La inmortalidad hacia atrás
No es de extrañarse que en estos días se publique una nueva obra de Umberto Eco. El escritor italiano había solicitado a su editor que al poco de su muerte se publicara un libro que lo había preparado para la ocasión. Tanto le disgustaban los lugares comunes, y tanto había hecho para que la gente reflexionara leyendo libros, que hasta su fallecimiento Eco lo quiso asociar con la lectura.
Su nombre es vinculado generalmente con sus novelas, y en especial con El nombre de la rosa. Traducida a varios idiomas con más de treinta millones de ejemplares, la obra tiene un contenido histórico y filosófico, en el que se mezclan el análisis bíblico, la teoría literaria y la técnica detectivesca. Muy típico de Eco, la novela es susceptible a diversas lecturas.
Si bien el reconocimiento nace de su narrativa literaria, ella no fue sino un vehículo para llevar al gran público sus complejas investigaciones en el arcano campo de la semiótica, desde el que Eco se propuso descifrar desde la obra de Joyce hasta las tiras cómicas. Algo que lo llevó a escribir decena de libros y ensayos. Dos de sus trabajos más interesantes fueron escritos al comienzo de su larga carrera. Me refiero a Obra abierta, en la que surge una visión del arte contemporáneo como una suerte de metáfora epistemológica, y La estructura ausente, que pretende una teoría semiológica unificada.
Enemigo acérrimo de los regímenes totalitarios que buscan controlar y sofocar la libertad de expresión y el pensamiento disidente, Eco fue crítico implacable de Berlusconi y su emporio de comunicación que dominó por años la escena pública italiana.
No deja por ello de constituir una repulsiva paradoja el que algunas de las nuevas dictaduras, en su afán de controlar las ideas y opiniones disidentes, soliciten informes de semiótica a burócratas asalariados sobre los comentarios de prensa y caricaturas con el propósito de perseguir a sus autores. No es la primera vez que ocurren este tipo de distorsiones. Los nazis, por ejemplo, se apropiaron y deformaron de la manera más burda las reflexiones y libros de Friedrich Nietzsche para ponerlos al servicio de su ideología totalitaria. Gracias en buena parte a Walter Kaufmann, el pensamiento de Nietzsche logró ser rescatado años más tarde. (O)