Un hombre sin rostro

Por Hernán Pérez Loose
15 de Enero de 2017

El reciente informe de las agencias de inteligencia de los Estados Unidos sobre la interferencia del Kremlin en las últimas elecciones presidenciales de ese país ha provocado un shock político en los corredores del poder de Washington.

A través de un sofisticado espionaje cibernético, el Gobierno ruso habría penetrado en la red de computadoras del partido Demócrata con el propósito de acceder a su información y usarla en contra de Hillary Clinton. Es probable que ni a John Le Carré se le habría ocurrido una saga de esta magnitud. Pero más allá del curso que tomen las investigaciones que el Congreso de los Estados Unidos ha iniciado sobre este tema, lo cierto es que la figura de Vladimir Putin ha tomado un nuevo empuje, y ha abierto tantas preguntas sobre su futuro como sobre su pasado.

En su libro El hombre sin rostro (Editorial Debate, Madrid, 320 páginas), la periodista rusa Masha Gessen procura dar algunas luces sobre el origen del actual líder del Kremlin. En 1999 la así llamada “familia” que rodeaba al entonces presidente Boris

Yeltsin comenzó a buscarle un sucesor. Yeltsin se había vuelto un político impopular y había prácticamente dejado de gobernar. La figura que se buscaba era la de alguien de bajo perfil y que fuera fácilmente manejable por el círculo del poder de la naciente oligarquía.

Vladimir Putin prometía ser la persona adecuada. Con escasa experiencia administrativa –él había sido vicealcalde de San Petersburgo y por breve periodo director de la policía secreta–, Putin parecía ser el ideal candidato para el cargo. Un hombre sin rostro, un burócrata que podía ser amoldado con poco esfuerzo tanto por los poderosos intereses rusos como de Occidente, que no despertaban de su encanto por haber derrotado al imperio soviético.

Pero Putin tenía otros planes. Desde su llegada al poder en 1999, el hombre sin rostro se hizo con el control de los medios de comunicación, sus rivales políticos fueron poco a poco eliminados: unos encarcelados, otros exiliados, y otros inclusive resultaron muertos.

Los oligarcas de Yeltsin o fueron desplazados, o pasaron a ser sus súbditos. Pese a las valientes manifestaciones de protesta por el fraude en las elecciones de diciembre de 2011, Putin sigue manteniendo altos niveles de popularidad en su nación, y Rusia, para muchos observadores, ha vuelto a ser una amenaza para sus ciudadanos y para la democracia en el mundo.

El lector encontrará una fuente de información muy interesante sobre una de las figuras claves del ajedrez mundial. El libro puede ser ordenado a la casa editorial. (O)

hernanperezloose@gmail.com

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