10 años sin Bolaño

14 de Julio de 2013
  • Roberto Bolaño (1953-2003).
  • Portadas de las novelas del escritor.
  • Portadas de las novelas del escritor.
  • Portadas de las novelas del escritor.
Carlos Burgos Jara

El 15 de julio se cumplirá una década de la muerte de uno de los escritores chilenos más relevantes de los últimos tiempos. Su obra influyó la narrativa latinoamericana.

Ningún otro autor latinoamericano posterior al llamado boom literario de los sesenta ha merecido tantos elogios y atención internacional como Roberto Bolaño. Los principales medios y suplementos literarios de varios países alrededor del mundo lo han colocado como la cabeza más visible de la nueva literatura latinoamericana.

Antes de morir, en julio del 2003, ya había recibido algunos de los más importantes premios otorgados a la narrativa en lengua española (el Anagrama, el Rómulo Gallegos). Asimismo, en Europa, Asia y Estados Unidos su fama fue extendiéndose al punto de que en el 2008 le fue concedido de manera póstuma el prestigioso premio estadounidense del National Book Critics Circle a la que fue su última novela publicada en vida, 2666.

La amplia aceptación del escritor chileno entre el público, crítica y colegas de oficio creció de manera significativa después de su muerte. Al mismo tiempo, como suele ocurrir en estos casos, comenzaron también a esbozarse múltiples reparos y suspicacias en torno a su obra. Tanto los reparos como los elogios, los merecidos y los inmerecidos, han confirmado la centralidad que el escritor chileno ha tenido en la literatura latinoamericana de los últimos años.

Los detectives salvajes, la novela que lo hizo famoso, representó de muchas formas un verdadero acontecimiento dentro de la narrativa latinoamericana. La literatura de la región continuaba fascinada por el boom de Vargas Llosa, García Márquez, Fuentes, Cortázar. Desde luego, hubo varios escritores de calidad posteriores a ese momento. Están obras importantes como la de Manuel Puig, Bryce Echenique, Severo Sarduy, Julio Ramón Ribeyro y otros, que se publicaron durante y después del boom. Pero ninguno había logrado acaparar la atención que tuvo la obra del chileno en el momento de su publicación (1999).

Los detectives salvajes se construye alrededor de una explosión de múltiples voces, cientos de personajes, pobres diablos en su mayoría, cuyo factor común es el oficio literario. A través de estos personajes asistimos a una profunda relectura de la literatura latinoamericana. O, más específicamente, nos enfrentamos a un cuestionamiento de las jerarquías literarias que habían surgido después del gran momento del boom. Desde luego, Bolaño no cuestiona la calidad de grandes escritores latinoamericanos como García Márquez o Vargas Llosa, pero sí busca replantear la manera en que el campo literario de la región se había limitado a unos pocos nombres, unos pocos estilos, unas determinadas representaciones de Latinoamérica.

La obra de Bolaño es en gran medida un intento de desacralización de los “grandes” nombres, pero también es una invitación a conectarse con otros autores que habían sido eclipsados por la internacionalización de la literatura hispanoamericana de los sesenta: Antonio di Benedetto, Rodolfo Wilcock, Manuel Puig, Sergio Pitol, Enrique Lihn, Virgilio Piñera, Silvina Ocampo, Alejandra Pizarnik, entre otros.

Este replanteamiento de la tradición literaria del continente va acompañado de una reflexión sobre la violenta historia reciente de América Latina. En este sentido, como dijo Edward Said, “la obra de Bolaño cobra importancia tanto en el campo cultural como en la experiencia histórica”.

Bolaño está lejos de abordar los grandes traumas latinoamericanos desde la mera denuncia social (tal como lo hacían los escritores hispanoamericanos de los años treinta), pero también se encuentra distanciado de las novelas de dictadores de los años sesenta y setenta. El escritor chileno desinfla el aura literaria del dictador y le quita la profundidad que le dieron muchas novelas de mediados de siglo en América Latina.

Una novela como Nocturno de Chile no construye para el dictador ninguna complicada psicología, no le asigna ninguna monstruosidad. En la obra de Bolaño vemos la figura del dictador desde su más absoluta mediocridad. Sus ideas, simples y con frecuencia teñidas de fanatismo y delirios de grandeza, no esconden ninguna profundidad. En este sentido, Bolaño evade también cualquier interpretación psicológica o psicoanalítica sobre la violencia y el mal que practican estas dictaduras y sus figuras dirigentes. Ciertamente, no se necesita ninguna cualidad especial para ejercer este tipo de mal. Se necesita complicidad y silencio.

De ahí justamente, nos dice Todorov, viene su amenaza: “Precisamente porque es tan fácil y porque no exige cualidades humanas excepcionales es por lo que este mal es particularmente peligroso”. Obras como La literatura nazi en América o Nocturno de Chile se alejan de todas aquellas producciones culturales latinoamericanas en las cuales es imposible asociar a las dictaduras sin la respectiva imagen monstruosa.

Bolaño se muestra particularmente interesado por aquellas zonas donde el ser humano parece estar abandonado por la ley. Es verdad que los espacios donde se mueve la obra del escritor chileno son diferentes (de las dictaduras del cono sur a los feminicidios de la frontera entre México y Estados Unidos de su novela 2666), pero en todos ellos hay un factor común: son lugares donde el derecho se encuentra suspendido y el ser humano, convertido un residuo, puede ser aniquilado con total impunidad. Estas zonas suspendidas e indeterminadas suelen ser áreas de indiferencia y de tránsito permanente entre el hombre y la bestia, la naturaleza y la cultura.

A diez años de su prematura muerte, la obra de Bolaño continúa vigente. Aproximarse a ella es una experiencia definitivamente enriquecedora que ilumina a algunos de los nuevos caminos que ha tomado la literatura en América Latina.

Bolaño no cuestiona la calidad de grandes escritores latinoamericanos como García Márquez o Vargas Llosa, pero sí busca replantear la manera en que el campo literario de la región se había limitado a unos pocos nombres”.

 

¿POETA, NOVELISTA?

Aunque fue más conocido como narrador, Bolaño inició su carrera literaria como poeta. Escribió poesía desde adolescente y afirmaba con frecuencia que era el género que le “salía mejor”.

A pesar de ello, su poesía fue publicada de manera intermitente y recibió menor atención que sus obras narrativas. Sus poemas son normalmente narrativos, muchas veces arrancan de la experiencia personal y desarrollan varios de los temas presentes en el resto de su obra (la vocación frustrada, la utopía política, el mal, la memoria, la violencia): “En aquel tiempo yo tenía veinte años / Y estaba loco. / Había perdido un país / Pero había ganado un sueño. / Y si tenía ese sueño / Lo demás no importaba”.

 

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