El homo de una utopía
En la conferencia que dio el pasado 6 de diciembre, ante la Academia de Suecia, la premio nobel de literatura Svetlana Aleksiévich dijo que si Flaubert se definía como una pluma humana, ella se veía entonces como un oído humano. Cuando voy caminando por las calles y escucho algunas palabras, frases o exclamaciones, siempre pienso. “¡Cuántas novelas desaparecen sin dejar un rastro! Son historias que se esconden en la obscuridad”. Y añadía: “Hasta ahora no hemos sido capaces de entender en la literatura el lado conversacional de la vida humana. No lo apreciamos simplemente, ni logramos sorprendernos de él”. Pero, agregaba, a mí ello me fascina, y me ha cautivado. Amo como hablan los humanos... amo la solitaria voz humana. Esa es mi gran amor y pasión.
“Muchas veces me he horrorizado y asustado por los seres humanos. A veces he querido olvidar lo que he escuchado y regresar al tiempo de mi total ignorancia. Más de una vez, sin embargo, he visto lo sublime en los humanos y he querido llorar”.
Armada con solo una grabadora y una pluma –y con los oídos bien atentos–, Svetlana Aleksiévich se propuso perennizar en la memoria colectiva la tragedia que significó la Unión Soviética. “Buscó conservar decenas de microhistorias, esas novelas que significan las vidas humanas, todo lo que sucedió durante ese régimen”.
Este es el material que se encuentra en El fin del Homo sovieticus (traducción de Jorge Ferrer, editorial El Acantilado, Barcelona, 2015). En él, Aleksiévich, cuyos libros están prohibidos por la dictadura bielorrusa, explica que “el comunismo se propuso la insensatez de transformar al hombre antiguo, al viejo Adán. Y lo consiguió (...). En setenta y pocos años, el laboratorio del marxismo-leninismo creó un singular tipo de hombre: el Homo sovieticus”.
La autora logra recoger decenas de historias íntimas, personales, de madres que perdieron a sus hijos y otras que fueron deportadas con ellos a espaldas; de estalinistas rabiosos; de hombres humillados y jóvenes que sufrieron humillaciones, así como de quienes fueron embrujados por el capitalismo y la perestroika.
A pesar de su extensión –qué obra rusa no lo es– el libro se lee con un interés tal que es difícil dejarlo a un lado, en buena parte por su sencillez y por esa multiplicidad de voces que parecen entrecruzarse en un laberinto.
“He escrito cinco libros”, dijo Aleksiévich en Estocolmo, “pero creo que en realidad he escrito solo uno. Un libro acerca de una utopía”. El que hoy recomendamos es un buen ejemplo de ello. (O)