Lilia Alfonzo: La tejedora del oficio de la paciencia
En la península de Santa Elena, una artesana teje y comparte sus conocimientos entre mujeres para que su oficio no desaparezca.
Su oficio es antiguo. Para ejercerlo hay que tener arte y paciencia. Es el caso de Lilia Alfonzo Ramírez, quien nació hace 63 años en Tugaduaja, cuna de las más hábiles tejedoras de la provincia de Santa Elena. Pero ella desde que formó su familia, vive y teje en la cercana Chanduy.
Elaborar hilo de algodón, manipular el telar y tejer prendas adornadas con diseños precolombinos es un oficio en extinción. Ya casi todas las antiguas tejedoras de Tugaduaja y de sus alrededores han fallecido, actualmente solo sobreviven Germania Pita en Pechiche. Luisa López en Tugaduaja –a quien el año anterior entrevisté– y Lilia Alfonzo, afincada en Chanduy, 17 kilómetros adentro de la vía a Salinas, ingresando por el kilómetro 111.
Según historiadores como Carlos Alberto Flores y José Villón, las mujeres peninsulares siempre se dedicaron a tejer en algodón: alforjas, mantas, manteles y diversos tejidos utilitarios que llamaban la atención por sus diseños y colores que extraían de conchas marinas y vegetales de esa zona.
Lilia comenta que cuando era niña, sus abuelas como otras parientes y mujeres de Tugaduaja por las tardes acostumbraban a tejer porque en las mañanas se dedicaban a cocinar y a cuidar a sus animalitos de corral: gallinas y chivos. Recuerda que los telares eran grandes y colgaban de los maderos del techo o de los marcos de las puertas. Las mujeres tejían para vender esas labores a familiares, vecinos y visitantes. Cuenta que su madre además tejía sombreros de paja toquilla. “Los tejía en unas hormas de guasango –madera–. Ella siempre me decía: Aprende mijita. Pero yo no aprendí. Era muy difícil porque les hacían calados y diseños. Para tejer hay que tener harta paciencia. Tejer es el oficio de la paciencia”.
Hija de la paciencia
La casa de Lilia Alfonzo está frente al parque y a la iglesia de San Agustín de Chanduy. Cuando uno ingresa se encuentra con numerosas y coloridas prendas tejidas por ella. Muy cerca de la ventana está su pequeño y práctico telar de balsa y madera que Luis Banchón, su esposo, le construyó para que trabajara en casa y lo pudiera llevar a los cursos que suele impartir.
Recuerda que cuando tenía 5 años empezó su oficio pasándole los hilos de algodón y las hebras a su abuela Julia Lindao, quien tejía alforjas, bufandas, cinturones, manteles, bolsos para guardar las balas y las municiones que utilizaban los cazadores de venados y palomas. Sus otras maestras fueron su abuela Victoria Ramírez, sus tías y principalmente su madre Hortensia Ramírez. Ellas le enseñaron el arte de hacer hilo a partir del capullo de algodón y a teñirlo, pero con dados de colores que se hervía en agua. Pero sus abuelas teñían el hilo blanco utilizando flores de palo y conchitas de mar.
Fue a sus 15 años que con su madre aprendió a tejer a fondo. A labrar –tejer letras y figuras– y otras técnicas como el crochet, el agujón, tejer zapatos. Luego aprendió corte y confección. “Pero el primer oficio que mis manos practicaron fue en este telar, porque el oficio de la familia uno lo aprende viéndolo”, asevera con orgullo. Y es verdad, porque su papá Lucas Alfonzo era un joyero que trabajaba con plata, cobre, oro y acero. Ella aprendió a soldar aretes y otras alhajas de oro. Pero después retornó al oficio de la paciencia. Tal vez porque deseaba enseñarlo. Es así, como desde años, enseña su oficio en colegios y academias. Y en los últimos tiempos, contactada por el Ministerio de Cultura y los gobiernos peninsulares, da cursos y talleres en el Museo de Real Alto, Chanduy; en el Museo Amantes de Sumpa, de Santa Elena; como también en José Luis Tamayo y otras comunidades.
Mujeres jóvenes y mayores
“Para mí, es importante enseñar los oficios heredados porque no quiero que sean olvidados –dice Lilia mientras teje un bolso–. Quisiera que todos aprendan estas costumbres de nuestros antepasados para que no se pierdan”. Porque es consciente de que el suyo es un oficio en extinción, enseña y teje diseños precolombinos en los que aparecen la fauna y la flora nativa. Pero también adorna sus tejidos con dibujos y tipos de letras actuales.
Ese mediodía, Lilia Alfonzo me muestra bolsos tipo cartera, mochila y portacelular, cuyos precios van de 3,50 a 20 dólares. Además, individuales de comedor y otros tejidos que brotan del oficio de la paciencia.