vive el pasillo a orillas del Guayas, conversamos sobre la importancia de nuestra música popular y los sabores guayacos. “El concepto actual de un museo no es el de un lugar donde se guardan cosas bonitas y viejas para que la gente las mire –expresa con su firmeza y convicción característica–. El museo tenía que tener vida y esa vida debía ser una escuela de transmisión de la música popular. Amor a nuestra música eso es lo que se enseña aquí”.
Orgullosa expresa que la siembra de la escuela ha dado frutos: excelentes solistas, dúos y tríos que ahora actúan como profesionales. Se refiere, entre los más conocidos, a los dúos de Denisse y Lissette Cuadrado; Marcelo Reyes y Fernando Vargas; al trío Evocación donde está la excelente requintista Carolina Gómez; a cantantes como Iliana Iriarte, Adela López, Bolivia Cuadrado, como también a cantantes, acordeonistas, guitarristas y pianistas que en estos años han surgido bajo la batuta de los maestros Carlos Rubira Infante, Fresia Saavedra, Naldo Campos, Rina Monserrate, Luis Medina, Fabián González y Maritza Ortega.
“Lo más hermoso es que los maestros no se guardan nada –dice Estrada, quien además de directora es profesora de Historia de la música y piano–, como ellos ya conquistaron los lauros que se merecían por su capacidad y talento, quieren entregarlo todo y son felices. Lo único que nos apena es no poder dar continuidad a la tarea”. Manifiesta que la Escuela a cada promoción le edita un disco, publica cancioneros, lleva adelante la serie de audiovisuales Memoria viva que son enviados a canales de televisión y emisoras de radio pero no los difunden; los empresarios organizan espectáculos y para vender más boletos solo contratan a las viejas figuras y no a los jóvenes artistas que surgen en la escuela y que son el recambio generacional de nuestra música; cada quince días el Museo organiza sus Tertulias Dominicales, donde ante gran cantidad de público actúan artistas invitados y estudiantes de la Escuela pero debería existir, en el barrio Las Peñas, la Casa del Pasillo donde propios y extraños acudan a disfrutar de nuestra música popular.
Desde el auditorio, donde Naldo Campos da clases de guitarra y requinto, llegan las notas de un pasillo. Es cuando le pregunto: ¿No cree que este proyecto se podría replicar en otras ciudades? Jenny Estrada de manera inmediata responde: “No es que se podría sino que se debería. Debería ser una obligación de cada alcalde. Quisiera llegar al ministro de Cultura y Patrimonio para decirle: Señor, esta experiencia es válida, tómela, cópiela. Qué lindo sería la suma de escuelas del pasillo en cada pueblo porque la música popular es la expresión del alma. Si el pueblo no se expresa a través de su música quiere decir que su alma está muriendo. Y eso nos estaba pasando a nosotros. El amor a la música está en el pueblo, de ahí es que han brotado cantantes y compositores y tienen que seguir saliendo. Las élites tienen que pagarlos, es su obligación si quieren disfrutarlos”.
Cuenta que Dumar Iglesias Mata, presidente de la Casa de la Cultura de Manabí, solicitó su asesoría para fundar la Escuela del Pasillo en Manabí, la iba a dirigir el gran requintista Ney Moreira pero ignora cómo marcha ese proyecto que es necesario sembrar en todo el país.
Los sabores de la mesa guayaca
Como un delicioso bocado criollo, su más reciente libro está calientito, recién salidito del horno. El volumen comienza con el origen de cada producto –el maíz, la yuca, el plátano, el cacao, etc. Y además es un registro de fórmulas para preparar la tradicional comida guayaquileña. De seguro que será un éxito. Como Una mujer total su biografía de Matilde Hidalgo de Procel o sus crónicas costumbristas Del tiempo de la yapa.
Sobre Sabores de mi tierra. Historia y tradiciones de la mesa guayaquileña, Jenny Estrada reflexiona: “Es un estudio e historia de la gastronomía guayaquileña, un factor de identidad que no le hemos dado su debida importancia, es necesario que ahora afiancemos identidad en ese campo porque las fusiones son propias de cada época y generación pero no debemos perder la base de nuestros sabores, el origen de lo nuestro”.
Recuerda que su afición por la cocina nació en el seno familiar. Ella, como las mujeres de su generación, aprendió la alquimia de la cocina guiada por sus abuelas, madre y sabias cocineras del campo.
El germen del libro tiene su historia porque es de vieja data. A finales de los sesenta, Jenny Estrada publicaba con éxito en el suplemento agrario de Diario EL UNIVERSO la columna de gastronomía ‘La cocina criolla de María Ignacia’ –seudónimo relacionado a su nombre completo: Jenny María Ignacia–, que luego publicó en formato libro en tres ediciones como La cocina criolla de doña Ignacia, libro que en esa época ganó el segundo lugar del concurso Mesa y Golosinas de Iberoamérica, convocado por la Fundación Domecq de México. En tal caso, era un asunto casi olvidado pero a comienzo de este año, revisando antiguos archivos encontró los originales –tipeado a máquina–, después de tantos años, lo leyó y descubrió que era un buen material y decidió reelaborarlo en sus madrugadas solitarias. Cuando lo terminó se dio cuenta de que podría ser un buen aporte a Guayaquil.
“Ahí cuento, por ejemplo, cómo era en mi casa la ceremonia de las tortillas de maíz, cómo la abuela se preparaba para hacerlas, cómo era el ambiente, el fogón, la cocina, el molino donde se molían los granos, el maíz –dice transportándose a esa época–. En otro capítulo, cómo se tostaba el cacao, cómo la casa olía a café tostado. La forma de comportarnos ante una cangrejada cuando el protocolo se va al demonio, cuando uno dice: coge tu tabla, dame esta mano gorda que es mía y ándate para allá que te salpico, pásate esa cerveza. Eso está ahí. Esa esencia nuestra. Por eso Carvalho-Neto dice en el prólogo: este libro es un manantial de datos históricos, tradiciones y costumbres que servirá para comparar modos de vida y de alimentación”.
Como es una mujer incesante, indago si ya está trabajando en otro libro y con una sonrisa Jenny Estrada responde: “Cada vez digo: Este es el último libro pero surge un tema e inmediatamente planifico otro. El término inactividad no está en mi naturaleza. Soy apasionadamente hiperactiva en todo lo que emprendo, para las alegrías y los dolores. En eso no hay término medio. La mediocridad está fuera de mi vida”.
Abajo, a orillas del museo, el río Guayas navega como cantándole un pasillo costeño a Jenny Estrada y a los sabores guayacos.