Alivio entre ungüentos y jarabes
La historia de los primeros boticarios guayaquileños nos remite a personajes que se dedicaron a sanar males del pasado.
Aquel hombre vestido de blanco, de pulcritud absoluta, frente a un mortero y junto a frascos en los que se guardaban las pócimas, esencias, polvos y demás, terminaba preparando los bálsamos, jarabes, ungüentos y comprimidos para, de esa manera, llegar al paciente, al enfermo y darle alivio a las dolencias del hombre.
Son los inicios del farmaceuta o boticario; son los comienzos de una industria que llega a nuestras tierras ¡a tiempo!, en donde la fiebre amarilla, el paludismo, viruela, sarampión, malaria, tuberculosis y otras enfermedades virales, letales, azotaban a nuestros débiles habitantes del siglo XIX.
En Guayaquil, en 1683, el doctor Alonso Preciado organiza la primera botica para nuestra ciudad, y luego en 1728, el doctor Guillermo Baracco se desempeñaba como médico y boticario. También se conoce que en 1684, el S. J. Martínez Rubio establece en Quito la primera botica organizada y, por tal circunstancia, es factible afirmar que aquel acontecimiento repercutió en los inicios de la farmacología en ambas poblaciones.
Desde aquella fecha, es válido reseñar que se conocen los pininos profesionales de aquel típico personaje que se fue familiarizando con nuestro entorno: el boticario, quien para ejercer su novedoso oficio debía rendir un riguroso examen y, a mediados del siglo XVIII, lo comienza a desempeñar José Antonio Gómez de Cisneros.
Bien cabe enfatizar que son Guayaquil y Quito las primeras ciudades de nuestro país, donde se abrió campo una ciencia que era administrada por ciudadanos extranjeros; sin embargo, resalta el nombre de Arcadio Ayala Campusano, quien había ganado mucha fama en el entorno de su provincia (Los Ríos), al aplicar fórmulas curativas de su invención, tales como el Listerol, un poderoso desinfectante, que fue premiado en 1900 por el Ministerio de Industrias de Francia. Asimismo, otros medicamentos de su creación fueron los polvos de Mocaína y la Ayalina, que se constituyeron en medicinales fórmulas magistrales para poder remediar los males del cuerpo.
Los primeros pasos
Tales profesionales trabajaban con pomada de popul, extracto de cáñamo, jarabe de grosellas, sulfato de quinina, permanganato de potasio, morfina, bálsamos y tinturas, resultaban indescifrables nombres que para nuestra idiosincrasia no significaban nada, pero constituían fórmulas que aliviaban, prevenían y curaban las enfermedades de aquella memorable época.
En 1895, el doctor Holger Glaesel, de nacionalidad danesa, da inicio a las primeras fórmulas, y con estos antecedentes descritos, empezó a conformarse la Botica Alemana en 1889, al contratar a dos químicos farmacéuticos que cambiarían el negocio boticario en la ciudad; aquellos profesionales fueron Anders Bjarner y Pedro Holst Moeller, el primero funda en 1923 la Sociedad A. Bjarner y Cía., y crea lo que se conoce al momento como Boticas Unidas; y el segundo adquiere de manera definitiva la Botica Alemana y, en 1919, incorpora el nombre de su mentor y antecesor, como la genuina imagen de la botica, hasta llegar a lo que conocemos en la actualidad como los legendarios Laboratorios HG.
En esta reseña merece especial mención Roberto Leví Hoffman, quien llega a Guayaquil en 1905, luego de haber ganado un concurso de méritos, entre varias decenas de participantes, para ocupar el cargo de químico jefe del Laboratorio Municipal de Guayaquil, cargo que desempeñó hasta 1914. A partir de 1918, empieza a fabricar jarabes contra la tos, y otra variedad de medicamentos, y comienza a adquirir boticas, tales como Olmedo, del Pueblo y Del Comercio.
Roberto Leví tuvo una acertada y visionaria actitud emprendedora, pues colocaba en frascos, sobres o pomos toda la variedad de jarabes, pastillas, píldoras, ungüentos, linimentos o purgantes, que hasta aquel entonces se los comercializaba al granel y aquello marcó la diferencia en la industria farmacéutica, y es esta Botica del Comercio la que se convierte en distribuidora de los medicamentos a nivel nacional. Cabe resaltar, además, que en ella se podía adquirir todo el instrumental médico necesario que los galenos, clínicas u hospitales precisaban.
Testigos silentes
Con el correr del tiempo o a la par de los avances científicos, en la provisión de la variedad de medicamentos que se han utilizado, bien podría parangonarse que los variopintos frascos de porcelana, de vidrio natural, o en colores ámbar, azul, o verde, en los que preparaban aquellas pócimas, polvos y esencias, para las fórmulas magistrales, se han convertido en la historia fidedigna de la farmacéutica y en testigos silenciosos de esos respetables alquimistas que con su trabajo transformaron la química en un medio apropiado para la prevención y curación de nuestras enfermedades, e irremediablemente sin ellos no se habría podido propagar o masificar dichas mágicas fórmulas curativas.
Aún se conservan frascos de la Botica del Comercio y de otras boticas guayaquileñas.
En el decurso de este nuevo milenio se conoce que hay una búsqueda de estos frascos bellamente adornados y ornamentados; aquellos se han convertido para quienes los atesoran en todo un arcoíris de recuerdos.
Laboratorios Life, durante la última década, ha organizado un pequeño museo en su casa matriz, localizada en Quito. En Cuenca, existe el Museo de la Medicina, ubicado en el antiguo hospital San Vicente de Paúl.
Sería recomendable que en Guayaquil también algún coleccionista de estos recipientes medicinales se imponga la tarea de donar para nuestra urbe para exhibirlo en un sitio donde se muestre a estos testigos silenciosos que nos permitieron evolucionar de la medicina artesanal a la científica. (I)