Experimento agridulce: Menos drones, más historia

Por Harpo
02 de Septiembre de 2018

“Prácticamente no hay espacio para el subtexto, todo está puesto ahí, todo está dicho, lo cual deja poco terreno para que los actores hagan su trabajo: actuar”.

Minuto final se estrenó en los cines ecuatorianos con una carta de presentación clara: ser la primera película en ser grabada completamente con drones, una idea que suena interesante en papel, pero que en la realidad deja un sabor agridulce una vez que se ve el producto final. Pero empecemos por el principio.

La cinta cuenta la historia de Leonardo, un policía que recibe por parte de su jefe una propuesta para plantar evidencias, al negarse, ambos se convierten en rivales. Además, somos testigos de cómo este personaje –interpretado por Ricardo Velástegui– tiene problemas para lidiar con algunos momentos trágicos de su vida.

En primer lugar, se agradece que cada vez más se estén contando en el cine ecuatoriano historias de diferentes géneros y por fin estemos saliendo de las “historias costumbristas” y relatos que buscan reflejar la realidad. Eso está bien, pero el cine también es entretenimiento, ficción, aventura, riesgo.

En ese aspecto, Minuto final tiene un punto a su favor al presentarnos un thriller policial. El uso de los drones efectivamente tiene un impacto visual interesante, sobre todo en las secuencias de persecución, con grandes planos abiertos y una sensación de estar realmente metido en la escena que es admirable. Pero al mismo tiempo, hay momentos en que se siente la ausencia de un tradicional primer plano, o ver una conversación armada con un plano y contraplano regular.

Estos recursos no existen en vano, tienen un valor narrativo y dramático que al estar ausentes en este filme nos alejan de la historia.

Pero más allá de la narrativa audiovisual, que seguro habrá quienes no estén de acuerdo con el autor de esta nota y les parecerá que soy un anticuado que no entiende nuevas propuestas, el verdadero punto débil de Minuto final es su guion. Escrito por el también director del filme Luis Avilés, la historia de la película es por momentos confusa y eso siempre dificulta el poder disfrutar de una película. El diálogo en gran parte es expositivo y soso, con frases hechas como “salió corriendo como si no hubiera mañana”.

Prácticamente no hay espacio para el subtexto, todo está puesto ahí, todo está dicho, lo cual deja poco terreno para que los actores hagan su trabajo: actuar.

Esto se evidencia principalmente en el papel de Alberto Pablo Rivera, el villano de la historia. Un villano unidimensional, sin motivaciones claras, con risas exageradas y una historia que nunca conocemos. Ricardo Velástegui está bastante correcto con su interpretación de Leonardo, pero esto es más mérito del actor que del guion. Y Shany Nadan tiene un papel tan intrascendente que ni siquiera puede ser evaluado.

La suma de todos estos problemas da como resultado que el final “sorpresivo” nos deje preguntándonos qué fue lo que terminamos de ver. Y es que después de todo, y como ya lo he dicho en más de una vez, el guion es la base de todo, y sin él jamás podrá haber una buena película. Las innovaciones tecnológicas están bien, pero sin un guion efectivo, no serán más que una curiosidad.

La moraleja final sería: menos drones y más historia. (O)

ojosecosec@gmail.com

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