Margarita Borja y su exilio entre culturas
La escritora ecuatoriana Margarita Borja ha publicado experiencias sobre su vida en Alemania.
Margarita Borja Salazar nació en Quito en 1983 y vive en Alemania desde 2007. Desde hace tres años colabora como columnista internacional para Diario EL UNIVERSO. Cada quince días comparte sus experiencias en el extranjero. En Leipzig, ciudad que alguna vez estuvo tras el muro, en la Alemania Oriental, nacieron sus dos obras más importantes hasta ahora: su hija Isabella y el libro Una latina en Alemania, impreso por este Diario, que recoge treinta y dos de sus columnas. A través de una videoconferencia la entrevistamos en su departamento en Leipzig, rodeada de libros y traducciones en las que se halla inmersa.
¿Qué es para usted migrar?
Migrar es aceptar finalmente que nos hemos despedido de un lugar y ganado otro; aunque el origen perviva, el dolor de estar lejos de la familia, de los lugares de la infancia, los amigos, el idioma materno, permanece como una cicatriz.
¿Por qué escribe?
Escribo para comunicarme, para contar historias, para entretener y motivar a la reflexión. Mis columnas son para mí un puente entre mis dos hogares. A mi mundo “de allá” (no solo Ecuador, sino el mundo latino y también los migrantes latinos desperdigados por el globo) les cuento historias sobre mi mundo “de acá” (Alemania, Europa). Y a mi mundo de acá le revelo mi perspectiva distinta (“extranjera”) sobre un mundo que quizá les parece obvio y tedioso y que para mí resulta nuevo, sorprendente.
Su libro se subtitula Historias de dos mundos. ¿Cuál mundo pesa más en su experiencia como migrante?
Emigrar ha sido toda una aventura en la cual primero agoté las provisiones que llevaba en mi mochila (mi pasado, mi origen). Cuando me empecé a morir de hambre –necesitada de nuevos vínculos emocionales, de redefinir mi hogar– comencé a nutrirme del mundo al que había llegado: Alemania, la lengua alemana. Renuncié a la desesperanza y la culpa ante lo que había perdido y empecé a valorar lo que había ganado. Hoy los dos mundos conviven en mí, y espero que algún día ninguno de los dos me pese sino que ambos me liberen. Los seres humanos poseemos una capacidad asombrosa para sobrevivir y adaptarnos. Dejé de aferrarme a una identidad estática y cerrada y empecé a construir acá mi propio mundo, caracterizado por la mezcla y la transformación. Hoy todavía no sé bien quién soy, seguramente más que “una latina en Alemania”. La identidad, y no solo la del migrante, está siempre en construcción.
¿Por qué latina y no ecuatoriana?
Prefiero no restringir los criterios de identidad. Cuando me junto con mexicanos, peruanos, españoles, chilenos, me doy cuenta de que compartimos el mismo humor, somos impresionantemente parecidos. Creo que más que la geografía nos define la lengua. Y quizá nos damos cuenta de esto solo cuando aterrizamos en una cultura tan distinta a la nuestra: Alemania, por ejemplo.
¿Por qué su libro está estructurado en cuatro partes: invierno, primavera, verano y otoño?
Uno de los cambios más drásticos que viví cuando emigré a Alemania fue enfrentarme al clima. Llegué en invierno –de 2007– y por eso mi libro empieza entonces. Es un homenaje simbólico al desarrollo de mi vida en la emigración: comenzó con la tristeza y la aridez emocional, la introversión, la soledad frente a lugares donde no hemos vivido ninguna historia, con los que no asociamos ningún recuerdo personal y por ello no significan nada. Poco a poco florecemos, renacemos (primavera): aprendemos el idioma, los códigos culturales, hacemos amigos, nos enamoramos y los lugares se van poblando de recuerdos. Llega entonces el verano y nos dejamos ir, bajamos la guardia, disfrutamos. Hasta llegar al otoño: color y melancolía, vida que late consciente de la muerte.
¿Como columnista de Diario EL UNIVERSO qué tipo de periodismo está interesada en ejercer? ¿Cuál es su propuesta?
Repito las palabras de la brillante periodista y premio nobel de literatura Svetlana Alexievich: “No me interesa la información”. En nuestra sociedad la información está sobrevalorada. La reflexión, la vida emocional detrás de los datos, de las cifras, queda en segundo plano. No me lanzo a escribir sobre coyuntura a menos que crea haber reconocido en un acontecimiento un destello, algo destinado a perdurar. Cada día nos asalta una catarata de información que nos vuelve sordos y ciegos al conocimiento. Me tomo mi tiempo para reconocer lo trascendente. Pero claro, es fácil para mí decirlo, pues no publico a diario, me tomo semanas para recabar material: artículos de diarios alemanes y extranjeros, anécdotas, impresiones, y me siento a escribir intentando crear algo que tenga un sentido duradero.
¿Cuál es la imagen del exiliado que sus crónicas proponen?
Mis escritos se alejan de la idea del migrante como un sujeto determinado por lo “socioeconómico”. La experiencia de la migración no se puede reducir a teorías, es una aventura individual tan desgarradora como enriquecedora. Uno aprende a conocerse a uno mismo y al mundo cuando supera los estereotipos, los prejuicios.
¿Qué nos puede revelar el contacto con otra cultura?
Creo que puede mostrarnos quiénes somos como individuos o puede inducirnos a añorar la “patria”, idealizándola, y eso es peligroso. La emigración es una oportunidad para descubrirnos como ciudadanos del mundo, sin reducirnos tan solo a la pertenencia “nacional”. Estamos demasiado obsesionados con definir nuestra “identidad” como algo estático y olvidamos que somos seres en transformación, en tránsito. Por eso me gusta contar historias, porque son movimiento, como la vida. (I)