Agradable sorpresa: Delicias japonesas
“En Oishi las cosas están todas en su debido puesto, se respira una perfecta organización, la cerveza se sirve a la adecuada temperatura”.
Si los detalles forman un conjunto de atenciones, me llegan de inmediato. Quizás por estar ubicado en un rincón discreto de la Galería Sonesta, al lado del Mall del Sol, Oishi no llama tanto la atención de eventuales clientes. No podría decir que es el mejor restaurante japonés de la ciudad, aquel criterio depende mucho de gustos personales, pero confieso que se volvió mi preferido. Nos atendió con suma gentileza Melina. Ella y su compañera llevan el cabello recogido en un moño, como ha sido tradición japonesa desde el siglo XVII, moda que se volvió muy funcional en los restaurantes actuales, cuestión de higiene.
El ambiente minimalista revela pulcritud. Los televisores de plasma están sin sonido, pues la atención debe estar en el plato, no en las paredes. La carta de letras grandes, amplias fotografías, es fácil de consultar, el chef Darwin Maldonado explica en qué consisten los diversos sushis, aconseja eventualmente, nosotros nos dejamos guiar por él.
Los sushis se preparan a la vista de los huéspedes en un mostrador iluminado, el servicio es rápido, la atención extrema. Una de tantas virtudes que tiene el sushi es que el primer contacto con los ojos es decisivo, se multiplican los colores, se intuye la frescura, se adelanta el mensaje de la vista a la apreciación táctil de las texturas. Los aromas son discretos, sutiles.
A nuestro alcance se hallan la salsa de soya, la de anguila, el wasabi, el jengibre. En Oishi las cosas están todas en su debido puesto, se respira una perfecta organización, la cerveza se sirve a la adecuada temperatura, pienso que uno se siente relajado, dispuesto a disfrutar. Se propone el vaso de agua con el postre, otro detalle apreciable.
Para ciertas personas el tamaño de los rollos podría resultar algo grande, pero personalmente no me molesta en lo absoluto, no hay problema alguno para llevarlos a la boca con los palillos, a veces en dos mordidas, evidentemente se sacia el apetito con mayor rapidez. Las porciones son generosas, los precios moderados, no se incluye el 10% de servicio, lo que vuelve imperativo de nuestra parte el aporte de una propina, la que puede ser del 10% o algo más si ustedes se muestran satisfechos con las atenciones. El local no es grande, pero se siente de parte del personal un deseo de procurarnos un buen recuerdo.
Elaborar el sushi no es complicado si se dispone de nuevos y varios ingredientes, lo que hace la diferencia es la mano del chef, su perfecta sensibilidad para complementar el arroz de múltiples maneras, contrastando sabores, graduando su progresión. Darwin no llega mucho a la fusión, pero experimenta con un sushi acevichado relleno de langostino empanizado y aguacate, cubierto de finas láminas de pescado del día bañadas en salsa acevichada y togarashi (mezcla de especias, hasta siete ingredientes), el amaide, el kioki o hasta la huancaína. No hay sacrilegios ni falta de gusto.
Darwin Maldonado es un chef mesurado, fogueado en la elaboración de todos los clásicos. Excelente es su tempura de camarones crocantes en panko (empanados) mojados para mi gusto en salsa de anguila. Desfilaron ingredientes como cangrejo, pepinos, pulpitos tiernísimos. El surimi es un producto obtenido a partir de pescados blancos, el kanikama hecho con pulpas de pescado blanco con un tratamiento de especias que le otorga sabor a cangrejo, son deliciosos en casa con una buena mayonesa. (O)
Recomiendo absolutamente este restaurante. Mi cuenta para dos personas con dos cervezas fue $ 32,77. Pidan el helado frito como postre, es notable.