Hoteles y sus escritores
Viaje por hoteles que habitaron escritores. Ahí amaron, escribieron, vivieron y hasta murieron.
El tour va a comenzar. Una travesía que algunos escritores, fuera de su país, viven intensamente en hoteles donde aman, escriben, triunfan, fracasan y hasta mueren. A ciertos hoteles, los escritores han transformado en escenarios de sus obras y son visitados por viajeros amantes de la literatura, en una suerte de turismo cultural.
“¿Qué no se hará en un hotel? ¿Qué escritor no ha escrito en uno, o no ha situado en él la acción de algún libro? Es un lugar novelesco donde la imaginación cruza por decorados en su mayoría reales. A veces, al conocerlos se entenderán mejor los libros nacidos en ellos o que en ellos transcurren”, reflexiona Nathalie de Saint Phalle en su excelente libro Hoteles literarios. Viaje alrededor de la tierra donde va tras los rastros de escritores aventureros, errantes, vagabundos, viajeros o sin domicilio fijo.
Cuentan que Marcel Proust frecuentó el Hotel Ritz, París (5, Place Vendome) desde 1917. Llegó a ser su segundo domicilio. Durante el día escribía En busca del tiempo perdido –novela en siete volúmenes– en su estudio provisto de paredes de corcho contra el ruido. Por la noche, acudía a gozar la vida al hotel. Una vez, al llegar le dijo al maestresala: “No he comido nada desde hace dos días, Olivier, no he parado de escribir, prepáreme cuanto antes un café bien cargado, un café que valga por dos”.
Después de la guerra, Scott
Fitzgerald le descubrió el bar del hotel a Ernest Hemingway, quien después en París en una fiesta afirmaría: “Cuando sueño con el más allá, con el paraíso, ¡siempre me encuentro trasplantado al Ritz, a París! (…). Me tomo uno o dos martinis en el bar de la calle Cambon. (…). Tras unas cuantas copas de aguardiente, subo sin prisa a mi habitación y me deslizo en una de esas grandes camas especiales del Ritz. Son todas de cobre”. El Ritz fue el primer hotel europeo que en cada habitación ofreció: cuarto de baño, teléfono y electricidad.
Ernest Hemingway es también venerado en Hotel Ambos Mundos (calles Obispo Mercader) de La Habana, donde vivió –antes de adquirir Finca Vigía-, ahí escribió: Muerte en la tarde y Las verdes colinas de África e inició Por quién doblan las campanas. Por la tarde caminaba hasta La Bodeguita del Medio donde bebía un mojito o acudía al Floridita tras un daiquirí.
El novelista británico Graham Greene, a finales de los cincuenta, conoció ese ambiente donde imperaba la prostitución, los casinos, las drogas: “... de pronto se me ocurrió la idea de que en esa ciudad extraordinaria, donde todos los vicios estaban tolerados, todos los tráficos eran posibles, estaba el verdadero decorado de mi comedia”, expresa el protagonista de Nuestro hombre en La Habana. Greene se hospedó en los hoteles Nacional y Sevilla. En cambio, Julieta Estévez cuando emite escandalosos gritos de placer, obliga al dueño del hotel Miramar a llamar a la habitación y solicitar cordura, eso ocurre en La Habana para un infante difunto, novela del cubano Guillermo Cabrera Infante.
El más delirante
Asegura Nathalie de Saint Phalle que el Chelsea Hotel (Nueva York, 222 West, 23rd Street) siempre estaba atiborrado de escritores, pintores, músicos que en su mayoría durante años eran huéspedes estables. “El Chelsea –afirma la periodista– ha sido colonizado por el ingenio, no por la razón”. Su primer huésped literario fue el escritor Mark Twain.
Después la lista es larga: Thomas Wolfe desde 1923 hasta su muerte en 1938 se encerraba en el hotel a trabajar; el escritor y modista, O. Henry –seudónimo de William Sydney Porter– vivió varias temporadas, cada vez inscribiéndose con nombres distintos; el dramaturgo Arthur Miller trabajó siete años en el Chelsea mientras su esposa, Marilyn Monroe, filmaba en Hollywood; Tennessee Williams siempre se refugiaba en el Chelsea para sus fracasos con alcohol y drogas; después de vagabundear por Tánger y París, los rebeldes escritores y poetas de la Beat Generation –Ginsberg, Corso, Gysin y otros– consumieron drogas en esas habitaciones y enarbolaron sus banderas en contra el sistema.
En 1965, el escritor William Burroughs vivió ocho meses en ese hotel donde ninguna habitación se parecía a otra; Arthur C. Clarke desde su habitación 1008 observaba con un telescopio las estrellas mientras escribía 2001, odisea del espacio; Leonard Cohen escribió Chelsea Hotel para Janis Joplin, cuando se enteró que había muerto por abuso de alcohol y drogas: “Te recuerdo claramente en el Chelsea Hotel/ Ya eras famosa, tu corazón era una leyenda/ Volviste a decirme que preferías hombres bien parecidos/ pero que por mí harías una excepción”. El propio Cohen contó que tomó uno de los ascensores del Chelsea deseando toparse con Brigitte Bardot, pero se encontró con Janis Joplis y tuvieron una aventura sexual. Todo es posible en Chelsea Hotel.
El narrador brasileño Rubem Fonseca en su libro de crónicas La novela murió cuenta que en septiembre de 1953 se instaló en el Chelsea, frecuentaba su bar al que acudían artistas y escritores. Una noche estaba el poeta Dylan Thomas: “Bebía cerveza y whiskey, alternadamente. No recuerdo de qué hablamos. Recuerdo sus ojos levemente saltones, inteligentes, con la luz que solo existe en la mirada de los poetas que se despiden de la vida”. Fonseca se retiró, al siguiente día se enteró que una ambulancia recogió al poeta y lo llevó a morir al hospital St. Vincent.
Varios escritores murieron en un hotel: Chejov, Lautréamont, Wilde y otros. Es el caso del escritor cuencano César Dávila Andrade, conocido como El Faquir por sus lecturas esotéricas y por su adicción alcohólica. Rodolfo Pérez Pimentel, en Diccionario Biográfico del Ecuador, cuenta que a finales abril de 1967 Dávila por una crisis nerviosa, vivía en Caracas. Él se hospedó en el Hotel Real. “El 2 de Mayo, tras haber llamado telefónicamente a Isabelita –su esposa– muchas veces, se cortó desesperadamente la yugular con una afilada hoja de afeitar”. Tal vez recordando uno de sus poemas más célebres: “Espacio me has vencido. Ya sufro tu distancia / Tu cercanía pesa sobre mi corazón. / Me abres el vago cofre de los astros perdidos / Y hallo en ellos el nombre de todo lo que amé.” La vida es un tour que termina.