Los bizarros jamaiquinos aún viven
En Durán sobreviven 18 familias con raíces jamaiquinas, Arturo Atkinson es parte de ellas y escribe la historia de esos obreros negros que construyeron el ferrocarril.
Su vida es una lucha contra el olvido. Es lo que pienso cuando fotografío a Arturo Atkinson Peñafiel junto al mural en homenaje a los bizarros jamaiquinos. Mural que el tiempo deteriora, metafóricamente condenando al olvido a esa gesta. Nathanel Atkinson, su abuelo, fue uno de los 4.000 jamaiquinos que llegaron a construir nuestro ferrocarril.
El aporte, la historia de los jamaiquinos se la ha tenido medio tapadita y es algo que las nuevas generaciones no pueden desconocer, afirma Atkinson, historiador e ingeniero industrial duraneño.
Cuenta Atkinson (57 años) que la empresa norteamericana The Guayaquil & Quito Railway Company que construía el ferrocarril necesitaba mano de obra para los tramos de la cordillera de los Andes, los más difíciles –de Bucay, kilómetro 87 a 294 metros sobre el nivel del mar, a Alausí, km 143 a 2.346 msnm–. En línea debían estar trabajando 6.000 hombres y solo contaban con 1.500. Fue cuando la Compañía James P. Mac Donald firmó un contrato con la Oficina Colonial Británica y el 28 de noviembre de 1900 llegaron de Jamaica 4.000 hombres de raza negra a construir el ferrocarril más difícil del mundo.
Desde Guayaquil se trasladaron a la otra orilla, al caserío El Recreo o Durán. En ferrocarril los transportaron a Playa Oscura y Dormida, actual General Antonio Elizalde o Bucay, donde abrieron trochas hasta comenzar el ascenso a Naranjapata –km 100 a 564 msnm–, en este sitio a lo largo del tramo fueron divididos en cuadrillas. Los jamaiquinos eran experimentados porque habían laborado en la construcción del ferrocarril de su país, pero este ubicado a pocos metros del nivel del mar.
Se construyeron grandes campamentos para albergarlos. Para los jamaiquinos la tarea difícil comenzó al llegar a Huigra –km 116 a 1.255 msnm– cuando se encontraron, cara a cara, con la montaña, en Sibambe –km 131, a 1.836 msnm– y lo heroico fue coronar la terrible Nariz del Diablo. El 8 de septiembre, después de dos años, llegan al pueblo de Alausí –km 143 a 2.346 msnm–. Es cuando cumplen la meta y concluyó su contrato de trabajo.
La mitad de jamaiquinos fallecieron por accidentes de trabajo –explosiones, derrumbes, picaduras de serpientes, etc.–, enfermedades propias del clima –malaria, etc.– y por enfermedades profesionales –enumera Atkinson–. Todos los días se trasladaban plataformas repletas de cadáveres para enterrarlos en una fosa común, abierta en un cementerio junto al río Angas –km 106-.
Después de que el ferrocarril llegó a Alausí –8 de septiembre del 1902– fue cuando regresaron unos 1.700 jamaiquinos a su país. Aproximadamente 300 en forma escalonada se fueron quedando en Alausí y Bucay. Unos se emplearon en los grandes ingenios San Carlos de Naranjito y Valdez de Milagro que ya existían –señala Atkinson–. Algunos pasaron a Guayaquil, pero la mayoría se estableció en Durán, porque aquí estaba la estación ferroviaria y los talleres donde trabajaron.
Los bizarros jamaiquinos
Según sus investigaciones y trabajo de campo, en la actualidad en Durán existen 18 familias descendientes de estos trabajadores jamaiquinos y nombra esos apellidos alfabéticamente: Atkinson, Brown, Candelo, Carey, Clark, Godson, Grant, Livingston, Maya, Mac Gregor, Montigue, Morgan, Richards, Richmond, Sandinford, Telemon, Williams y Yeran.
Se quedaron porque les gustó el territorio ecuatoriano o conocieron mujeres e hicieron familias –explica–. He detectado 18 familias, pero existe el riesgo de que se pierda el apellido si no hay un hijo varón. Es el caso de Telemon.
Atkinson aclara que utiliza el término bizarro bajo el concepto de valiente, esforzado. Bizarro no es un término despectivo, el que lo cree está equivocado.
No conoció a su abuelo
Nathanel porque este falleció en 1937 y él nació en 1959. Refiere que los jamaiquinos nunca aprendieron a hablar español, eran protestantes y los domingos por la tarde paseaban por la antigua estación vestidos con ternos de dril, corbata y sombrero fino, ahí se encontraban y departían en inglés con los norteamericanos que también laboraban en la empresa norteamericana The Guayaquil & Quito Railway Company. Su padre, Carlos Atkinson, trabajó hasta su jubilación en la Empresa Nacional de Ferrocarriles.
Esta historia tiene su historia de amor. Su abuelo Nathaniel se enamoró y casó con una indígena de Cebada, Chimborazo. ¿Cómo se enamoraron si ella hablaba español y él inglés –se pregunta y responde–. ¡Por cartas! Me imagino que había personas que las traducían. Así nacen los romances de los jamaiquinos con las nativas. Mi abuela por amor bajó de la Sierra.
Arturo Atkinson en Durán es parte del colectivo cultural Pata de Cabra, que todos los años organiza el evento Memorias del Ferrocarril y él desde el 2010 escribe el libro La historia del ferrocarril y los bizarros jamaiquinos.
Mi compromiso es que esa historia quede registrada para las nuevas generaciones, asevera y por ahora lucha para que en el espacio donde se levantaba la antigua estación ferroviaria se construya una réplica de la original –es posible porque el diseño y los planos los guarda el Banco Central– con madera dura y que funcione como un museo del tren –Durán es una ciudad ferroviaria– y en el exterior se levante un monumento en honor a todos quienes construyeron el ferrocarril más difícil del mundo. (I)