‘Memorias del 16 A’
El terremoto del 16 de abril de 2016 forma parte de las más tristes experiencias de los ecuatorianos. La tierra tembló. Todos sentimos el fuerte sacudón. Para muchos fue un grave susto. Casi un minuto de pánico. Pero para los habitantes de las provincias de Manabí y Esmeraldas significó también perder sus casas, sus pertenencias y sus seres queridos. Lloraron a sus padres, a sus hijos, a sus abuelos, a sus esposos, a sus sobrinos. A sus amigos y vecinos. A todos los que no corrieron con suerte en ese sábado funesto, que segó vidas, trastocó el rostro de las ciudades y cambió la historia de las familias.
Han pasado dos años y el país y las ciudades afectadas han retomado su día a día, pero el acontecimiento permanece en los recuerdos de los sobrevivientes y en las publicaciones que se han realizado y que pretenden ser un testimonio atemporal, un documento que trascienda la perecedera memoria de los seres humanos. A este esfuerzo editorial se suma una publicación de la Alcaldía de Manta, que se titula Memorias del 16 A, una obra de 255 páginas, editada el pasado abril.
Lo interesante de este volumen es que, como lo señala en su subtítulo, es ‘un libro de historias ciudadanas’. No son periodistas, cronistas o escritores los que se encargan de contar lo sucedido. Los ciudadanos narran cómo vivieron la circunstancia del terremoto. Son casi 80 las voces que participan. En el prólogo se cuenta que “se lanzó una convocatoria a la ciudadanía para conocer sus experiencias”. Entre esas voces están también algunos periodistas y escritores manabitas, como Diana Zavala o Alexis Cuzme, pero aparecen como ciudadanos que aportan sus vivencias. La editora es Yuliana Marcillo.
Casi todos dicen que no tenían idea de la magnitud de lo ocurrido sino hasta cuando lograron salir de sus casas y empezaron a deambular y a preguntar por sus familiares. Y que con la luz del amanecer se les reveló la abrumadora realidad.
Los protagonistas de las historias narran la normalidad con que vivían ese sábado 16 de abril, hablan de los planes que tenían, de las actividades que realizaban y de cómo unos cuantos segundos lo trastocaron todo. Algunos lamentan no ser escritores, para poder describir, a fondo, lo que vivieron. Pero no hace falta. Los testimonios tienen la virtud de la espontaneidad, de lo que emerge de las vivencias. “Quisiera tener el poder para retroceder el tiempo, para subirme a su carro y haberme ido con él”, dice Nathaly Sánchez sobre su padre, quien falleció en el terremoto. Él vivía en Pedernales y el día anterior la fue a visitar a Manta. La invitó a que se fuera con él. Ella se negó. Bárbara Almeida cuenta que su madre la fue a buscar a su trabajo y le dio un beso. Enseguida la tierra tembló y la madre se quedó atrapada entre los escombros. La encontraron muerta cinco días después.
El libro, sin embargo, es esperanzador. Pese a lo sufrido, la gente que logró sobrevivir sigue en pie. “Este terremoto que nos destruyó fue el mismo que nos reconstruyó”, dice Vanessa Vinces. (O)
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