Las claves de Dante Anzolini
Dante Anzolini, flamante director de la Orquesta Sinfónica de Guayaquil, comparte sus aspiraciones en esa entidad.
El maestro Dante Anzolini ha trazado un norte muy claro para la Orquesta Sinfónica de Guayaquil (OSG), la cual dirige desde hace aproximadamente dos meses. “Quiero que sea la mejor de la región, nada menos, que el público se emocione con la música en vivo, porque no hay ningún celular ni aplicación que brinde esa experiencia”, expresa de forma enfática.
Esa emoción que desea transmitir es la misma que él ha vivido desde que era un niño, cuando vio y escuchó por primera vez un piano en la casa donde vivía con sus padres, abuelos y tíos en el barrio italiano Roma, en Argentina. Allí, donde nació, recibió la herencia y sensibilidad musical de todos los frentes: su abuelo era pianista; sus ocho tíos, músicos; y su mamá, violinista (la chilena Lucila Wazyniak).
Su padre, Lorenzo Anzolini (migrante italiano), en cambio, no se interesó por la música, pero es claro que lo demás sumó para que Dante empezara en el conservatorio a los 5 años. O que disfrutara de la música clásica en su radio de onda corta, cuando a los 11 años ni siquiera estaba del todo enterado de cómo se configuraba una orquesta.
El resto de su trayectoria ha sido conocida desde su nombramiento: estudió dirección orquestal en Yale, gracias a una beca, y es doctor en Artes Musicales. Ha dirigido orquestas, coros y óperas en Europa, Estados Unidos y Sudamérica, incluyendo las óperas Nacional de Washington y la Metropolitana de Nueva York; las orquestas y coro del teatro Regio, en Italia; del Beethovenhalle de Bonn, en Alemania; las del teatro y cámara de Klaipeda, en Lituania, entre otras. Su hoja de vida se conforma con la experiencia en más de quince países y con seis instrumentos (piano, viola, violín, oboe, percusión y clave), docencia y la escritura musical.
Repertorio con orgullo local
“Así como yo soñaba con ese sonido (de la música clásica) cuando no tenía dinero ni para un violín, ahora quiero que los guayaquileños conozcan su orquesta”, agrega. Y para atraer a ese público que nunca ha escuchado a la OSG, Anzolini les concederá sus canciones favoritas en versión instrumental, si así se lo piden. “Si uno tiene el personal y los instrumentos, ¿por qué no podemos prepararlo?”, dice. Y la entrada siempre es libre.
En su despacho, acompañado de un piano negro Yamaha, la tradicional batuta de director, una gran lupa con mango de marfil y varias copias de partituras, comenta que otro de sus objetivos a cargo de la OSG es dirigir música ecuatoriana y aquellas clásicas mundiales que para Anzolini son obligatorias de tocar. Su repertorio celebrará numerosas composiciones de los maestros quiteños Gerardo Guevara y Luis Humberto Salgado.
Cada vez que dirijo una pieza hay una ovación de pie, pero siempre señalo la partitura porque el genio es quien lo compuso. Lo que hago es tratar de que la gente toque de una cierta manera, el genio real es el autor”.
Mo. Dante Anzolini
En el catálogo europeo busca destacar las melodías de Ravel (como El bolero), las sinfonías de Mahler, entre otros. De hecho, Gustav Mahler es uno de los autores con los que más se siente a gusto dirigiendo. En su primerísimo primer concierto condujo el Adagietto de la 5ª Sinfonía de Mahler, “la carta de amor más increíble que hizo un compositor a su amada. Todos en la música clásica sabemos que esa pequeña pieza de doce minutos es el paradigma de la carta de amor”. Sus otros favoritos son Bartok, Ravel y Bach, quien consistentemente es el gran referente de la música clásica y sus aficionados.
También es su aspiración llevar la orquesta a los barrios e impulsar espectáculos populares. “Que la gente se acostumbre a que tiene un grupo que le otorga una experiencia única, que la orquesta es un evento importante para la ciudad”.
Cuando Anzolini no está en su oficina o en ensayos, gusta de leer en distintos idiomas (practica seis, entre ellos el inglés). Sus autores favoritos son Kafka, Borges, Calvino, Jung, Lovecraft, incluso disfruta textos de sociología. También se pone al día con su hijo de 21 años en Argentina y amigos lejanos. Pero, como es de suponer, la música es su oxígeno. “La respiro, la vivo y no me la puedo sacar ni un segundo de la mente... Si me dejaran encerrado con un piano y una computadora para escribir los textos, yo sería feliz, es lo que me mueve”. (I)