Mensajes del pasado mexicano
El Museo Nacional de Antropología de México celebra sus 50 años con la exposición Códices de México, que abarca 44 manuscritos antiguos. Una guayaquileña, con 15 años residiendo en ese país, nos narra su visita.
“Aquí tenochcas, aprenderéis cómo empezó la renombrada, la gran ciudad México-Tenochtitlan. En medio del agua, en el tular, en el cañaveral, donde vivimos, donde nacimos nosotros los tenochcas”.
Esa cita proveniente de la crónica Mexicáyotl, escrita en idioma náhuatl por 1598 y exhibida en uno de los muros del Museo Nacional de Antropología de México, nos permite conocer el orgullo de los tenochcas como habitantes de la antigua México-Tenochtitlan. Pero también nos hace prever la experiencia que todo visitante tiene en el interior de este maravilloso recinto de culturas ancestrales.
Encuentro con la grandeza
En mi primera visita a México me dijeron de inmediato: “Tienes que ir al Museo de Antropología, no te lo puedes perder y es lo primero que tienes que hacer”.
En ese momento no entendía por qué debía ser el primer lugar que visite en el D.F. Sabía de la riqueza cultural, histórica y antropológica del país, pero jamás me imaginé que ese museo reflejaba con tanta magnitud el riquísimo pasado de ese territorio.
Decidí hacerles caso y fue uno de los primeros lugares que conocí en Ciudad de México. Desde ya estaba impresionada por lo grande de la urbe azteca, la cantidad de personas por todos lados, el tráfico automovilístico y la gran amabilidad de los mexicanos.
Pero enfrentarse al Bosque de Chapultepec y llegar a Antropología (así lo llaman localmente) fue otra historia. Las emociones fueron de asombro, curiosidad y en muchas ocasiones de incredulidad frente a lo que veía: tanto colorido, monolitos enormes, fachadas talladas en piedra, todo con mucho detalle.
En la explanada exterior del museo me recibió Tláloc, el dios del agua, atribuido a la cultura teotihuacana. Es un monolito enorme, de piedra, de 165 toneladas y 7 metros de altura, por algo es el quinto monolito más grande del mundo. Posteriormente observé que en el museo todo es grande, todo es monumental y sorprendente. Por ello los mexicanos están tan orgullosos de este gran complejo que realmente deja sin aliento.
Ten cuidado de las cosas de la tierra. Haz algo, corta leña, labra la tierra, planta nopales, planta magueyes. Tendrás qué comer, qué beber, qué vestir. Con eso estarás de pie. Serás verdadero”.
Huehuetlatolli (dicho antiguo)
La voz de los códices
Esa primera experiencia me ocurrió hace casi 16 años. Pero el Museo Nacional de Antropología de México siempre logra motivarnos a regresar. Lo he hecho varias veces. Y recientemente lo visité para conocer la exposición Códices de México, abierta desde el 18 de septiembre anterior hasta el 11 de enero del 2015, en el marco de la celebración de los 75 años de vida del Instituto Nacional de Antropología e Historia (INAH) y los 50 del Museo, ya que fue abierto el 17 de septiembre de 1964.
Los códices son manuscritos antiguos elaborados mayormente en los siglos XVI y XVII sobre diferentes materiales, como papel amate (vegetal), piel, fibra de maguey, tela de algodón y papel europeo (traído por los colonizadores).
Parecen pergaminos, pero se los ve más gruesos, y se exhiben en vitrinas de cristal cerradas al vacío dentro de un recorrido organizado en tres universos: Tiempo, Espacio y Poder, conceptos fuertemente arraigados en esos textos.
Tales documentos eran realizados por un tlacuilo o escriba con fines religiosos (para uso de los sacerdotes), para anotar asuntos de carácter económico (como registro civil o de la propiedad) o para contar sucesos históricos importantes. Pero con la llegada de los colonizadores españoles esa técnica comenzó a desaparecer.
Estos manuscritos no presentan escritura con alfabeto, sino con dibujos (pictogramas), desde personas hasta animales, o líneas rectas, curvas y espirales que parecen infinitos. Es la manera en que los antiguos habitantes de este territorio narraban sus actividades, especialmente sus batallas. En esos relatos observas la importancia jerárquica de los guerreros, justo por debajo de los sacerdotes.
Entre esos guerreros tenían especial relevancia los denominados águilas y jaguares, representados en máscaras y atuendos. Incluso puedes identificarte con alguno de ellos, u otra especie, ya que según tu fecha de nacimiento te dicen cuál es tu grupo animal (el calendario maya dice que soy jaguar).
Los visitantes comunes quedan impactados con esta muestra. También los científicos. Un comunicado del museo me permite conocer que el antropólogo mexicano Alfredo López Austin reconoció el trabajo técnico que la exposición ofrece, y destacó que es una oportunidad única “de ver los códices como no se pueden ver de otra manera”.
Este investigador emérito de la Universidad Nacional Autónoma de México (UNAM) tuvo un emotivo encuentro con el Códice Moctezuma durante su visita a la exposición. El documento elaborado en el siglo XVI, en papel amate, ilustra sucesos ocurridos en México-Tenochtitlan entre 1483 y 1523, como la muerte del gobernante Tezozómoc, el sometimiento de Moctezuma ante un colonizador y la propia caída de la urbe mexica. Al verlo en una de las vitrinas, López expresó una gran emoción al revivir, dijo, “la experiencia que no se tiene cuando se ven reproducciones”. Yo sentí algo similar.
Toda luna. Todo año. Todo día. Todo viento. Camina y pasa también. También toda sangre llega al lugar de su quietud”.
Libros de Chilam Balam, que narran hechos de la civilización maya en los siglos XVI y XVII.
