Principitos de hoy: Teatro guayaquileño
“Lo que él (Jaime Tamariz) nos evidencia es que es al teatro a lo que se está dedicando y que podría ser una profesión de la que sería posible subsistir en Guayaquil”.
Todos conocen esa pequeña gran obra literaria infantil, pero escrita para adultos para recordarles que alguna vez fueron niños, El Principito, de Antoine de Saint-Exupéry. Se llevó al teatro, a la sala principal del Sánchez Aguilar, gracias a Denise Nader por la adaptación y a Jaime Tamariz por la dirección y en papel protagónico del aviador. Llama la atención que entre cuatro actores se cargaron la obra, claro, sin olvidarnos de todo el equipo de producción detrás. Elizabeth Zambrano protagonizó al Principito, destacando al personaje y transformándose a sí misma para interpretarlo. Lo hicieron excelente Michel Zamudio como la Serpiente, la Flor y el Vanidoso, e Itzel Cuevas como el Zorro, el Hombre de negocios y el Geógrafo. Las actuaciones no se condicionaron a los trajes, sino a la fidelidad de los personajes, asumiéndolos en poco tiempo de transición entre uno y otro.
Fue novedosa –y mágica– la técnica del mapping, que consistía en una proyección hacia el escenario y también lo fue el uso de los títeres Zorro y Serpiente. El público y, sobre todo, los más pequeños, quedaron encantados con la obra, como sucede generalmente con las innovadoras propuestas que Daemon aporta al teatro local.
¿Diríamos que Tamariz “está en todo” o está abarcando gran parte de los espacios de teatro? Lo que él nos evidencia es que es al teatro a lo que se está dedicando y que podría ser una profesión de la que sería posible subsistir en Guayaquil, aplausos por eso. Además con Tamariz ninguna producción es igual, logro que también se lo debemos a las dos grandes mentes que tiene a su lado: Denise Nader e Itzel Cuevas. Las dos, maestras en su especialidad: las adaptaciones de Nader o la trayectoria de Cuevas en dirección, actuación y formación de actores. Es en esta tripleta que encontramos la realeza de principitos y principitas del teatro.
Pero cubrir tanto también puede tener su flanco débil y en el caso de Jaime podrían ser sus actuaciones. Sin embargo, este gran director y gestor teatral nos trae a debate: si un director puede actuar en la misma obra que dirige, ¿quién dirige al director? Para llevar a cabo las dos labores simultáneamente solo bastaría un baño de sinceridad. Debemos tener cuidado también que en el abarcar mucho, puede conducirnos a una industrialización y mecanización del oficio, dejándonos poca opción en presentar buenos contenidos, a propósito de las obras flashes de 15-20 minutos a las que nos hemos acostumbrado a llamar microteatro.
Recientemente inaugurada La Bota en el Malecón del Salado, gracias a la Municipalidad, nos encontramos con el nuevo Microteatro de Tamariz. Estemos atentos que en el marketing del teatro se pierde lo más importante de este, por ejemplo: cuatro funciones por día aniquilan al actor; espacios de presentación son pequeños e inadecuados; se escucha el bullicio externo; los fuera-de-escena de actores son vitrinas al público; actores se pasean afuera con sus trajes y no en personaje, sino para marketearse, siendo un acto poco profesional. Pero también en el Microteatro se da apertura a nuevas ideas, caras o contenidos, como la actriz que encarna a una anfitriona de los años 20, o una obra como La pesadilla, con Christian Aguilera y Mary Pacheco, de tipo experimental que pone la piel de gallina, o Pedro y el Capitán en la que actúan Jaime Tamariz y Juan Fernando Franco, nos da la oportunidad de conocer actuaciones potentísimas como la de Franco.
La propuesta está ahí, la cuestión reside en no llevar a la máxima expresión del mercantilismo (cachuelismo) al teatro, un espectáculo y oficio tan humano al que los guayaquileños nos estamos acostumbrando. (O)
@_Mercucio_