Los muros de la iglesia de Santo Domingo
Esta construcción guarda en sus cimientos la parte más antigua de Guayaquil, pues gracias a que fue lo único construido en la época colonial de mampostería, resistió a las polillas y al fuego.
Antes del cambio de milenio me llamó una joven que guiaba a grupos de turistas por la ciudad para preguntarme qué partes de la urbe consideraba que eran las que más importancia tenían como para ser mostradas a los visitantes.
Me puse a pensar y me di cuenta de que en realidad en la ciudad no había nada realmente antiguo que hubiera perdurado a lo largo de los siglos, pensaba que tendría que investigar mucho para decir que tal edificio tiene siquiera un siglo.
Los incendios de 1896 y 1902 acabaron con lo más céntrico y antiguo. Y toda construcción, por ser hecha de madera y caña, tenía un ciclo determinado por las polillas y por la humedad del terreno fangoso en que se asentaba la mayor parte de la ciudad.
Las casas de madera a los 20 años ya tenían que ser reparadas y luego de algunos años reemplazadas en su totalidad. No existían arquitectos ni ingenieros de profesión, solo carpinteros, maestros de obra. No se usaba el cemento.
Pensaba originalmente en la Cárcel Municipal, construida de mampostería alrededor de 1902, pero ¿enseñar una cárcel a los turistas? También la Casona y el antiguo Asilo Mann ahora casi desaparecidos de la vista por el paso a desnivel, pero reconstruidos después del incendio de 1902. Al final le dije que a pesar de que en realidad todo fue también quemado en 1896, era Las Peñas la calle que más conservaba el estilo de Guayaquil antiguo. Y me olvidé del asunto.
Hasta que hace unos años vi por primera vez la foto impactante de la ciudad después del incendio de 1896 y me resaltó la imagen de la iglesia de Santo Domingo semidestruida, pero con parte de sus muros todavía en pie, y pensé: “Aquí está lo más antiguo que queda de la ciudad”, pues sí me acordaba, en lo poco que funciona mi memoria, que esta era siempre mencionada en todas las descripciones de los viajeros –y piratas– como la única construcción de mampostería en la ciudad. Pensé que habría sido reconstruida utilizando los muros que sobrevivieron.
Pero ahora que se nos pide hacer un artículo acerca de algo que nos gustaría resaltar sobre Guayaquil, me dedico a investigar y la arquitecta Antonieta Palacios* me decepciona cuando me dice que fue reconstruida en hormigón armado en 1937 por el arquitecto Paolo Russo. Obviamente no se podía reconstruir en hormigón armado utilizando hierro y cemento respetando esos muros de cal y piedra, más aún en una iglesia con su compleja construcción de torres y cúpulas.
Como resultado de todos estos análisis solo podemos quedarnos con el hecho de que son sus bases lo más antiguo de ese Guayaquil colonial y aunque no creo que estén visibles, esta descripción de Chávez, que no sabemos en cuál de sus libros está, pero que sí corresponde a su estilo, puede ayudar a nuestra imaginación: “Hemos observado detenidamente esos muros en todas sus dimensiones y estructura. Imposible que se calcinen. Son de piedra y ladrillo con un espesor parejo de más de un metro. Se anda sobre ellos como en una calle empedrada”.
Esos muros fueron construidos sobre la base granítica del cerro, y aunque hasta ahora ningún historiador daba la fecha exacta de su construcción, en una carta encontrada por Antonieta en sus investigaciones, el filántropo escocés Alejandro Mann escribe al Concejo para que le permita terminar por su propia cuenta la fachada de Santo Domingo, pues desde el incendio de 1896 no se la había terminado y el “barrio presenta un aspecto poco decente”. Menciona que el templo fue terminado en mampostería en 1687 y que en la invasión pirática (de Grogniet, Picard y Hewitt) ese mismo año los encerraron allí: “Fueron encarcelados el gobernador y muchos de los vecinos principales. En la plaza enfrente perpetraron muchos actos de ferocidad al torturar a las personas acaudaladas hasta la entrega de un rescate enorme, de allí se reunieron en asamblea el ayuntamiento y los notables de la villa para arreglar términos con los piratas”.
Continúa Mann pidiendo respeto por lo que considera un lugar tan importante para la ciudad: “Levantado entusiasta este templo por nuestros padres cuando Guayaquil apenas contaba con 400 habitantes, ha sido testigo presencial de nuestro progreso y adelanto, le consideramos hoy como una sagrada reliquia de fe y constancia de nuestros abnegados antepasados, y gratos a su memoria deseamos preservarle decorosamente contra la ruina por la intemperie, como sencilla muestra de reverencia hacia nuestros padres, los dignos progenitores de la Perla del Pacífico”.
Esta parte de la ciudad tiene otras historias que contar, como La Planchada, la perforación de un pozo de agua en que perdió su fortuna un Icaza, historias de Las Peñas, lo poco que se conoce de Alejandro Mann, y otras cosas más que algún día quisiéramos contar.
*coeditora de la Guía Histórica de Guayaquil de Julio Estrada Ycaza