Restaurante italiano: Una tradición en Guayaquil
“Cuando hablo de tradición puedo referirme a la trayectoria de Mauro Ballestra, a quien conozco desde hace como 35 años”.
Cuando hablo de tradición puedo referirme a la trayectoria de Mauro Ballestra, a quien conozco desde hace como 35 años. Recuerdo la Trattoría del Veneciano, donde cantaba y cocinaba Enrico Cardelli. Se bebía el Verdicchio, pero el público se demoró en aceptar la pasta al dente. La mayoría bebía vinos italianos (ahora está prohibida la importación). Mauro pronto se independizó y se habló de la Trattoría de Plinio, luego de Migliorini hasta que nació La Carbonara en 1985. La etapa actual coincidió con un cambio de calle, pues ahora Benvenuti da Mauro está en Urdesa central.
No conocía el nuevo ambiente. Mi sorpresa fue grande al descubrir centenares y centenares de botellas vacías adornando el ingreso a la zona privada de parqueo, luego cubriendo todo el techo del restaurante, formando anaqueles y módulos de separación entre las diversas salas. La vista resulta espectacular y me pregunté como aquellos elementos, aparentemente tan frágiles, pudieron soportar el sismo del 16 de abril.
Los manteles de cuadritos azules y blancos son típicos de muchos restaurantes europeos. El doble mantel es elegante, el de abajo tiene más cuerpo y vuelve más confortable la mesa puesta, las copas son las adecuadas, los camareros (conozco a unos desde hace varias décadas) sirven la cerveza a la debida temperatura.
Los pimientos de diversos colores encurtidos en aceite de oliva y algo de vinagre son suculentos. Los diversos panes así como los grisines (bastoncillos) se comen con salsa golf (mayonesa con salsa de tomate gotas de limón, eventualmente mostaza). Lo que más piden los clientes son los espaguetis o fetuccine alla Alfredo, también a la carbonara, desde luego las pizzas.
El atractivo de Benvenuti da Mauro se debe a los precios que son módicos. Los canelones, muy sabrosos, están en $ 10,57, los espaguetis ‘a la Mauro’ que escogí fueron de mi agrado, eran de Barilla y el plato, abundante, cuesta $ 11,48. La entrada puede ser un piqueo de mariscos.
Les brushetas son bocadillos de tomate fresco. Los antipastos italianos llegan en porciones muy reducidas, mientras Riviera ofrece cien gramos. Desdichadamente quedó prohibida la importación de prosciutto, mortadela, salami, coppa, queso parmesano. Insinué varias veces en esta columna un permiso anual con una suma determinada.
Un restaurante italiano debería poder atender a los turistas con productos genuinos y adecuados. Me ofrecieron hace poco una pierna de prosciutto llegada de Italia no sé por cuál milagro. Frente el precio exorbitante solicitado, decliné la oferta.
Las pizzas se cocinan en un horno de piedra. Podrán escoger sus ingredientes. La sangría hecha con un buen vino es recomendable. En una pizarra encontrarán ofertas especiales, combos interesantes.
Ciertos restaurantes proponen espaguetis o pasta fresca de color. Los espaguetis negros fueron creados en 1980 por Carlos Alberto Dumas, se elaboran con tinta de calamares aunque, como lo presumo, los italianos pudieron adelantarse. En algunas ocasiones se puede añadir un ingrediente líquido o semilíquido, como pasta de tomate, espinacas cocidas, remolacha; en otras ocasiones un ingrediente seco, como pimienta, pimentón, curry o azafrán. Desde luego se descarta el uso de colorantes químicos.
Recuerden que las pastas en sí no engordan sino las salsas escogidas, sobre todo la crema de leche con el prosciutto, más aún el tocino. ¡Buon appetito! (O)