Vargas Llosa contra la tribu
El más reciente libro del premio Nobel es en realidad la visión del mundo desde el punto de vista de un hombre maduro que es capaz de revisar críticamente los pasos dados desde su juventud.
La llamada de la tribu (Barcelona: Alfaguara, 2018) explica, con un afán divulgativo, las principales ideas de siete autores liberales desde el siglo XVII hasta nuestros días. Así, el lado A del libro examina las principales contribuciones de lo que Vargas Llosa considera decisivo para las democracias de hoy.
Un liberal del siglo XVIII
Más que economista, Adam Smith (1723-1790) fue moralista y filósofo. En La riqueza de las naciones (1776) produjo la idea de que el mercado libre es el motor del progreso y de que, al trabajar por sus propios anhelos, el individuo contribuye al bienestar de su familia y de la sociedad. Así, sorprendentemente, no es el altruismo, sino el egoísmo el motor del progreso.
Smith elaboró propuestas para erradicar la pobreza, pues exigía que los trabajadores estuvieran bien pagados, ya que rinden más y se garantiza la paz social. Por eso criticó a las élites por su derroche y sus gastos excesivos, en el convencimiento de que el comerciante es el verdadero pionero del progreso. Smith es considerado el padre del liberalismo.
Liberales del siglo XX
Con La rebelión de las masas (1930), José Ortega y Gasset (1883-1955) se anticipó en calificar de peligrosos los separatismos vasco y catalán. La masa era la multitud informe que seguía el dictado de un líder. Por eso dijo que la nación es “un proyecto sugestivo de vida en común”. Para Ortega, la primacía de las élites había acabado, dando paso a un ser colectivo que había renunciado a la importancia de la individualidad.
Sus ideas se ajustaban al contexto en que surgieron Benito Mussolini, Adolf Hitler y Joseph Stalin. El comunismo y el fascismo eran claros ejemplos de regresión en que el hombre-individuo se entregaba al hombre-masa. Por eso, en España él vio que no había una lucha entre la República democrática y los fascistas, sino entre el comunismo y el fascismo, y por eso fue ambiguo en la guerra civil de 1936.
Camino de servidumbre (1944) de Friedrich August von Hayek (1899-1992) plantea que la economía planificada destruye la democracia y conduce al totalitarismo, sea con la cara del fascismo o la del comunismo. Según Hayek, reconstruir la sociedad de pies a cabeza basado en modelos prefijados es un engaño, pues la realidad humana no se puede edificar como una obra de ingeniería.
Hayek señaló que el individuo es soberano con una conciencia y una iniciativa que le permiten actuar con su vocación y talento, por lo que individuos y sociedades pueden alterar el orden de las cosas. Sin embargo, Vargas Llosa cuestiona su creencia de que una dictadura con economía liberal es mejor que una democracia; pues Hayek dijo que en el Chile de Pinochet había más libertad que en el de Allende.
Sir Karl Popper (1902-1994) rechazó toda forma de nacionalismo, por lo que consideró un error la fundación del Estado de Israel, pues él creía que los judíos debían integrarse a la sociedad en que vivían. Veía una amenaza totalitaria en las ideas de la “clase elegida” del marxismo, la “raza elegida” del nazismo y la del “pueblo elegido” del sionismo.
En La sociedad abierta y sus enemigos (1945), Popper cuestionó a Marx por sucumbir al historicismo: el creer que la historia obedecía a leyes inflexibles. También criticó a Hegel por ser un intransigente en materia de libertad.
En La pobreza del historicismo (1957) señaló que no puede predecirse el curso de la humanidad mediante método científico o racional alguno, pues no hay leyes en la historia. Abogó, más bien, por un reformismo, que consiste en no arreglar todo de golpe, sino gradualmente, de manera efectiva y constante, pues esta actitud podía mantener un equilibrio entre individuo y poder.
Raymond Aron (1905-1983) fue un crítico de la rebelión parisina de mayo del 68 que entusiasmó a los intelectuales europeos de izquierda. Según Aron, esta revuelta no iba a traer ningún cambio significativo en la sociedad francesa. Aron defendió la democracia liberal, la tolerancia, el capitalismo y el pragmatismo y combatió las dictaduras, los dogmas, el socialismo y las utopías.
Consideró el marxismo como una religión secular con sus sectas y su inquisición y desmintió el mito de que en la patria soviética los obreros se hubieran liberado.
En Ensayos sobre las libertades (1965) afirmó que lo que las sociedades industriales habían alcanzado en prosperidad, justicia y libertad, era muy superior a lo que tenían los regímenes contemporáneos comunistas. Fue una lástima, según Vargas Llosa, que Aron no se interesara por Asia, África y América Latina.
Sir Isaiah Berlin (1909-1997) enseñó que el progreso se ha alcanzado con una aplicación solo parcial y heterodoxa de las teorías sociales. Berlin, que vivió en la niñez la revolución bolchevique, muy pronto vio escenas de violencia callejera que lo alertaron de los entusiasmos revolucionarios y los experimentos políticos transformadores.
De Fidel Castro dijo que las libertades civiles le importaban tan poco como a Lenin y Trotsky. Subrayó que lo central que es tener conciencia de la libertad de elegir y combatió a quienes creían haber hallado la explicación última del mundo, pues esta era la simiente del fanatismo.
Jean-François Revel (1924-2006) fue un periodista y ensayista político, aunque con formación universitaria completa y de primera. Un Albert Camus o George Orwell de nuestros días. Era un progresista interesado en ver cómo los hechos modificaban las teorías. En La tentación totalitaria (1976) se muestra en favor del progreso de la justicia y la libertad en el mundo. Fue un pensador antipartido: en Ni Marx ni Jesús (1970) intentó demostrar que las grandes manifestaciones de rebeldía intelectual se habían dado al margen de los partidos políticos de izquierda y no en los países socialistas, sino en el capitalismo. Para él, “todo poder es o se vuelve de derecha”.
Una autobiografía intelectual
En La llamada de la tribu, hay un lado B del libro: se trata de un mapa del recorrido intelectual de Vargas Llosa, desde su juventud universitaria en el marxismo peruano, pasando por su adhesión y desencanto de la Revolución cubana, hasta llegar a consolidar una posición de pensamiento liberal mientras vivió en Londres dedicado a la enseñanza, en la que fueron centrales los autores comentados.
Sin embargo, por ese mismo liberalismo, llama la atención el elogio que Vargas Llosa hace de Margaret Thatcher y Ronald Reagan, a quienes declara campeones de las prácticas de la cultura democrática, sin traer a cuestión la expresión imperialista de sus gobiernos. Para Vargas Llosa, la tribu es la metáfora del individuo que no piensa por sí mismo y que se entrega a la pulsión irracional de la masa.