Cultura del encuentro (parte II)
Un aspecto importante sobre la cultura del encuentro es el respeto por la dignidad y los derechos de cada persona. Es común encontrar en las organizaciones un estilo de liderazgo agresivo, autocrático e impositivo, que lleva a un modo de relación prepotente, e indigna por la forma déspota de aproximarse al trabajador.
Hace pocos días me tocó presenciar un evento, en el cual una persona corregía de mala forma a alguien del personal de mantenimiento. Intervine en la situación, y le hice saber que el trabajador merecía su respeto al corregirlo, y me contestó: “Esta gente solo entiende así; son unos vagos”. Después se justificó diciendo que le había alzado la voz, pero no insultado. ¿Acaso evitar llegar al insulto es la medida? Existen diversas ideas erradas o prejuicios que alimentan este tipo de actitudes: “Se quieren aprovechar de mí”; “para eso les pago”. El hecho que trabajen para uno o les pagues no exime a nadie de tratar a las personas con dignidad.
La indiferencia a las necesidades de la otra persona puede ser otra manera más sutil de maltrato. Una auténtica cultura del encuentro en la empresa debe darse en el marco de un diálogo fructífero y respetuoso en el que se aliente la participación de los trabajadores, creando las condiciones para que todos puedan dialogar y aportar. Para ello, los líderes de la organización deben salir de la tranquilidad de su oficina y acercarse a cada persona, entendiendo sus preocupaciones, abriendo espacios profundos de diálogo sin miedo a encontrar realidades incómodas, e incluso críticas hacia la propia empresa.
De igual forma, los trabajadores deben aportar en la cultura del encuentro suscitando espacios constructivos, con apertura a la verdad, evitando generar divisiones, y cooperando activamente con soluciones que beneficien a todos, y no solo sus intereses personales.
En conclusión, debemos abrirnos a la opinión del otro, valorando lo que cada persona tiene para darnos, sin instrumentalizarlos, viendo en cada colaborador, una persona con dignidad, más allá del rango social o puesto que tenga, única e irrepetible, y con infinidad de dones que pueden enriquecer la dinámica organizacional.
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