Un mundo distinto
La diferencia que hay entre los niños de hoy y lo que fuimos sus padres en la infancia es abismal. Tanto es así, que los abuelos viven asombrados con lo inteligentes que son sus nietos, los padres viven desconcertados con lo beligerantes que son sus hijos y los maestros viven indignados con lo desafiantes que son ahora la mayoría de sus alumnos.
No hay duda de que las relaciones familiares son hoy muy distintas. Antes los padres mandaban y los hijos obedecían y no a la inversa como es ahora. Pocos son los niños que hoy no desafían las órdenes de los mayores, que no exigen una explicación antes de hacer lo que se les pide o que no responden con altanería cuando se les corrige.
Las razones para esto son varias. Quienes nacimos a mediados del siglo pasado nos criamos sin internet, sin bebés probeta, sin lipoesculturas, sin celular, sin posibilidad de divorciarnos, etc.
Sin embargo, como hoy los niños crecen en un mundo virtual, tienen acceso a un cantidad de información que les permite enterarse y participar en toda suerte de experiencias, tanto interesantes como perjudiciales, sin comprender sus implicaciones. Y por eso están perdiendo la ingenuidad propia de la niñez que es indispensable para que ellos vean ante todo lo bueno del mundo que los rodea mientras desarrollan los criterios para evaluar el alcance de las realidades más deplorables de la vida.
Lo grave es que hoy las nuevas generaciones están inmersas en una sociedad más permisiva, ellos crecen sabiendo que si se aburren en el matrimonio pueden divorciarse, que si un compañero les desagrada pueden abusarlo, que si no tienen dinero pueden hacer trampas para obtenerlo…
Así, debido a que los niños están creciendo en un mundo en que la inmoralidad ni la deshonestidad se condenan, sino que se justifican, la posibilidad de que ellos opten por hacer lo indebido es mayor.
Aunque nuestra misión siga siendo la misma, como padres tenemos hoy nuevos desafíos que nos demandan mucha más dedicación al hogar y mucha más presencia en la vida de los hijos.
Gracias a todo lo que ellos ahora pueden ver y escuchar libremente, nuestra función es más exigente que nunca si queremos verlos convertidos en personas íntegras y responsables en un mundo en el que ya no se sabe qué está bien ni qué está mal. (O)