¡Que viva la maternidad!
Es maravilloso que se celebre el Día de la Madre, pero no solo porque la maternidad es un milagro que merece festejarse, sino porque es una experiencia que bien puede ser la más gratificante de nuestra existencia. Sin embargo, en un momento histórico en el que el cuidado de los hijos es otra más de las múltiples obligaciones que ahora tenemos las madres, su crianza a menudo se vive como un deber muy pesado que nos exige demasiado esfuerzo y dinero.
Lo grave es que mientras consideremos el cuidado de los niños como una responsabilidad agobiante y costosa o como un obstáculo para poder realizarnos profesionalmente, seguiremos asumiéndola como el alto precio que debemos pagar por formar nuestra propia familia. Y por eso es difícil apreciarla como lo que es: el privilegio que más enriquece nuestra existencia.
Todas las grandes responsabilidades que contraemos en la vida nos demandan grandes esfuerzos, pero no por eso son en sí mismas una desventura. Por el contrario, parte del encanto que tiene el desafío de criar a nuestros hijos es que nos obliga a revisarnos constantemente. Como es la función más trascendental de nuestra vida, requiere un compromiso inquebrantable y una dedicación sin igual. Pero a la vez, es una experiencia que nos enriquece como pocas porque nos anima a dar lo mejor de nosotras mismas.
Aunque la maternidad incluye una buena dosis de disgustos y preocupaciones, son muchas más las satisfacciones y dichas que nos proporciona. La concepción de un hijo es un proceso extraordinario en el que la sabiduría de la naturaleza nos convierte en un santuario, en el que se gesta su vida y así nos hace copartícipes de la creación. Por ello, la tarea de cuidar y formar a esos seres que creamos en un abrazo de amor es una responsabilidad inmensa a la vez que grandiosa. Los niños son nuestra fuente inagotable de amor y de ternura, son la realización de nuestra necesidad de trascender y son la razón más poderosa para superar los desafíos sin desfallecer. Por eso, si asumimos su crianza con todo el entusiasmo y consagración que precisa, tendremos grandes posibilidades de ver a nuestros hijos convertidos en un testimonio vivo de nuestra inagotable capacidad de amar.