Más de la Gran Guerra ‘El miedo’
Se suponía que para diciembre de ese año, todos estarían de vuelta para las fiestas navideñas. Y, además, se decía que era la guerra que acabaría con todas las guerras. Había un aire festivo en las despedidas. Para el conscripto francés Jean Datemont, un estudiante de 19 años que había sido llamado a fines de 1914, parecía que era oportunidad. Luego de un intenso entrenamiento llegó el momento de saciar su curiosidad sobre lo que lo esperaba.
Pero Jean pronto se encontrará en medio de una carnicería que parecía no tener fin, algo que jamás se lo había imaginado. Luego de curarse de una herida, Jean regresa a casa. Allí descubrirá que todo el mundo, especialmente los altos funcionarios públicos, los líderes políticos, la prensa y los jefes militares, hablan de patriotas, de heroicas batallas. Hablan de un mundo que nada tiene que ver con lo que está sucediendo en el frente. Sin embargo, Jean no se quedará callado. Resuelve salirle al encuentro a tanta distorsiones. Y comenzará por contar lo que él sintió en las trincheras: el miedo.
Y ese es precisamente el título de la novela de Gabriel Chevallier (El miedo) que gracias a la editorial Acantilado ha sido recién traducida al español. La obra se publicó por primera vez en 1930, en Francia, y tuvo enorme acogida.
Todas las fases de esta trágica guerra, y de la que tanto se nos ha recordado en estos días, vienen contadas en esta obra. Pero contadas con un vigor, con un realismo y al mismo tiempo con un estilo poético impresionantes.
El autor participó en esta guerra en un regimiento de infantería de su país. Esta circunstancia le facilita entregar una descripción muy vívida desde las cosas más triviales hasta las más complejas y dramáticas. Hay en la narración un talento casi escalofriante en dibujar la violencia, la muerte, el dolor, el frío, los gases, el fuego, los gritos, y por encima de todo, el miedo, con una precisión cartesiana, usando las palabras precisas.
Probablemente lo que hace a esta obra única, a nuestro juicio, es el hecho de que el autor no tiene empacho en admitir que tenía miedo, que fue presa de la cobardía. “Éramos cobardes y lo sabíamos, y no pudimos ser otra cosa. El cuerpo era el que mandaba, y el miedo era el que daba las órdenes”.