Cura para el sida
Existen grandes avances para encontrar un tratamiento eficaz contra el virus del VIH. La ciencia continúa en su búsqueda.
¿Qué se puede interpretar de todos estos titulares recientes sobre “cura contra el sida”? Un estadounidense en Berlín, un bebé en Misisipi y catorce pacientes en Francia siguen vivos sin haber recibido tratamiento.
¿Hay una cura a la mano? No. Sin embargo, en casos insólitos pareciera que algunas personas pueden, con ayuda temporal de los fármacos antirretrovirales, matar al virus antes de que pueda hundirse en profundos depósitos en el cuerpo, o, al menos, obligarlos a quedarse en el acceso a sus células sin poder entrar.
“Me emociona esto”, señaló el doctor Anthony S. Fauci, director del Instituto Nacional de Alergias y Enfermedades Infecciosas de Estados Unidos. “No es que tengamos una cura, pero las cosas se están colocando en su lugar y nos dicen qué entra en el proceso de la infección. Así es que estamos aprendiendo a detectar a quiénes podríamos quitarles el tratamiento”.
¿Significa eso que los médicos deberían alentar a los pacientes con VIH a dejar el tratamiento? Un rotundo no, concordaron los expertos. No hay forma de decir cuál paciente podría tener suerte, y la gran mayoría no la tendrá. Y “las vacaciones de los fármacos”, muy en boga hace unos años entre los pacientes cansados de los efectos secundarios, funcionaban mal cuando se hacían las pruebas clínicas.
Sin embargo, varios expertos dijeron que curas reportadas –si otros las confirman– indican que deberían cambiar las políticas sobre el sida en al menos dos formas. Primera, en lugar de esperar a que el infectado llegue por fin a una clínica para hacerse la prueba, las autoridades sanitarias deberían buscarlos afanosamente.
Y, segunda, quienes resulten positivo no deberían titubear en tomar la medicina. Ahora es claro que el tratamiento temprano tiene beneficios para los pacientes: pueden vivir más, podrían tener 96% menos probabilidades de infectar a alguien más y podrían estar entre los pocos suertudos que pueden dejarlo luego. “Deberíamos buscar a la gente, practicarle los exámenes y hacer que se someta al tratamiento tan pronto como podamos”, expresó Fauci. “Así se puede hacer que las personas estén en la posición que tiene el séquito Visconti”.
¿Cómo actúa el virus?
La marcha del virus dentro del organismo ahora parece menos imparable. El VIH no solo se esconde detrás de las paredes de las células, como los virus de la influenza. Empalma una copia de sí mismo justo en los genes de ciertos glóbulos blancos, agregando nuevos peldaños permanentes a la escalera del ADN de cada célula. Luego, le hace lo mismo a las células en la médula ósea, los nódulos linfáticos, los nervios y los órganos.
Los científicos ahora pueden hacer la biopsia de diversas células y obligarlas a expulsar parte del ARN viral, probando que están infectadas. “Estamos mejorando en la definición de los depósitos”, notó Jerome Zack, inmunólogo en la Escuela de Medicina de la Universidad de California. “Pero los científicos siguen discutiendo sobre si hay lugares profundos en el tejido a los que no llega el tratamiento, y si el virus se sigue replicando ahí o no”.
El paciente en Berlín, Timothy Brown, tiene su propia categoría. Originario de Seattle que antes vivía en Alemania, había estado tomando las medicinas durante once años, cuando le dio leucemia o cáncer en la sangre. Eso lo llevó a someterse a un procedimiento que le ganó un lugar en la historia de la medicina: en el 2006, sus médicos alemanes le quitaron la médula ósea y le dieron una de un donador compatible que también tenía la rara “mutación delta 32” que hace que las células CD4, el blanco favorito de los virus, sean inmunes al VIH.
Médicos de la Universidad de Minnesota realizaron el mismo procedimiento en un niño anónimo, de 12 años, portador de VIH y también padecía leucemia, usando el cordón umbilical de un recién nacido que presentó la misma mutación. Pasarán meses para saber si funcionó.
Podría ser que Brown (47 años), todavía tuviera un depósito de virus, pero, al parecer, no puede infectar a las células sanguíneas. Sin embargo, el paciente típico no puede seguir su ejemplo. Eliminar la médula ósea conlleva, normalmente, un 40% de riesgo de muerte, y a Brown se lo tuvieron que hacer dos veces. Su médico le indicó después que creía que tenía el 95% de posibilidades de morir la segunda vez.
En comparación, al bebé de Misisipi le aplicaron el tratamiento antirretroviral completo, en lugar de solo el típico profiláctico de dosis bajas, a las 30 horas de haber nacido, hace unos tres años, y lo tuvieron así por 18 meses antes de que la madre, por razones propias, lo detuviera durante cinco meses. En la siguiente cita con la doctora, el bebé parecía haberse curado.
En investigación de seguimiento, independientemente de cuáles células examinara la doctora Deborah Persaud, del Centro Infantil Johns Hopkins, no pudo encontrar algún ARN viral. Todo lo que halló, expresa, fue “secuencias de panteón” de ADN que ya no funcionaba, presuntamente remanentes de la infección inicial. (Al parecer, el niño aún sigue saludable). Algunos científicos siguen escépticos y dicen que el bebé podría tener un depósito de células en algún lugar tan profundo en el cuerpo que solo se las podría probar en una autopsia.
Pacientes y pacientes...
En Estados Unidos no es usual que una mujer embarazada e infectada no consulte al médico antes del parto. Sin embargo, en África, el problema es común. Si la experiencia del bebé de Misisipi se repitiera –probablemente por casualidad, porque sería poco ético que un médico aconsejara a la madre que le dejara de dar los antirretrovirales–, podría hacerse rutinario tener a los bebés en tales circunstancias bajo regímenes agresivos de fármacos, no solo el profiláctico.
En comparación, los pacientes franceses continuaron con el tratamiento a las semanas o meses de que se infectaron y siguieron con él por un año o más. Después, algunos –pero solo cerca del 15%– pudo dejar de tomar las medicinas.
Es difícil localizar pacientes en el inicio. No todos presentan los primeros síntomas temporales de la infección por VIH: fiebre, garganta irritada, inflamación de las glándulas y sarpullido. Para complicar las cosas, esos síntomas se parecen a la mononucleosis, el virus de Epstein Barr y la influenza, notó Eric S. Rosenberg, investigador del Hospital General de Massachusetts.
Aunque no hay un indicador claro de qué hace que un paciente sea más “curable” que otro, el doctor Mike McCune, jefe de medicina experimental en la Universidad de California, especuló que el secreto podría ser que algunas personas presentan una respuesta inmunitaria “desequilibrada” que derrota al virus: producen anticuerpos que neutralizan al VIH, sin inflamaciones, lo que incrementa las células CD4.
Esa reacción podría ser más común en los bebés porque las respuestas inmunitarias no funcionaban en el útero para no combatir a las células de la madre. Y hasta el bebé de Misisipi tuvo progenitores, manifestó. Desde 1990 se informó en revistas médicas sobre cerca de 20 bebés que supuestamente eliminaron al virus, pero cada caso tiene sus detractores. El bebé de Misisipi es más convincente porque ese caso “se estudió mejor”, indicó McCune.
Otra hipótesis, dijo, es que algunos pacientes se “curan” porque tienen virus más débiles. Se ha mostrado que cepas virales menos robustas se controlan con fármacos.