(A)cerca de lugar es comunes
La 13ª Bienal de Arquitectura en Venecia es un claro cuadro de las contingencias sociopolíticas del último año.
Es un reto tener que exhibir proyectos de urbanismo y arquitectura en el Arsenal y en el Giardini de Venecia. Un reto sobre todo si se trata de lugares tradicionales para la exposición de obras de arte. Este año, la Bienal de Arquitectura, abierta hasta el 25 de noviembre, ha tratado en sí misma este problema espacio-conceptual comenzando por su propio título, Common Ground (Lugar Común/Terreno en común).
Su director, el arquitecto David Chipperfield (Inglaterra, 1953), la llama “bienal de talento e investigación”, pero que cuestiona el énfasis en las acciones aisladas y del individuo, para darles luz a ideas compartidas que tengan un impacto positivo en las ciudades. Esto es ciertamente una provocación a la profesión misma del arquitecto, cuyo trabajo se define en la manera auténtica de llevar su trabajo. Esto da paso a la pregunta: ¿qué clase de obras necesita una ciudad? Chipperfield sugiere que sean los ciudadanos los infaltables colaboradores en la construcción urbana.
Él asume esto como una provocación a sus colegas. “Quiero que los profesionales muestren que no están absortos en sí mismos. Quiero que demuestren la importancia de la participación para la arquitectura”, dice. Los aspectos cruciales de la bienal entonces –el diálogo de las infraestructuras urbanas con las necesidades actuales de un ciudadano– confrontan un espacio crítico. El rol político de los pabellones nacionales en el Giardini son obstáculo y temática a la vez dentro de los proyectos de cada país.
Un arsenal de mundos
El escenario, sin embargo, es complejo para hacer de él un Common Ground. Es por eso que la presencia del pasado es tan imprescindible como los más innovativos proyectos. El concepto de participación y de compartir acentúa las diferencias sociales y geográficas en la medida de encontrar algo en común. Las fachadas de bloques de departamentos, por ejemplo, donde estos grandes edificios arquitectónicos se convierten en la paradoja del crecimiento de las ciudades.
Las fotografías de Thomas Struth y Andreas Gursky acompañan esa latente preocupación acerca de la incomodidad en las capitales para personas de bajos recursos. La exposición organizada en el antiguo Arsenale de Venecia alberga varios países (entre ellos Perú, Argentina, China, Croacia, Malasia, Kosovo), cada uno de ellos con cuestiones introspectivas alrededor de la arquitectura. Pero el Arsenale abre con una exposición común para diversos proyectos individuales de arquitectos como Zaha Hadid, Herzog y DeMeuron, Hans Kohlhoff, Cino Zucchi, Peter Zumthor (junto al cinematógrafo Wim Wenders), Norman Foster, Alberto Campo Baeza, entre otros; todos ellos responsables de grandes proyectos arquitectónicos en distintas ciudades.
How long is the life of a building? (¿Qué tan larga es la vida de un edificio?) es el título de la exposición de Estonia que lleva a pensar en múltiples casos y respuestas, y que, sin embargo, se dirige al futuro del Linnahall en Tallin, un complejo monumento realizado en 1980 para los Juegos Olímpicos en Moscú, el cual fue abandonado inmediatamente luego del evento. El destino de ese gigante, su manutención y transformación son cuestionados por los arquitectos Vaikla.
40 mil horas de trabajo
El trabajo de estudiantes de 65 universidades del mundo se reunió en una de las salas del pabellón central dentro del Giardini (Jardín) de Venecia, una acción organizada por Chipperfield, la cual acentúa su insistencia hacia un futuro para arquitectos con metas en común. Aquella muestra se llama 40mil horas de la escuela de arquitectura.
Asimismo, Peter Eisenmann y su buró de arquitectos invitaron a las facultades de Arquitectura de la Universidad de Yale y de Ohio a formar parte de las Piranesi Variations, grandes maquetas que citan la obra de Giambattista Piranesi, arquitecto y grabador del siglo XVIII. Piranesi fue reconocido por sus pomposos y utópicos panoramas de los monumentos romanos de la antigüedad, alterándolos y yuxtaponiéndolos de manera que era inevitable la apoteosis arquitectónica ante nuestros ojos de dicha grandiosidad.
Las Variaciones expuestas en esta bienal encienden discursos acerca de la percepción de las ciudades en la actualidad: la alteración del espacio sucede ahora en plataformas como juegos de video o internet, y es con estos imaginarios digitales con los cuales los estudiantes universitarios juegan.
Arquitectura como recurso es la propuesta de arquitectos y urbanistas alemanes. Muck Petzet, encargado de la muestra, resume el problema actual de las ciudades alemanas: “Hay demasiada arquitectura”, dice. Es la abundancia de bloques grises y sin personalidad de la posguerra, y la demolición de estos no es la solución. El pabellón alemán reúne 16 proyectos que ofrecen una aproximación “constructiva” al problema arquitectónico que el país tiene: contar con propósitos creativos, tomando en cuenta el medioambiente y sus recursos.
El pabellón ruso, así como el de los países nórdicos tratan el problema de la energía nuclear concentrándose en el aspecto de la luz. Rusia, sin embargo, propone un pretencioso diseño del espacio (un panteón que puede ser únicamente leído con la ayuda de un iPad) que da paso al iCity: Skolkovo, a 18 km de Moscú. Una plataforma de investigación, innovación y gestión de tecnologías de información y comunicación, así como también industria biomédica y aeroespacial.
Luego de recorrer las atmósferas espontáneas de los pabellones de Francia, Inglaterra, Canadá y EE.UU. (este último con una bella y sencilla coreografía de 124 testimonios de iniciativas ciudadanas para pequeñas regeneraciones urbanas), llega una sensación de desconcierto acerca del pensamiento idealista Common Ground. ¿Es una bienal de arquitectura un lugar donde el ejercicio de la arquitectura sea equivalente al ejercicio de la identidad? ¿O es una bienal de arquitectura lo que el pintor americano Máximo Gorki llamaba en relación con Coney Island (parque de diversiones en Nueva York), un aburrimiento variado?”.
Hace unos quince años, el teórico y arquitecto Rem Kolhaas reflexionaba desconfiado lo que Chipperfield hoy celebra: ¿No son estas “ciudades genéricas” que como los aeropuertos contemporáneos son “todas iguales”? Una crítica a la relación de las metrópolis y sus suburbios. Kolhaas escribe en su ensayo acerca de la ciudad genérica: “Conceptualmente huérfana, la situación de la periferia se ve empeorada por el hecho de que su madre todavía sigue viva, acaparando todo el espectáculo y enfatizando las deficiencias de su retoño”. Es esa presencia ilusoria de la metrópolis por la cual Rem Kolhaas ha dicho que dejará de construir en ciudades para dedicarse a otros territorios que eviten dichas obsesiones concéntricas.