Detective de la oscuridad
El novelista Leonardo Padura nunca abandonó Cuba. Pero en sus libros se palpa creativamente una realidad social y humanista, desprovista de mensajes políticos.
La novela detectivesca, que tuvo como modelo inicial un gran investigador que de modo casi sobrenatural resolvía los crímenes misteriosos a base de lógica y raciocinio, se ha vuelto un género realista que permite representar no solo el proceso investigativo, sino las duras realidades de nuestro tiempo. Así, las ocho novelas de Leonardo Padura protagonizadas por el detective Mario Conde muestran qué es ser un detective en la Cuba del socialismo real. Vistas en conjunto, con tramas ambientadas en La Habana de 1989, 2003 y 2009, las novelas policiales de Padura son un espléndido artificio que puede transformar los puntos de vista que los lectores tienen de la vida.
La realidad imaginada es realidad
Según Padura, desde la primera novela, Pasado perfecto (1991), la imaginación es confiable para captar la realidad: “Los hechos narrados en esta novela no son reales, aunque pudieron serlo, como lo ha demostrado la realidad misma. Cualquier semejanza con hechos y personas reales es, pues, pura semejanza y una obstinación de la realidad. Nadie, por tanto, debe sentirse aludido por la novela. Nadie, tampoco, debe sentirse excluido de ella si de alguna forma lo alude”.
Las novelas de Padura, ficciones, posibilitan tomar una postura respecto de la cotidianidad real cubana. En Cuba, la dirigencia gubernamental ha controlado con férreo celo qué se ha podido decir y que no, incluso en los ambientes literarios. Sin embargo, la caída del muro de Berlín en 1989 y la disolución de la Unión Soviética en 1991 permitieron que la literatura cuestionara frontalmente al régimen socialista.
Padura pinta una Cuba que no es ningún paraíso, como los partidos izquierdistas latinoamericanos por décadas quisieron hacernos creer. Por el contrario, como en cualquier comunidad humana, también hay “muertos, suicidas, asesinos, contrabandistas, proxenetas, jinetes, violadores y violados, ladrones, sádicos y retorcidos de todas las especies y categorías, sexos, edades, colores, procedencias sociales y geográficas”. Esta novela desnuda la corrupción de las altas esferas del comercio exterior. La Cuba de 1989 estuvo signada por el sectarismo, el ‘troglodismo’ político y la extrema violencia en la que se mataba para robar una bicicleta.
Vientos de Cuaresma (1994) confirma que en todo país hay infames mafias criollas: aquí se investiga el asesinato de una joven profesora que perteneció a una generación frustrada que no pudo ser lo que quiso ser. Los relatos de Padura niegan que haya habido alguna vez ese ‘hombre nuevo’ que quiso fabricar el socialismo. En Máscaras (1997) aparece muerto un hombre vestido de mujer, un crimen que cuestiona a un funcionario respetable que ha falsificado su pasado como revolucionario.
Mientras tanto, “en la ciudad se seguía robando, asesinando, asaltando, malversando con una insistencia creciente”. Paisaje de otoño (1998) se las ve con un cadáver en la playa. Hasta el ‘internacionalismo proletario’ es duramente cuestionado, pues el personaje Carlos tuvo que “ir a una guerra lejana y oscura a perder lo mejor de su vida”, refiriéndose a la experiencia de Angola. La oscuridad de Cuba que ilumina Padura tiene que ver con “los ladrones y... los puristas ideológicos: dos razas por igual temibles”.
Conde, la metáfora de un descreído
“Mario Conde es una metáfora, no un policía”, ha dicho Padura para continuar profundizando sobre las relaciones del arte con la realidad. En Adiós, Hemingway (2001), Conde se ha retirado ya de la Policía y se dedica a la compraventa de libros usados. Para entonces, el detective se ha vuelto un descreído al constatar que vivimos en el dolor, incluso en el socialismo: “El mundo se estaba deshaciendo, las gentes se cambiaban de partido, de sexo y hasta de raza mientras se iba deshaciendo el mundo, su propio país cada vez le resultaba más ajeno y desconocido, también mientras se iba deshaciendo, la gente se iba sin decir ni adiós...”.
Esta fue la terrible época en que fueron denunciados los comunistas de whisky y yates, mientras la mayoría sufría robos, apagones y agresividad (como se escucha también en las canciones de Carlos Varela). Con estas novelas, Padura desmonta “los mecanismos macabros de todo aparato de poder”.
La neblina del ayer (2005) sucede en 2003, en pleno Periodo Especial, definido por una crisis galopante: “La escasez de todo lo imaginable se había convertido en estado permanente y capaz de atacar las más disímiles necesidades humanas”. Padura describe este momento como “la envolvente miseria nacional”, la que ejemplifica con la dieta de los adultos de esos años: un jarro de agua con azúcar o un cocimiento de hojas de naranja o de menta.
La desilusión de los personajes es reveladora: “Nos hicieron creer que todos éramos iguales y que el mundo iba a ser mejor. Que ya era mejor...”. A lo largo de medio siglo de racionamiento, el pueblo cubano siempre ha estado esperando mejores días. Padura cancela el mito del Hombre Nuevo: en realidad se vivían “aquellos tiempos arduos cuando más de una vez debieron engañar sus estómagos con engendros como picadillo de cáscara de plátanos y bistecs de cortezas de naranja”.
La cola de la serpiente (2011) sigue denunciando el retroceso en la calidad de vida de los cubanos. En Herejes (2013), ya en La Habana de 2008 y 2009, se descubre “una desoladora verdad: ya no hay nada en que creer, ni mesías que seguir. Solo vale la pena militar en la tribu que tú mismo has elegido libremente”. El detective Mario Conde sufre un deterioro y, como la sociedad misma, padece de un cansancio histórico.
Iván de la Nuez ha afirmado: “En las novelas de Padura tiene lugar una especie de micropolítica de la supervivencia, que no se juega sus destinos en la ideología, historia, política o moral con mayúscula. El contrabando y el crimen, la corrupción y la desidia son enfrentados por su personaje, el detective Mario Conde, a nivel comarcal, de barrio; jamás en la escala macropolítica de los grandes principios o causas”.
La oscuridad cubana
Para Leonardo Padura, la compleja realidad cubana no puede analizarse en blanco y negro, pues hay muchas contradicciones y matices significativos que sus novelas pretenden exponer. Dos libros de artículos y ensayos –El viaje más largo: en busca de una cubanía extraviada (2013) y Yo quisiera ser Paul Auster: ensayos selectos (2015)–, que contienen historias y leyendas, tipos y costumbres de la isla, y una reflexión sobre el ser escritor cubano que se ha quedado a vivir en Cuba pueden completar el perfil de este escritor que se ha interesado por echar luz a la oscuridad cubana, en fin, a la realidad de todos.
Mario Conde en la pantalla
Con guion del propio Padura y de Lucía López Coll, su esposa, se puede ver en Netflix la serie Cuatro estaciones en La Habana, basada en las novelas del personaje Mario Conde, interpretado por Jorge Perugorría.
Con la dirección de Félix Viscarret, los espectadores miramos, desde el aire, los techos, las terrazas y las calles por donde se cuela la oscuridad habanera que el detective trata de iluminar.