Diversas historias
Este acercamiento al pasado permitió al Museo anunciar que, hasta el 15 de noviembre, esta exhibición había recibido 133.158 visitantes interesados en libros pictográficos como el Códice Azoyú, que narra actividades de la nobleza indígena que gobernó en la actual región de La Montaña, estado de Guerrero; la Tira de la Peregrinación, que muestra el éxodo de los mexicas (ancestros mexicanos) desde Aztlán hasta el valle de México; el Códice Martín de la Cruz-Badiano, primer tratado que describe las propiedades curativas de las plantas americanas; la Matrícula de Tributos, que explica pagos tipo impuestos; el Códice Sigüenza, que aborda los orígenes de los aztecas, su peregrinación y la fundación de la nueva ciudad de Tenochtitlan.
Y mientras recorres el museo, sigues observando gran cantidad de mensajes ancestrales que te acompañan desde los muros. Es la voz de los primeros mexicanos que comparten con nosotros cómo fue su vida. Y mediante esta visita siento que nosotros compartimos con ellos la nuestra.
¿Solo así he de irme? ¿Como las flores que perecieron? ¿Nada quedará en mi nombre? ¿Nada de mi fama aquí en la tierra? ¡Al menos flores, al menos cantos!”
Cantos de Huexotzingo
Poema anónimo, Cantares Mexicanos.
Recorriendo el museo
Las salas de un gigante en el D. F.
¿Cómo describir la experiencia de visitar Antropología? Al principio, de profundo asombro, sorpresa y en algún momento de angustia. Es tanto, tanta historia, tanto que ver, tanto que escuchar. Por ello recomiendo contratar el audioguía para recibir las explicaciones.
Al ingresar al recinto, en el patio interior, observas una pieza monumental: la columna de bronce conocida como el Paraguas –obra de los hermanos José y Tomás Chávez Morado–, que funciona como una hermosa pileta con el agua que cae desde dentro.
Desde allí se puede ir a las 11 salas principales, cada una destinada a una época o grupo geográfico. En la planta baja se ubican los restos arqueológicos, fotografías y relatos. En la planta alta se aprecia las vestimenta y cómo vivían cotidianamente. La primera sala está destinada a la introducción de la antropología, la segunda al poblamiento de América, la tercera expone el Preclásico en el Altiplano Central, la cuarta es exclusiva para Teotihuacan, la quinta es para los toltecas y el Epiclásico, la sexta para los mexicas, la séptima son las culturas de Oaxaca, la octava es Cultura de las Costas del Golfo, la novena es para la cultura maya, la décima se titula Culturas del Occidente y la décima primera para las Culturas del Norte.
Las salas más populares son las destinadas a Teotihuacan, a los mexicas y a los mayas.
La sala teotihuacana me maravilló por su colorido; todo es rojo, verde y amarillo. Son los colores con que decoraron sus templos y edificaron sus pirámides (usaban pintura vegetal). Enormes, imponentes y únicas en América. Cada uno de los templos dedicado a una deidad: Quetzalcóatl, al Sol y a la Luna. Pero el más bello, para mí, es el destinado a Quetzalcóatl, la serpiente emplumada, por los detalles en sus esculturas, tan bien realizadas, organizadas, orientadas.
La sala Mexica (pronúnciese Meshica, porque acá la “x” suena “sh” o “j”) se encuentra en el centro del museo, y desde la entrada se la puede ver a lo lejos y de frente. Corresponde a lo que es hoy la actual Ciudad de México. En ella se encuentra la maqueta del antiguo México-Tenochtitlan, donde me pude percatar del desarrollo que tenían en cuanto al sistema de alcantarillado y drenaje, organización de sus calles, de zonas y comercios.
Era un lugar limpio, ordenado y supervisado porque había personas que regulaban todo el valle. La ciudad se encontraba rodeada por un gran lago y con calzadas. Además, la maqueta del Mercado de Tlatelolco sugiere que los mexicas o aztecas eran muy organizados, tenían jerarquías, disciplinados y se supervisaba un comercio justo.
Sin embargo, dentro de la sala la joya de la corona es la Piedra del Sol o Calendario Azteca, de 24 toneladas. En la sala, también vemos la Piedra de Sacrificios, donde se les arrancaba el corazón a los mejores guerreros y se lo colocaba en el centro de la piedra. Esa roca tenía surcos por donde bajaba la sangre del sacrificado, quien lo consideraba todo un honor. ¡Ah!, no me puedo olvidar del Penacho de Moctezuma, muy colorido, hecho de plumas de quetzales, magnífico, grande y vistoso, digno de un emperador, el último del México-Tenochtitlan.
Comenzaban a enseñarles: cómo han de vivir, cómo han de respetar a las personas, cómo se han de entregar a lo conveniente y recto. Han de evitar lo malo”.
Huehuetlatolli (dicho antiguo)
Con los mayas
Además de ser grandes guerreros y astrónomos, los mayas eran excelentes orfebres, ya que su sala muestra máscaras, orejeras, collares, cuchillos todos en oro, obsidiana y jade. La representación de una cancha de juego de pelota fue otra de las atracciones en esa sala (se dice que este juego es el primer antepasado del fútbol). En esa cancha puedes imaginarte cómo jugaban aventando una pelota hecha de hule con las caderas, rodillas y codos sin dejarla caer. El objetivo era que pasara por un aro de piedra muy alto.
Ahora vivo en Ciudad de México y mucho se debe a mi visita al museo de Antropología. Y cada vez que llega un familiar a visitarme, al primer lugar que vamos es al Museo y me escucho diciendo lo mismo que escuché hace años: “Antropología es una visita obligada si quieres conocer México”.
* Psicóloga guayaquileña.