Almuerzo agradable: Junto al Tomebamba
“Para Epicuro, la gastronomía se une a la poesía, a la arquitectura, a las lluvias de la tarde, la arquitectura, los balcones, las cúpulas azules de la catedral del parque Calderón: todo lo tiene embrujado”.
Puedo pasar una temporada o ir y venir de un día para el otro: el sortilegio es el mismo, no es necesario ser uno de los tantos miles de extranjeros que vienen a jubilarse a Cuenca para ceder al embrujo de una ciudad tan llena de sorpresas.
Desde el mirador de Turi nuestros ojos se dejan seducir. La gente canta al hablar, mi nombre en boca de ellos me parece más bonito. Varias veces, hechizado por las lagunas de El Cajas he hecho un picnic en el sector, llevando en la cajuela de mi auto presas de pollo frío con mayonesa, huevos duros, jamón de Virginia, una botella de sangría bien helada o un Carmín de Peumo si estoy bajo esa magia. Frío berraco riquísimo.
En mi último viaje empecé la jornada desayunando con bufé en la pérgola del hotel Oro Verde. Nada como unos huevos fritos y tocineta crocante, un gran vaso de jugo, café con leche, los mejores panes, unos con chocolate, croissants, las dietas pueden esperar. El Tomebamba está a dos pasos. Cantan en mi memoria unos versos de Catalina Sojos: “Quién mira dentro de ti, ciudad celeste y sola, ciudad de frío; te escribo y dejo que el alma se me vaya en la noche desnuda”.
Para Epicuro, la gastronomía se une a la poesía, a la arquitectura, a las lluvias de la tarde, la arquitectura, los balcones, las cúpulas azules de la catedral del parque Calderón: todo lo tiene embrujado. Almuerzo en una Villa Rosa totalmente remodelada. No termino de entender a Trip Advisor cuando pone a Tiestos con el número 13, a Villa Rosa con el 51, siendo ambos restaurantes dignos de ocupar los primeros puestos.
En aquella antigua casa colonial me recibe Cornelio Vintimilla como si me conociera de toda la vida, me aconseja, doy visto bueno a la salsa bearnesa (mi debilidad). Su color amarillo me confirma el uso de yemas, su delicado sabor a estragón se hace presente, la textura es la de una mayonesa. El bife de chorizo importado ($ 24,90) está en su punto. El vino es un Cabernet Sauvignon Reserva de Concha y Toro con agradable toque de cassis, perfectamente adecuado para el menú escogido. Mi acompañante me deja probar un salmón en salsa de pistacho bien logrado ($ 12,60).
Cornelio sabe de gastronomía, maneja de un modo estupendo sus relaciones humanas, se preocupa constantemente por el bienestar de sus huéspedes. También tiene a su cargo aquella bombonera que es el hotel Santa Lucia lleno para mí, de hermosos recuerdos.
En el patio luminoso de Villa Rosa manteles, vajilla y copas lucen impecables, el fondo musical está en el nivel adecuado. El servicio es atento, el chef Julio Peralta conoce su oficio y se esmera en una nueva carta bien equilibrada. Como aperitivo beban una caipiriña de maracuyá. En su almuerzo o cena pueden ser los escargots a la francesa (mantequilla-ajo-perejil), tártara de trucha con salsa de mango o cualquier plato de una carta que ofrece agradables opciones. Siendo Cornelio un buen aficionado al vino encontrarán aquí la botella de su preferencia. Mi cuenta para dos personas fue de $ 62,62, incluyendo una copa de vino ($ 4,10).
En resumidas cuentas me queda mucho por conocer en la ciudad de Cuenca, pero por lo pronto Villa Rosa es una buena elección. Me gustó encontrar tanto en Juan Carlos Solano, en Cornelio Vintimilla y en Marcelo Ferrari del hotel Oro Verde la amabilidad y la conciencia que distinguen a los buenos profesionales.