El amor y la memoria
Lo que hasta hace poco no se nombraba, o lo que apenas se sugería, en la novela En breve cárcel (1981) de la escritora argentina Sylvia Molloy, aparece explícito: el lesbianismo.
Es esta una obra que relata una atropellada historia de amor, en la que intervienen no dos, sino tres personas: Vera, Renata y una escritora, que es la protagonista. Un narrador en tercera persona –como un observador instalado en un lugar en el que nadie puede verlo, pero desde el cual él todo lo ve– narra la existencia de la escritora, que desde un pequeño cuarto –su libertad, el espacio en el que se preserva del mundo, pero también acaso su prisión– intenta escribir y a la par recuerda, evoca, vive. Repasa amores, infancia, vida familiar. Todo, desde una subjetividad. O desde la subjetividad cómplice con que mira el narrador, quien cuenta y le endilga a la escritora emociones, pasiones. ¿Es el narrador tan preciso que logra, realmente, contarla?
No existe, en síntesis, un gran conflicto exterior, porque más que en el mundo exterior, esta novela sucede en el interior, en lo emocional, en lo subjetivo. Es la memoria la que agranda o empequeñece hechos, acontecimientos, situaciones. La memoria selecciona y reelabora. ¿Es parte de sus ficciones? ¿Son sus afectos tan intensos, sus recuerdos infalibles?
En sus juegos de infancia no había hombres, ni padres. ¿Cuál es el conflicto con el padre? Ella lo exilió. Le rehuyó siempre –¿El padre abusó de ella? ¿Hay un atisbo de incesto?–. La madre está presente y, sin embargo, ausente. La tía Sara –soltera, sin hijos– ocupa el lugar de sus afectos. Es, simbólicamente, la madre. Pero el padre ahora está muerto y ella desde la adultez lo recuerda –¿con cierto afecto, con indulgencia o con una imagen reconciliada?–.
Recuerda, asimismo, a Vera, a Renata, sus amores temporales. Los encuentros y desencuentros hablan, en el fondo, de la imposibilidad de instalarse o de permanecer de manera definitiva en el otro. De aprehender al otro. Siempre somos fragmentos de alguien, la periferia del otro. Y aún así, conservamos la ilusión de ser un todo con ese otro. También se alude a la dificultad de traducir en palabras las emociones. La emoción es siempre más honda, más nítida, que esa palabra que pretende decir, abarcar, y que en su intento se torna imprecisa.
Los hombres aparecen a través de la imagen del padre. Los otros (el tío, el amigo, el acompañante de la mujer con la que se encuentra en el paseo del campo) son apenas citados. Los diálogos se dan entre mujeres. La protagonista reserva detalles para “oídos de mujeres acostumbrados a escuchar”. Vera, sin embargo, tiene comportamientos que podrían conceptuarse como masculinos: es la seductora, la que abandona.
La obra muestra el proceso de la escritura y en este sentido tiende puentes con La hora de la estrella, de Clarice Lispector. En breve cárcel es, asimismo, una reflexión sobre la creación literaria y la escritura, sobre el paso del tiempo, los miedos y la soledad, como ese estado propio del ser humano. La escritora protagonista se va a otra ciudad. Pero aunque no vuelva a ver, posiblemente, ni a Renata ni a Vera, permanecerán en ella, quizá, por medio de la memoria. ¿Qué pasaría si las que evocaran fueran Vera o Renata? (O)
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