King Charles III, obra sobre la familia real británica
El príncipe de Inglaterra es coronado rey en King Charles III. La obra es del dramaturgo Mike Bartlett, autor de Cock, quien se imagina una monarquía débil cerca de una crisis tras la muerte de la reina Isabel.
¿Cómo se escribe sobre la familia real británica sin que sus miembros parezcan risibles, banales o irrelevantes? Excepto por la reina Isabel, que orbita en su propio universo, los miembros de la realeza de hoy parecen estar atrapados en un deprimente reality show cuyos dramas ostensibles (¿Quién diseñó lo que viste Kate? ¿Qué dijo Carlos?) son cualquier cosa menos dramáticos.
Ese desafío enfrentó el dramaturgo británico Mike Bartlett cuando se disponía a escribir King Charles III. La pieza imagina una monarquía tambaleante que cae en crisis después de la muerte de Isabel. Lo resolvió de una manera inesperada, empleando el lenguaje de Shakespeare para transformar a sus protagonistas en personajes totalmente desarrollados llenos de tragedia y patetismo.
Para lograrlo, Bartlett usó el verso libre escrito en pentámetro yámbico, tomó a una multitud de personas “fácilmente parodiables” (el príncipe Carlos; su esposa, Camila, duquesa de Cornwall, y demás) y les imbuyó agudeza filosófica, motivación sutil, astucia maquiavélica, retorcida desconfianza en sí mismos e incluso un heroísmo ejemplar.
El verso libre es un verso que no tiene rima. Un yambo es una sílaba átona (sin acento) seguida por una sílaba acentuada, y el pentámetro yámbico se refiere a una línea que contiene cinco yambos, para un total de 10 sílabas. Suena quizá más abrumador de lo que realmente es. De hecho, casi imita nuestro ritmo natural al hablar.
El pentámetro yámbico era el “formato obvio para algo tan improbable y dramático”, dijo Bartlett, porque permite “una versión mejorada de cómo hablamos, con una sensación de formalidad y fluidez”.
También permite a los personajes usar un ritmo elegante y un lenguaje rico en metáforas para explorar, en las conversaciones y en los soliloquios, interrogantes profundos sobre identidad, destino y conciencia sin sonar pretencioso o grandilocuente.
“No hay muchas formas de que un personaje pueda volverse a la audiencia y pasar dos o tres minutos hablando sin que uno piense: ‘Esto es horrible’”, dijo Bartlett.
¡Funcionó!
El experimento redituó. La obra, un éxito en Londres, se estrenó en el Music Box Theatre en Broadway en noviembre con reseñas eufóricas. En una entrevista durante una breve visita a Nueva York, a donde viajó para el estreno de la obra, Bartlett dijo que la obra no habría funcionado si la hubiera escrito en prosa cotidiana.
“Me di cuenta de que la mejor manera de contar la historia era hacer de Carlos un héroe trágico al estilo de Shakespeare”, dijo. “La idea de haber esperado toda su vida para ocupar el puesto que ocuparía solo por breve tiempo se sentía realmente shakesperiana”.
En la obra, Carlos afirma sus antiguos derechos como monarca inglés negándose a dar la aprobación real a la legislación parlamentaria que limitaría la libertad de prensa. Esto desencadena una crisis constitucional y familiar y una cascada de intrigas y maniobras entre los políticos y los miembros de la realeza.
Tim Pigott-Smith, experimentado actor shakesperiano quien interpreta a Carlos, dijo que el formato impulsaba a su personaje a través de las intensas turbulencias sicológicas obligado a soportar, y que las astutas florituras contemporáneas en el idioma ayudaban a dotar a la obra de “vida, modernidad e ingenio” de manera que evoca el pasado mientras parece actual. “Lo que ha hecho con esta obra es un logro notable, y no he visto nada así antes”, dijo Pigott-Smith.
King Charles III empieza inmediatamente después del funeral de la reina, con un Carlos que duda de sí mismo asimilando el gran cambio que le ha ocurrido al país y a él mismo. Luego, repentinamente, cambia la escena. El hijo menor de Carlos, Enrique, va a un centro nocturno y conoce a una mujer joven y no aristócrata que cambiará drásticamente su vida.
Para esa escena, Bartlett pasa a una forma de expresión más natural (sin interrupción, rápida, mordaz, llena de frases fragmentadas) como hacía Shakespeare cuando giraba la atención de personajes de alta cuna a otros de menor rango.
“Se siente una diferencia no solo en el vocabulario sino también en el ritmo”, dijo Bartlett. “El rey estaba hablando en pentámetro yámbico; Enrique estaba hablando en prosa de taberna”.
La obra resuena con ecos de las piezas históricas de Shakespeare y sus temas familiares de legitimidad, ambición, poder y el tormento interno de las personas nacidas en o impulsadas a posiciones de autoridad. Hay alusiones a El rey Lear, Macbeth y Hamlet: príncipes que tienen crisis de identidad; un personaje fantasmal (Diana, quien sigue causando problemas); un rey anciano, petulante, desconcertado forzado a enfrentar las limitaciones de sus poderes; una esposa sinuosamente conspiradora que ordena a su esposo madurar (Kate, en una agradable sorpresa).
Los estudiosos de Shakespeare encontrarán una o dos frases directamente tomadas de las obras originales. Pigott-Smith dijo que Bartlett había usado técnicas para hacer avanzar el verso, haciendo a los ritmos a la vez majestuosos y conversacionales. Por ejemplo, durante un momento de introspección particular, Carlos dice:
“Soy un navío vacío, a la espera de/ Instrucción, impersonal y no corporativo”. “Al final de la frase, hay un momento de ‘¿Qué voy a hacer ahora?’”, dijo Pigott-Smith. “Mantiene el lenguaje muy vivo, actual y creativo”. (I)