Patrulla eterna del San Juan
Dicen que da mala suerte cambiarle el nombre a una embarcación y la superstición vale tanto para un inmenso transatlántico como para un chinchorro de Salango. Ya digo que es una superstición marinera en la que no creo, pero tampoco fue el caso del submarino San Juan, que desapareció el 30 de noviembre del año pasado en el Atlántico sur. Pero resulta que el nombre del submarino tiene una larga historia que me propongo contarle desde su bautismo como ARA San Juan el día de su botadura, el 20 de junio de 1983 en Emden, Alemania, aunque recién se incorporó a la flota argentina en noviembre de 1985. ARA es la sigla de los buques de la Armada de la República Argentina como BAE es el de los Buques de la Armada del Ecuador.
Por una ordenanza bastante peregrina, desde 1981 los submarinos argentinos deben llevar nombre de provincias que empiezan con S. La cuenta da cinco posibles: Santa Cruz, Santa Fe, San Luis, Salta y San Juan. Antes del submarino y de esa ordenanza hubo tres buques llamados San Juan en la flota: un destructor (1911), un hidrográfico (de 1929 a 1937) y un torpedero (de 1937 a 1971). El hidrográfico pasó a llamarse Comodoro Rivadavia en 1937 y en 1942 le volvieron a cambiar el nombre por Madryn.
El caso más curioso es el del destructor San Juan de 1911 que nunca se incorporó a la flota porque fue devuelto a los astilleros franceses junto con el Catamarca, el La Rioja y el Mendoza debido a sus notables defectos de construcción, especialmente en las maquinarias. Pero hubo un segundo destructor San Juan, esta vez construido por el astillero alemán Krupp en Kiel y completado en 1915, pero cuando estaba listo para su entrega fue confiscado por el imperio alemán para la Primera Guerra Mundial junto con otros tres iguales que iban a llamarse Santiago del Estero, Santa Fe y Tucumán. Los cuatro integraron la armada alemana y fueron hundidos por sus tripulaciones en Scapa Flow el 21 de junio de 1919, junto con gran parte de la flota apresada por los británicos al firmarse el armisticio.
Ya se ve que los hombres de la armada no son supersticiosos y cambian los nombres de los buques, sobre todo cuando son usados, como el General Belgrano, que sobrevivió a Pearl Harbor cuando se llamaba Phoenix y se incorporó a la flota argentina como 17 de Octubre (cosas de los incorregibles peronistas). Pero así como los cambian, también los repiten: cuando uno es dado de baja queda libre su nombre y otro lo puede heredar, como el caso de Hércules o Santísima Trinidad, que se repiten hace 200 años.
Pero hay nombres que no se repitan nunca más porque no se los da de baja. Son los nombres de los buques hundidos en cumplimento de sus misiones. El submarino San Juan –igual que el crucero General Belgrano hundido durante la guerra de las Malvinas– continuará ocupando su nombre en la flota de la Armada y la razón es lógica y emocionante: esos hombres y esos buques están de patrulla para la eternidad. (O)