Entre el dolor y la muerte
La memoria es asociativa. Una palabra, una imagen, un sonido llevan a recordar. A comparar. A imaginar. Hace poco vino a mi memoria el libro Cartas desde el infierno, de Ramón Sampedro, en el cual se basó el filme Mar adentro, del cineasta Alejandro Amenábar, que obtuvo el Oscar a mejor cinta extranjera en el 2004.
Lo evoqué mientras leía la novela La luz difícil, del escritor Tomás González, de reciente publicación. En esta obra del autor colombiano, un joven que sufre un accidente de tránsito y queda parapléjico decide morir. Los dolores son tan intensos que la vida le resulta imposible. Es su padre, un pintor colombiano, ahora ya anciano, el que evoca, desde el presente, el destino escogido por su hijo y este episodio doloroso que marcó a la familia.
En Cartas desde el infierno, Ramón Sampedro, marinero de oficio –quien mientras iba a bañarse en el mar sufrió un accidente que lo dejó totalmente inmóvil–, reflexiona sobre su condición de tetrapléjico y defiende su derecho a quitarse la vida, hecho que finalmente se cumple. Él pensaba que vivir es un derecho, pero no una obligación. Y que morir, en su caso, era la única vía hacia la libertad.
Cartas desde el infierno es una historia real. La luz difícil es una ficción. Y aunque los planteamientos son distintos, hay algo que emparenta estas dos obras: la decisión sobre la vida y los cuerpos, la manera en que se concibe la existencia. “Dicen que no se puede tolerar la muerte decidida como un acto de voluntad personal. Yo pienso que es la única de las muertes que la humanidad podría justificar ética y moralmente”, argumentaba Sampedro.
El libro de Sampedro, concebido a manera de cartas, es el pensamiento de un hombre agnóstico de profundas reflexiones filosóficas. La novela de González es íntima, evocativa y nos lleva a reflexionar también sobre el paso del tiempo y la vejez, esa etapa de la vida que nos enfrenta con lo que en esencia somos: seres vulnerables. Seres a los que el tiempo irremediablemente vence.
