Moisés Lindao: Una vida filtrada por el café
Cuando el aroma del café se toma las calles, todos quieren ser felices bebiendo una porción donde Moisés Lindao.
Esa calle huele a café. Cuando uno camina por ese portal, es seducido por el aroma del café recién molido que escapa de Escudo de Guayaquil, una tiendita donde un letrero asevera: “El mejor café molido”. Bajo el mostrador, en una vitrina se exhibe el delicioso grano listo para ser molido. Arriba están las antiguas máquinas moledoras y una balanza para el peso justo.
Ese es el aromático reino de Moisés Lindao Duque, guayaquileño de 72 años, y su compañera, Grace Parrales.
Lindao a sus 16 años empezó a trabajar con el ingeniero Urbano Caicedo en la compra y venta de café. Don Moisés, un hombre de buen corazón, al recordar a su fallecido jefe, derrama lágrimas porque fue quien le enseñó todo sobre el producto: “Él me decía que yo tenía que estar al frente de mi propio negocio y trabajar siempre con el café arábigo lojano, porque es superior en calidad, tiene buen sabor y aroma”. Acompañando a su jefe aprendió a descubrir la calidad del café oliéndolo y palpando el grano que llega desde Loja. Cuando tiene alguna duda, filtra el café y lo bebe.
Su vida sabe a café. Durante un tiempo atendió el quiosco de Caicedo, Escudo de Guayaquil, ubicado cerca del parque Seminario, por eso su tienda lleva ese nombre. Pero don Moisés se hizo popular, entre los amantes de la cafeína, atendiendo su quiosco en Baquerizo Moreno y Junín, por alrededor de 30 años. Recuerda que la libra costaba 90 centavos de un sucre, actualmente $ 3,70. En esa época, la gente prefería el café molido. El ritmo de vida caía gota a gota, ahora reina la inmediatez. “El café molido es mejor que el soluble instantáneo que tiene químicos y es mezclado, el mío es de un solo grano seleccionado”, explica.
Todos los días, grandes hoteles y casinos le compraban de 20 a 30 libras. Otro de sus clientes es la cafetería de la sala de Redacción de Diario EL UNIVERSO.
En el actual local está desde el 2005, cuando prohibieron los quioscos en ciertas calles. Desde esa época lo ayuda Grace Parrales, quien también laboraba con el ingeniero Caicedo.
Público diverso
Cuando llega un cliente, él se empeña en atenderlo. Pone a funcionar la antigua moledora The Hobart MF6 –posee dos–. Entonces comienza la mágica molida del grano que no la experimentan los que consumen café instantáneo. Lindao empuña un cucharón de hojalata y toma una porción de café en grano que introduce en la máquina, que empieza a moler con un ronroneo de gato feliz. Al acabar el proceso, el aroma es más intenso, pese a que el café molido es empacado en dos fundas. Don Moisés, acariciando a su tostadora, con orgullo dice: “Ahora han llegado unas moledoras brasileñas que enseguida se queman, las mías muelen y muelen todo el día y no les pasa nada”.
Su ayudante cuenta que cuando ella comenzó a trabajar, empezaron a vender los tradicionales filtros y café recién pasado –vasos de 35 y 60 centavos– que beben al mediodía los oficinistas para despabilarse y seguir trabajando. Comenta que unos 30 clientes de la tercera edad llegan el 20 de cada mes –día en que les pagan a los jubilados– y compran para todo el mes de 5 a 10 libras, aunque varios de esos cafeteros han ido falleciendo.
Esa calle del Guayaquil profundo huele y sabe a café.
Escudo de Guayaquil: Luis Urdaneta 303 y Baquerizo Moreno. Atención de lunes a viernes (09:00 a 18:00) y sábados hasta las 14:00. Telf.: 098-317-2351.