No solucionar, sino tranquilizar
La adolescencia de los hijos es una etapa agotadora, tanto para ellos como para nosotros, porque no solo están experimentando muchos cambios, sino que además están tratando de definir su propia identidad. Lo difícil para los jóvenes es que, como necesitan “ser ellos mismos”, nos rechazan sin razón aparente porque quieren diferenciarse de nosotros.
Para enriquecer la relación con los jóvenes debemos tener presente que esta es una etapa en la que ellos están experimentando una infinidad de cambios y, por lo mismo, viven azotados por toda suerte de temores e inseguridades que son el resultado de lo confundidos y alterados que se sienten.
Lo que más les urge a los adolescentes en esta etapa de confusión y desasosiego que están atravesando no es que los atosiguemos de consejos sobre lo que deben hacer para que se tranquilicen, sino que los escuchemos con empatía para que puedan verse a sí mismos. Es fundamental aceptar como un hecho que lo que sienten los jóvenes es válido para ellos, aun cuando a nosotros nos pueda parecer irrazonable. Tampoco es prudente descalificar sus sentimientos de angustia o desasosiego, porque lo que ellos necesitan es que los prestemos atención y no que tratemos de arreglarles sus problemas o de trivializarlos, porque así sentirán que no los comprendemos.
Por lo general, los hijos nos cuentan sus problemas para desahogarse y no para que se los solucionemos. En esta etapa, lo que ellos más necesitan no son consejos ni respuestas ni que interfiramos en sus asuntos. Lo que les urge es una mano que los apoye y un corazón que los escuche… ¡en silencio! Lo grave es que entre más tratemos de acercarnos, más se resistirán porque generalmente se oponen a lo que necesitan. Sin embargo, el amor incondicional siempre logra desleír el rechazo y darle paso al afecto que los sana. (O)