¿Qué estamos sembrando?
Somos, en buena medida, el producto de aquello con que nos alimentemos. Así como el estado físico de los hijos depende en gran parte de la dieta que tengan desde pequeños, el estado mental y moral de los miembros de la sociedad es producto de aquello con que se nutran desde la infancia. Cuando los niños consumen ante todo comida chatarra, sufrirán deficiencias en su estado físico que abonarán el terreno para que los ataque cualquier mal.
Esto mismo ocurre con el desarrollo de la salud mental y moral de las personas, lo que significa que la dieta con que se alimente el corazón de los niños será la mayor responsable de su conducta social. Jóvenes violentos y dispuestos a divertirse abusando cruelmente a los compañeros más vulnerables no son otra cosa que individuos llenos de profundos sentimientos de inseguridad, soledad, pesimismo y amargura, es decir, enfermos del alma.
¿Qué será lo que ha infectado el alma de la juventud del siglo 21? La ha infectado el individualismo que caracteriza a la sociedad de consumo en la que cada cual vive para sí mismo y busca exclusivamente su conveniencia; la carencia de contactos afectivos con sus semejantes y no solo con máquinas que los alienan y los sumen en una dolorosa soledad; y la ausencia de principios morales que está dejándolos sin los principios éticos y morales que son esenciales para darle un sentido positivo a su vida.
Si seguimos dedicados a imitar el estilo de vida de la sociedad de consumo, procurando lograr la felicidad de los hijos manteniéndolos rodeados de todo lo que les dé placer pero escasea el afecto, los hijos vivirán hambrientos del cariño y la guía de sus padres que son vitales para su bienestar integral.
Lo cierto del caso es que lo que más necesitan los hijos no son diversiones, actividades ni toda suerte de cosas y privilegios, sino la forma como los comprendemos, el cariño con que los tratamos y la dedicación personal que les dediquemos y que les ratifica que ellos son los seres más bellos y más amados por sus padres. (O)