¿Cuándo es necesario pedir ayuda?
Mucha gente con problemas emocionales todavía piensa que es preferible ocultar, o disfrazar, sus dificultades, a revelarlas y arriesgarse a ser blanco de discriminaciones, burlas o estigmatizaciones. Pero estarían equivocados. La sociedad en general ha madurado muchísimo en su entendimiento y comprensión de lo que es la salud mental y sus desniveles, muy probablemente porque casi toda familia ha tenido que vivir un caso cercano. Asimismo, los métodos terapéuticos actuales no son nada misteriosos (si alguna vez lo fueron) y más bien están basados en técnicas de fácil explicación y asimilación. En otras palabras, existe más solidaridad social y más experticia profesional. ¿Por qué, entonces, se espera a que la situación llegue al extremo antes de tomar la decisión de analizarla y buscar la solución?
En parte se debe a que en nuestra cultura la salud mental no ha recibido la misma atención que la salud física (un dolor en el pecho lo lleva al médico ese día, una depresión tal vez después de unos meses; ambos casos pueden traer consecuencias serias). También se piensa que las afectaciones emocionales por lo general se curan solas, con el paso del tiempo. Y en muchos casos es verdad; pero otras persisten, o se ocultan y reaparecerán con más fuerza cuando más débil se sienta la persona, creando más complicaciones. Por supuesto, también por ignorancia, discapacidad o temor a enfrentar su desequilibrio, existe mucha gente que prefiere mirar para otro lado y dejar que los acontecimientos dicten el camino a seguir.
¿Qué hacer, entonces, cuando uno siente que su vida emocional comienza a desajustarse? La primera línea de acción debería ser contárselo a alguien de confianza que pueda ofrecer una evaluación objetiva del problema, y tal vez una sugerencia válida para su manejo (para eso están los amigos). La amistad también autoriza a tomar la iniciativa y hacerle conocer a la persona afectada que es necesario reconocer y enfrentar el problema. Es necesario que le quede claro que en este siglo no tiene por qué acostumbrarse a vivir mal. Si, pese a estos intentos, los síntomas se profundizaran y la vida diaria se viera afectada, debería buscarse ayuda profesional, dejando vergüenza y orgullo a un lado.