Recuerdos, lecturas

Por Clara Medina
26 de Noviembre de 2017

Me invitan a un diálogo sobre García Márquez y Cien años de soledad y pienso que es tanto lo que se ha dicho o escrito al respecto, que tal vez nada de lo que exprese suene a nuevo, sino a la repetición de la repetición. Y aun así no pierdo el entusiasmo. Las conversaciones con amigos, por ejemplo, no siempre son nuevas. A veces son el recuerdo de las situaciones vividas en conjunto, de lo ya dicho o sabido, e igual se las disfruta. Surge de estas un matiz entretenido, o incluso revelador para alguno. De manera que acepto. Lo interesante de las conversaciones, pienso, no es lo que uno pueda contar, sino lo que se pueda escuchar. Y, por supuesto, el gusto de compartir.

Mientras llega el día, hurgo en mi memoria, o leo, y así arribo a la tesis de Mario Vargas Llosa sobre Cien años de soledad, realizada a principios de la década de los 70, parte de la cual se publicó en 2007, en la edición conmemorativa de la obra cumbre de Gabo, que alistó la Real Academia Española de la Lengua. El escritor peruano destaca la naturaleza plural de Cien años de soledad, que es “simultáneamente, cosas que se creían antinómicas: tradicional y moderna, localista y universal, imaginaria y realista”. Resalta su accesibilidad ilimitada, ya que la puede leer el lector inteligente y el que se queda en la anécdota. “Es uno de los raros casos de obra literaria mayor contemporánea que todos pueden entender y gozar”, dice. En la época que se publicó Cien años de soledad (en 1967, hace 50 años) estaba presente también una literatura que exigía del lector un bagaje de referencias, pues acudía a intertextualidades. Gabo escoge un camino llano.

Interesante volver a ese texto escrito por un Nobel sobre la obra de otro Nobel. Claro que entonces ni Vargas Llosa ni García Márquez conocían lo que el futuro les depararía. Lejos estaban de saber (aunque tal vez secretamente lo desearan) que muchos años después ambos irían, en distintas fechas, a Estocolmo a recibir el más alto premio al que puede aspirar un escritor vivo. Y tampoco se les pasaba por la cabeza que un puñetazo pondría fin a la amistad. La vida es azarosa.

Vargas Llosa califica a Cien años de soledad como una ‘novela total’, por ser la historia completa de un mundo desde su origen hasta su desaparición. Y aquí recuerdo la pregunta que Plinio Apuleyo le hace a García Márquez en El olor de la guayaba: “Muchos críticos ven en el libro una parábola o alegoría de la historia de la humanidad”. Gabo contesta: “No, quise solo dejar una constancia poética del mundo de mi infancia, que como sabes transcurrió en una casa grande, muy triste, con una hermana que comía tierra y una abuela que adivinaba el porvenir, y numerosos parientes de nombres iguales que nunca hicieron mucha distinción entre la felicidad y la demencia”.

Y así, sigo recordando y leyendo o releyendo pasajes sobre Gabo y Cien años de soledad. El pretexto es el diálogo. Siempre hay un pretexto para releer y recordar. Siempre. (O)

claramedina5@gmail.com

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