Feijoada gratis: criollada brasileña

Por Gonzalo Peltzer
04 de Noviembre de 2012

“Al poco rato apareció una patrulla de la Policía Militar que andaba de rutina por ahí. Se bajó un oficial y mientras la miraba, le ofreció llevarla a un hospital. Fue entonces cuando la moribunda se paró como un resorte...”.

Estábamos sentados como unos reyes en el restaurante Barthodomeu, en la vereda de la calle María Quiteira de Río de Janeiro. Suele haber tanta gente que complica el tránsito en la calle que circula desde el lago (lagoa) Rodrigo de Freitas hacia la playa encantadora de Ipanema.

Habíamos pedido feijoada, que en ese restaurante de moda como en todos los de Brasil viene con refill gratuito y hasta perder el sentido. Ahí estábamos disfrutando del buen tiempo, de la gente y de los feijãos, la farofa, la linguiça y el arroz, cuando una señora en la mesa de al lado se tomaba la barriga con fuerza y abría los ojos como el dos de oro.

Solo yo la veía por mi posición en nuestra mesa de cuatro y pensé que le estaba haciendo teatro a su marido, o novio, que la acompañaba. Pero al rato y por el pánico del acompañante creí que algo serio estaba pasando.

-¡Che!, algo le pasa a esa señora… les dije a mis compañeros argentinos.

Ellos miraron enseguida hacia la mesa que yo señalaba con el mentón, pegada a la nuestra.

Al sentirse mirada, la mujer levantó la cabeza y nos preguntó como si preguntara la hora, en portugués, claro:

-¿Alguno de ustedes sabe hacer masaje cardiaco?

-Ninguem, le contestamos en correcto portuñol mientras engullíamos otra cucharada generosa de feijoada. Fue entonces cuando comentamos entre nosotros que a quien no lo necesita el masaje cardiaco le puede hasta parar el corazón. Y otras teorías poco serias, como que tosiendo uno le gana unos minutos al infarto.

Fue entonces cuando la señora se tiró al suelo entre su mesa y la nuestra y pidió que alguien le hiciera el dichoso masaje. Entonces alertamos al resto de los comensales.

-¿¡Hay algún médico?! Nadie. Pero rápidamente los varones se lanzaron a una actividad frenética con sus celulares y las mujeres se acercaron a la señora para hacerle lo que terciara. Una arriesgada en shorts empezó poco convencida a presionarle el pecho con golpes tímidos, siguiendo las instrucciones de la enferma.

Al poco rato apareció una patrulla de la Policía Militar que andaba de rutina por ahí. Alguien se acercó corriendo y la paró en medio de la calle a la vez que le pedía al oficial que hiciera algo, o quizá le preguntaba si sabía qué hacer en estas circunstancias. Se bajó un oficial y mientras la miraba, le ofreció llevarla a un hospital. Fue entonces cuando la moribunda se paró como un resorte y se metió corriendo en el carro de la Policía que salió disparado detrás de su sirena para salvarle la vida.

Al rato volvió el policía a pedir sus honorarios. Ya se sabe que toda intervención lleva su contraprestación. Cuando salía con su bagayo le hice un gesto que contestó con el índice en su sien, “qué loca estaba esa mujer”.

-“¿Maluca?”, dudó el camarero que nos estaba ayudando con la clave de wifi. “Se fue sin pagar, en una patrulla policial, y a nosotros nos costó el doble”.

gonzalopeltzer@gmail.com

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