¿Todos mentimos?
Ciertamente, y mucho más allá de lo que quisiéramos admitir. A veces mentimos para no hacer sentir mal a otra persona (“Sí, el vestido te queda lindo”), o proteger los sentimientos de alguien que sufre (“Ya verás que todo se arreglará”). También lo hacemos para cubrir una falta, o para excusarnos de un compromiso aburrido o desagradable, otras veces para impresionar a alguien que acabamos de conocer. A veces engrandecemos pequeños triunfos, o los inventamos, como en una hoja de vida, o nos adjudicamos crédito por logros ajenos en los que nuestra participación fue marginal. Se calcula que en un día ordinario mentimos un promedio de cuatro veces, incluyendo: “No te contesté porque me quedé sin batería”, “No pude llegar por el tráfico” o “Me atrasé por la lluvia”.
El propósito central de mentir es obtener un beneficio (por ejemplo, los políticos), evitar un castigo (el niño que esconde su mala libreta de calificaciones y dice que todavía no se la han entregado) o enmascarar un perjuicio causado, como en el caso de un cónyuge que le es infiel a su pareja y lo oculta o lo niega. Muchas veces, para sostener una mentira hay que inventar otra mentira, y otras más, llevando al mentiroso a un callejón sin salida. Un caso extremo de la mentira es la calumnia, la imputación sin pruebas válidas de una acción reñida con las buenas costumbres o con la ley, contra una persona inocente, intentando perjudicar su reputación. Un caso gravísimo es la mitomanía, condición en la que una persona envuelve su vida en una red de falsedades, engaños y fantasías grandiosas cada vez más complejas que hace que termine psicológicamente desorientada, llena de sentimientos de culpa y sin poder discernir entre la verdad y la ficción que creó a su alrededor.
¿Cómo aprendemos a mentir? En nuestro hogar, desde aproximadamente los tres años, siguiendo el ejemplo de nuestros padres y hermanos, que lo hacen varias veces al día, aparte de los programas de televisión y la influencia del medio. El niño puede crecer en un ambiente en el que la mentira sea vista como una herramienta de uso cuotidiano, para alcanzar logros o ventajas. O se podría (se debería) criar en un hogar en el que se estimule y se premie la verdad, y que ser honesto sea su propia recompensa. (O)