En París y Nueva York: La visión impresionista
Desde museos parisinos y la casa donde vivía Monet hasta una nueva exposición en el Museo Metropolitano de Nueva York. La huella del impresionismo se ha convertido en un momento crucial en la historia del arte.
En la segunda mitad del siglo XIX, los descubrimientos físicos acerca de la naturaleza de la luz revolucionaron el arte pictórico. El movimiento impresionista nace justamente de la constatación de que la luz solar influye en nuestra percepción de la “realidad”, pues el color de un objeto depende de cómo esta incide sobre él: con mayor o menor inclinación o intensidad, directamente o por reflexión. Sin contar que elementos naturales, como la estación del año, la atmósfera o el clima, modifican la luz y, por consiguiente, el color.
En Nueva York
Entonces, de lo que se trataba ya no era de la exacta representación física de los volúmenes, sino de captar las impresiones que la luz generaba en ellos en un instante preciso.
Esa nueva manera de concebir el arte trajo consigo que los artistas abandonaran sus talleres, que falsearan las múltiples variaciones de la luz y salieran a la conquista de los paisajes al aire libre; que desterraran de sus paletas los tonos oscuros, neutros y grises, ausentes del espectro solar; y que pintaran con trazos rápidos, pinceladas cortas y aplicando el óleo directamente sobre el lienzo para poder capturar así un momento que sabían efímero.
‘Impresión, sol naciente’
Existe una geografía natural identificada con aquel movimiento nacido en Francia: las riberas del Sena desde el bosque de Fontainebleau hasta la ciudad atlántica de El Havre, precisamente donde Monet pintó el cuadro Impresión, sol naciente, a partir de cuyo título se acuñó el término “impresionismo”. Claude Monet, Eugène Boudin, Pierre Auguste Renoir, Berthe Morisot, Alfred Sisley y Camille Pissarro hicieron su primera exposición en abril de 1874 en el estudio del famoso fotógrafo parisino Nadar. La respuesta del público y de los críticos fue implacable. Incluso uno de ellos, parafraseando el nombre de la obra de Monet, publicó un artículo titulado ‘Exhibición de los impresionistas’, en el que se burlaba del cuadro y, por ende, del estilo de todas las obras de la muestra: “Al contemplar la obra pensé que mis anteojos estaban sucios, ¿qué representa esta tela?..., el cuadro no tenía derecho ni revés. Impresión… no me cabe duda. (Muchas de estas obras están en el famoso museo de Orsay en París).
Me decía a mí mismo que, como estaba impresionado, debía haber alguna impresión allí… ¡Qué libertad!, ¡qué fácil artesanía! El empapelado en su estado más embrionario tiene más terminación que ese paisaje marino”. Sin proponérselo, Louis Leroy había inventado el término para referirse a uno de los movimientos más populares en la historia del arte.
Monet y los jardines de Giverny
En la región de Haute-Normandie se asienta Giverny, un pequeño pueblo a unos 70 km al noroeste de París. Allí, entre apacibles y ocres viñedos, se levanta entre un oasis de verdor la casa de Monet. Frente a ella hay una serie de cercados simétricos y un camino central con arcos entrelazados de enredaderas. Atravesando un túnel, porque una antigua vía ferroviaria divide la propiedad, se llega a los famosos jardines del pintor. Rosales, gladiolos, margaritas, asteres, narcisos, tulipanes, gencianas, salvias, anémonas, dalias, clemátides, peonías… y un sinnúmero de plantas en flor producen la sensación de haberse adentrado en uno de sus óleos. La tupida naturaleza de los curvos senderos apenas deja entrever las aguas del estanque, ese asimétrico espejo de agua que el artista creó utilizando un canal comunal del río Epte y por encima del cual hizo construir un puente japonés, protagonista de un paisaje acuático donde conviven sauces llorones, un bosquecillo de bambúes y los célebres nenúfares que inmortalizó en más de 250 lienzos.
Volvimos a cruzar el túnel para ir a conocer la casa. Una enorme residencia blanco y rosa de verdes puertas y contraventanas. Resultan particularmente atrayentes un pequeño salón azul, de cuyas paredes cuelgan reproducciones de los cuadros del artista y una hermosa colección de estampas japonesas, un comedor donde todo, completamente todo, es amarillo, y una cocina revestida con azulejos y llena de utensilios de cobre.
Avanzando por la calle principal encontramos primero el Museo de Arte Americano, hoy conocido como el Museo de los Impresionismos, que propone a sus visitantes interesantes colecciones temporales. Cientos de metros más adelante está el cementerio local. Aquí yacen los restos del artista, al igual que los de muchos de sus familiares.
Monet vivió en Giverny desde 1883 hasta su muerte, el 5 de diciembre de 1926. Refiere una anécdota que cuando George Clemenceau, jefe de Gobierno en 1917, vio que un manto negro cubría el ataúd de su mejor amigo exclamó: “Pas de noir pour Monet! (Nada de negro para Monet)”. Retirándolo de golpe, puso, en su lugar, un chal multicolor. El negro, la ausencia de color, no era lo más indicado para colocar encima del féretro de un pintor cuya obra había sido un estallido de luces y colores.
Los nenúfares
A lo largo de los últimos treinta años de su vida, Monet pintó una y otra vez los nenúfares del estanque de Giverny. Él mismo elegía la vegetación que debía rodear sus orillas y las distintas plantas acuáticas que junto a los nenúfares flotarían a fin de que en sus cuadros aparecieran diversos tonos de verde y azul, y toques de rosa, amarillo, blanco, rojo e infinidad de otros más.
En 1918, tras el armisticio de la Primera Guerra Mundial, el pintor regaló al Estado francés, cuando aún no lo había terminado, un conjunto decorativo de ocho inmensas composiciones murales. Estos paneles de 219 x 602 cm, paisajes de agua tapizados de nenúfares, ramas, reflejos de árboles y nubes, están expuestos en dos salas elípticas del Museo de la Orangerie de París. Monet previó que fueran exhibidos en círculo, de modo que provocaran el efecto del trascurrir de un día o el de las cuatro estaciones.
A pesar de las cataratas que dificultaban su visión, el pintor llevó a cabo la que se considera una obra maestra del arte pictórico, incluso se la ha denominado la Capilla Sixtina del Impresionismo.
En opinión de los entendidos, esas pinceladas cargadas, amontonadas unas encimas de otras, aplicadas en ocasiones directamente desde el tubo, en un proceso que tendía hacia la desaparición de las formas para privilegiar las manchas, hacen de Monet un precursor del arte abstracto.