Aprender a los golpes
Fui a un colegio solo de varones en una época en que era lo más normal. No era privado ni exclusivo el Nacional Nº 2, Domingo Faustino Sarmiento, en Buenos Aires. Había colegios mixtos, públicos y privados, pero eran la excepción. Así que ahora imagínese las peleas que se organizaban en un colegio estatal de varones, con cuatro divisiones por curso y tres turnos por día. Aprendíamos todos a ser grandes en la escuela de la vida, a los golpes y a fuerza de tropezones, y el colegio no era más que otro escenario de nuestro aprendizaje, como el de todo el mundo.
En aquella época se decía te espero a la salida y bastaba. El motivo era lo de menos ya que pelear era un pasatiempo para ver quién manda en la manada, aunque sea por un rato. No existía entonces el bullying, ni el trastorno bipolar, ni el ADD, ni el TOC, ni otro invento del sentimentalismo desatado a finales de siglo. Había chupamedias, peleadores, tragas, fallutos, fanfarrones y una larga lista de especímenes que hacían la vida más entretenida. Si cargábamos a alguno era porque se lo merecía. El que más sabía rara vez era el mejor compañero y los profesores eran tan permeables a los alcahuetes como ahora.
Una vez le di una trompada a uno de mi clase. Fue en un recreo y ni me acuerdo la razón. Sí me acuerdo que cayó al suelo tapándose la cara y se quedó como muerto. Hacía teatro futbolero, pero me pegué un buen susto porque fue adentro del colegio. Sabía que no lo había lastimado, pero bastaba con que dilatara su permanencia en el suelo para que lo viera un celador y yo no andaba bien de amonestaciones.
Todo eso ocurría cuando no existía el escudo protector de unos padres culposos. Los nuestros no iban nunca al colegio, ni siquiera el día que nos daban el diploma: cuando aparecía el aviso en el transparente había que ir a buscarlo a secretaría. No había fiesta de fin de año, ni viaje de egresados, ni acto solemne, ni nada, nunca. Tampoco feriados bobos, ni día del estudiante, ni estudiantinas, ni medallas para todo el mundo. El último día de clase era el último día de noviembre y si te he visto no me acuerdo. Después venían los exámenes en los que estábamos igual de solos que el resto del año.
Resulta que hoy cualquier pelea de colegiales es un drama, mucho más por la viralización de sus imágenes filmadas que por la pelea en sí. Lo que antes quedaba entre cuatro involucrados hoy parece el desembarco en Normandía. Para colmo le encontramos justificación a lo que sea con tal de mantener a rajatabla la inocencia mentirosa de los chicos. Nos creemos escandinavos, que tampoco tienen un pelo de inocentes, y castramos la libertad de aprender a los golpes, que es como mejor se aprende en todo el mundo. (O)